– Era ese plan sobre cómo preparar un asalto para conseguir comprar el rancho de Quarter Season -le explicó Jodie-. Por lo visto, el equipo hizo exactamente lo que Rafe tenía pensado hacer. Es obvio que alguien les ha dado la idea y todo el desarrollo de la misma.
– ¡No! -gritó Shelley, imaginándose el enfado que tendría Rafé-. No me extraña que esté tan furioso.
– Si hubiera sido otra persona… Pero tratándose además de Jason McLaughlin… ¡Imagínate! -dijo Matt.
– Pero bueno, al menos no han ganado. Ni siquiera se han acercado. Nosotros ganamos. Puedo entender por qué Rafe está enfadado. Pero, ¿por qué tengo la impresión de que me culpa de esto?
Matt se encogió de hombros, vaciló y decidió contárselo.
– Por lo que pude oír, Jason sugirió que tú habías sido quien le había proporcionado la información.
– ¿Yo? -dijo blanca de angustia.
– ¿No fue así? -preguntó Jodie.
– No -afirmó Shelley furiosa-. No le he dicho nada a nadie.
– Bueno. No te preocupes, ya se le pasará. Pronto recobrará el sentido común -aseguró Jodie quitándole importancia a la situación.
Pero Shelley se sentía dividida. Parte de ella quería salir corriendo tras él, pero eso hubiera sido una tontería. No podría verlo hasta que llegaran a Chivaree. Además, no podía irse. Era todavía la jefa del equipo y tenía que pensar en el resto de los miembros del grupo.
Así que se unió a la celebración y trató de no pensar en Rafe.
Pero era una misión imposible. Y, cuanto más pensaba en él más enfadada se sentía. No podía creerse que Rafe pensara que podía traicionarlo así. Si se había creído las palabras de Jason era porque no tenía fe en ella, y eso le dolía mucho. Estaba furiosa.
Intentó que la reacción de Rafe no ensombreciera la alegría que sentía al haber ganado. Parte del triunfo se debía a ella y estaba muy satisfecha y orgullosa. Había demostrado que podía hacer cosas que ni ella misma sabía y estaba segura de que su vida iba a cambiar a mejor. «A no ser que…», pensó con miedo.
A no ser que Rafe se diera cuenta de que no podía soportarla y decidiera no volver a hablar con ella. Sólo pensar en ello hizo que se sintiera enferma, pero intentó quitarse esa idea de la cabeza. Habían pasado unos días estupendos y las cosas no podían cambiar tanto.
No quería que nada destrozara ese día. Forzó una sonrisa en su cara y se unió a la fiesta, intentando pasárselo bien. Por una vez, no iba a ser víctima de las circunstancias. Ya pensaría en todo aquello más tarde.
CAPÍTULO 10
RAFE condujo hasta llegar a la autopista. Tenía un nudo en el estómago y una terrible sensación de vacío en su interior. Le recordaba a algo que ya había vivido con anterioridad, pero no lograba acordarse de cuándo. Intentó identificar de dónde provenían esas sensaciones, pero no lo consiguió. De todas formas, tampoco quería pensar en esas cosas.
De pronto, le vino un nítido recuerdo. Era el día del funeral de su madre. Se enfadó consigo mismo por sentirse así. La muerte de su madre había sido la experiencia más dura de su vida, y lo que acababa de sucederle no podía ser comparado con ello. Nada le había dolido ni le dolería tanto como perder a su progenitora.
Al menos ese descubrimiento le hizo comprender por qué se sentía así. Había empezado a darle confianza y cariño a Shelley y ella le había correspondido con una traición. Se había abierto al amor y lo había perdido todo. Se preguntaba dónde estaría la señorita Freud en ese momento, que no estaba psicoanalizándolo.
Pensó que había estado haciendo lo correcto durante años, defendiéndose de los demás como lo había hecho. Por una vez en su vida, se había abierto a alguien y lo único que había conseguido de esa persona era traición. No merecía la pena. Se acordó de las sabias palabras que le dijo un amigo, años atrás: «Si no quieres que te rompan el corazón, no te enamores nunca». Eran su leitmotiv.
