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– No me psicoanalices, señorita Freud -dijo él con un quejido.

Rafe estiró las piernas. Se sentía cómodo allí, a pesar del tema que acababan de tratar. Shelley sintió cariño por él y no entendía cómo siempre le había parecido tan gruñón. No lo era.

– ¿Qué me vas a decir ahora? -dijo él contemplando las luces de la ciudad-. ¿Que todos estos problemas son los que me han llevado a no encontrar una mujer con quien casarme y sentar la cabeza?

– Bueno… -comenzó una sorprendida Shelley, no tan audaz como para entrar en ese delicado tema.

– ¿Me vas a decir que no conecto con las mujeres porque mi padre no respeta mi trabajo lo suficiente?

– Eh…

– Pues yo te contestaré que todo eso son tonterías. ¿Y sabes por qué? Porque si no he encontrado una mujer con quien casarme es porque he estado demasiado ocupado llevando la empresa. ¿Qué excusa tienes tú?

– ¿Cómo? -dijo ella sin entender.

– ¿Por qué no estás tú casada? ¿Por qué no has encontrado a alguien con quien conectaras de verdad?

– Yo… Bueno…

– ¿Ves? No es nada fácil ser el que recibe los ataques, ¿verdad?

Rafe tenía razón y se merecía que la atacara así, pero no estaba de acuerdo en lo que estaba diciendo. No estaban en el mismo barco. Ella había tenido unas cuantas relaciones, pero, Rafe salía continuamente con mujeres que no le duraban nada. Nunca había tenido una novia.

– ¿Has estado enamorado? -le preguntó ella.

Rafe se quedó callado y miró hacia lo lejos.

– Ahí me has dado. No, nunca lo he estado -dijo él, y añadió mirándola-. ¿Y tú?

– Yo sí. Bueno, al menos eso creía.

– ¡Ah! ¡Claro! ¡Jason McLaughlin!

La seguía mirando y Shelley sintió que su mirada le estaba haciendo agujeros en el alma. Pero no podía culparlo. Había sido ella la que había iniciado la conversación y se había convertido en la cazadora cazada.

– ¿Y cómo fue? -dijo él con algo de sarcasmo-. ¿Una buena experiencia? ¿Te hizo crecer como persona? ¿El amor te convirtió en un ser más compasivo? ¿0 hizo que te volvieras enemiga de las relaciones amorosas?

Respiró hondo. No quería hablar de ello. Tenía que haber sido menos dura con él porque ahora estaba sufriendo sus ataques personalmente. Rafe teníaa razón.

– Tú ganas -dijo mirándolo-. Siento haberme metido en tus asuntos. Pero, ¿sabes qué? Te agradecería que no habláramos de Jason.

– ¿Ves? -dijo él haciendo una mueca de desagrado y mirando a otro lado-. Es esa manera de reaccionar tuya cada vez que sale el tema de McLaughlin la que me hace pensar que aún…

– ¡No! -exclamó ella cortante-. No hay nada en que pensar. No aguanto a ese tío. ¿Podemos dejar el tema?

Rafe no entendía que lo único que sentía ella cada vez que salía el tema era desprecio por sí misma y culpabilidad. Shelley no sabía cómo hacerle entender que no sentía nada por Jason.

– Bueno, será mejor que me vaya -dijo él-. Mañana es el gran día.

– ¿Ya? -contestó ella decepcionada.

Rafe se levantó y contempló la noche. Ella se acercó.

– Pase lo que pase mañana -dijo ella con suavidad-, me alegro de…

Rafe la miró sonriente y le acarició la mejilla con su cálida mano.

– ¿De qué te alegras?

– Me alegro de que nos hayamos podido conocer mejor -dijo ella deseando que no apartara la mano-. Lo que quiero decir es que nunca me había dado cuenta…

Lo miró y observó sus oscuros ojos, sus labios, su pelo. Sintió que quería besarlo. Nunca había deseado hacer algo con tanta fuerza.

Rafe vio el deseo en los ojos de Shelley, pero vaciló. Si la besaba en ese momento no iba a ser un beso casual, como habían sido los otros. Sabía que con ese beso irían también él corazón y la confianza de Shelley y no quería dar ese paso. Podía llevarlos a una situación que no entendía muy bien pero que implicaría algún tipo de compromiso.