Rafe se sintió aliviado al pensar que, por lo menos, no había llegado a enamorarse. Se alegró, en cierto modo, de haberse dado cuenta de cómo era Shelley, de ver que ella nunca lo amaría como él deseaba.
No quería pensar en ella, pero sabía que no podía evitarlo. Su recuerdo lo acompañaría durante todo el viaje. Pisó el acelerador y siguió su camino de vuelta a casa.
– Olvídate de él -le aconsejó Candy mientras devolvían sus llaves en recepción, con las maletas preparadas para volver a Chivaree-. Todos son iguales. No se les puede tomar en serio. Son unos canallas y unos infieles.
Shelley se quedó parada y algo dentro de ella se rebeló. Las palabras de Candy le recordaron a cómo ella solía hablar de los hombres. Pero su perspectiva había cambiado. Rafe no era así, no era uno más.
«Pero ya me he equivocado antes, ¿cómo sé que esto no es un error?», se dijo a sí misma.
Era verdad que se había equivocado en el pasado pero, durante ese fin de semana, había aprendido algo. Se había visto forzada a hacer algo que no creía que pudiera llegar a realizar, y había hecho muy buen trabajo. Se alegró de haberlo intentado porque, de otra forma, nunca habría sido consciente de sus capacidades ni de lo lejos que podría llegar.
En el pasado, cuando las cosas se ponían difíciles para ella, se daba la vuelta y huía. Siempre se acobardaba. Pero las cosas habían cambiado. Si renunciaba a aquello no podría volver a mirarse a la cara. Iba a luchar, no iba a renunciar a él fácilmente. Si de verdad lo quería, iba a batallar por conseguirlo. Aunque tuviera que arriesgarlo todo por él.
Se despidió de Matt antes de irse del hotel.
– Espero que funcione lo de llevarte a Quinn a Chivaree -le dijo-. Ojalá que no te decepcione.
– Ésa no es la cuestión -respondió él encogiéndose de hombros-. Sólo quiero ayudarle en lo que pueda. Además, así puede que me ayude a encontrar alguna pista para localizar al bebé.
– Así que ¿vas a seguir buscándolo?
– Tengo que hacerlo. Tiene que estar en alguna parte y tengo que asegurarme de que está bien y no le falta de nada.
Shelley lo entendía perfectamente y aquello no hizo sino acrecentar la ya buena opinión que tenía de su amigo. Pero temía que fuera a ser una búsqueda larga y dura.
– ¡Espera, Shelley! -dijo él volviendo para darle otro abrazo-. No te he agradecido lo suficiente que encontraras a Quinn y me ayudaras tanto. Quiero que sepas que valoro muchísimo lo que has hecho por mí.
– ¡No hay de qué! -respondió ella con ojos emocionados-. Te deseo toda la suerte del mundo.
Shelley y Jaye volvieron juntas en el coche a Chivaree. El equipo B de Industrias Allman no había conseguido un buen puesto en la clasificación, pero se lo habían pasado genial y Jaye le contó todos los detalles durante el viaje de vuelta. Habló tanto que no pareció darse cuenta de que Shelley apenas abrió la boca en todo el camino.
Su mente no descansó ni un minuto, estudiando todas las posibilidades. Una cosa era hacer planes para conseguir a Rafe, pero saber que él la odiaba por algo que no había hecho le hacía preguntarse si se merecía su amor. Pero intentó quitarse esa idea de la cabeza.
Pensaba que quizás hubiese algo más. A lo mejor Rafe había tenido más tiempo para reflexionar y, al atar cabos, se hubiera dado cuenta de qué tipo de relación había tenido Shelley con Jason McLaughlin, le hubiera parecido inaceptable y hubiera decidido que no podía tener nada con ella.
Por un lado pensaba que, para evitar enfrentarse a lo que Rafe pensaba de ella, debería aceptar cómo estaban las cosas y alejarse de él, pero no podía hacerlo.
Se moría por ver de nuevo el cariño que había descubierto en los ojos de Rafe cuando la miraban. Lo quería y deseaba que él también la quisiera.
Pero no estaba desesperada. Había aprendido mucho ese fin de semana. Había hecho un buen trabajo y estaba orgullosa. Se había demostrado a sí misma de lo que era capaz. Nunca más tendría la necesidad de colgarse de un hombre y depender de él como había hecho con Jason.