Se había pasado toda su vida evitando los compromisos. Y no quería que eso cambiara, no merecía la pena. Shelley era muy atractiva, pero podía llegar a convertirse en una trampa humana. Si daba un paso en falso la cuerda se tensaría atrapándolo en sus redes, colgado de un árbol y esperando la muerte. No iba a dejar que eso le pasara a él.

– Tienes que descansar -dijo de manera brusca mientras entraba de nuevo en la habitación-. Te veo por la mañana.

Shelley no contestó. Lo siguió y, justo cuando Rafe iba a abrir la puerta, sintió cómo ella tocaba su brazo.

– ¿Rafe? -dijo Shelley con suavidad. Se volvió hacia ella, aunque sabía que era un error-. ¿Rafe? -repitió ella con la mirada empañada por el deseo.

Algo en su voz le llegó muy dentro. Sintió miedo durante un par de segundos, se arrepintió brevemente, suspiró y sintió que estaba despidiéndose de una etapa de su vida. Porque al mirar a Shelley a los ojos supo que se iba a perder en ellos, pero lo hizo de todas formas. El miedo se esfumó y se abandonó a lo inevitable.

Estaba escrito que algo iba a pasar entre ellos. Desde el momento en que sus ojos se cruzaron el primer día de la conferencia. Tenía que probarla, tocarla, sostenerla entre sus brazos, besarla. Aunque sabía que, en cuanto lo hiciera, se encontraría apresado en su trampa.

– Shelley -murmuró en un último intento de salvarse que desapareció en cuanto ella tocó su cara con las manos.

Era un alivio dejarse llevar por fin. Se unieron en un abrazo apasionado en el que sus cuerpos encajaban perfectamente. Shelley abandonó su dulce boca a los impetuosos besos de él. Rafe la sostuvo y bebió de sus labios como un hombre sediento. Su boca sabía maravillosamente. Sentía cada curva de Shelley acoplándose a su cuerpo. La atrajo con fuerza hacia sí, queriendo tocar toda su piel. Cada suspiro y gemido lo excitaba más, hasta que el deseo lo cegó y supo que tenía que poseerla.

Deslizó sus manos por debajo de su blusa. La espalda de Shelley era pura seda y su piel tenía el sabor de los vino exóticos. Rodeó su pecho y sintió sus pezones endurecerse tras el contacto. Ella gimió y su cuerpo tembló de placer como si una nueva energía la estuviera invadiendo. La manera en la que Shelley respondía a sus avances estaba siendo el mayor de los afrodisíacos. Rafe nunca había experimentado algo así y le estaba volviendo absolutamente loco de deseo.

Tenían la cama al lado y los dos lo sabían. Era su destino, el lugar donde podrían dar rienda suelta a la necesidad que tenían el uno del otro. Él no pensaba en otra cosa. A ella apenas se le pasó por la cabeza.

Shelley era muy consciente de lo que estaba haciendo. Estaba tentando al destino, estaba en peligro. Pero decidió que no iba a preocuparse más por eso. Era pura sensualidad y no quería tener que razonar lo que estaba pasando. Apretó su cuerpo contra el de él y gimió de alegría al notar la excitación de Rafe.

Pero no podía apartar sus pensamientos. «Ya he pasado por esto. ¿Es que he olvidado lo que Jason me hizo pasar cuando me di cuenta de que no me amaba y de la vergüenza que sentí al enfrentarme a su mujer?», pensó ella.

Recordaba todo aquello, pero el calor que le hacía sentir Rafe, recorriendo su piel, sintiendo su cuerpo, oliéndolo, saboreándolo… Era demasiado.

«Estoy enamorada de Rafe», reconoció. Aquel pensamiento la sacudió como un puñetazo en el estómago. Sabía que era verdad. Se separó de él, se secó la boca con el dorso de la mano y lo miró con ojos aterrados.

– ¿Qué pasa? -le preguntó él entre jadeos, intentando abrazarla de nuevo, pensando sólo en cuánto la deseaba.

Lo miró asombrada. Había estado tan cerca del abismo… Un poco más y su relación habría cambiado por completo. Y no estaba preparada para ello… No podía arriesgarse, aún no.

– Creo que será mejor que te vayas -le dijo dando un paso atrás.

Rafe se recompuso y respiró hondo. Se tranquilizó y pudo pensar de nuevo con claridad.

– Shelley, lo siento -dijo rápidamente-. Te prometí que esto no iba a pasar y…