Выбрать главу

– ¿Dónde está Red Ditch? -preguntó Octavia-. Nunca lo había oído. -Amelia había sacado ya el mapa de Luisiana del cajón de debajo del teléfono. Buscó la ciudad recorriendo con el dedo las columnas de nombres.

– No queda muy lejos -dijo-. ¿Lo veis? -Puso el dedo sobre un puntito diminuto localizado aproximadamente a una hora y media en coche al sudeste de Bon Temps.

Tragué el café lo más rápidamente que pude y me puse unos vaqueros. Me maquillé someramente, me cepillé el pelo, crucé la puerta y corrí hacia el coche, mapa en mano.

Octavia y Amelia me siguieron, muertas de curiosidad por saber qué pensaba hacer y qué importancia tenía para mí aquel mensaje. Pero tendrían que quedarse en ascuas, al menos de momento. Me pregunté a qué venían tantas prisas. No me imaginaba que la persona a la que buscaba fuera a esfumarse, a menos que Remy Savoy fuera también un hada, lo que me parecía altamente improbable.

Tenía que estar de vuelta para trabajar en el turno de noche, pero disponía de tiempo de sobra.

Conduje con la radio puesta y aquella mañana me apetecía música country. Me acompañaron en el viaje Travis Tritt y Carrie Underwood y podría decirse que cuando llegué a Red Ditch, sentía de verdad mis raíces. Red Ditch era mucho más pequeño que Bon Temps, lo que ya es decir.

Me imaginé que me resultaría sencillo encontrar Bienville Street, y estaba en lo cierto. Era el tipo de calle con la que tropiezas en cualquier lugar de Estados Unidos: casitas pequeñas y pulcras, rectangulares, con espacio para un coche en el garaje y un jardincito. En el caso del 1245, el jardín estaba vallado y vi un pequeño perro de color negro correteando alegremente por él. No había caseta, así que el chucho debía de rondar tanto por fuera como por dentro de la casa. Se veía todo limpio, aunque no de forma obsesiva. Los arbustos que rodeaban la casa estaban bien recortados y el jardín rastrillado. Le di un par de vueltas y me pregunté qué hacer. ¿Cómo iba a descubrir lo que quería saber?

En el garaje había una camioneta aparcada, lo que quería decir que probablemente Savoy estaba en casa. Respiré hondo, aparqué delante de la casa y puse en práctica mi habilidad extrasensorial. Pero resultaba complicado en un vecindario lleno de los pensamientos de la gente que allí habitaba. Creí escuchar la señal de dos cerebros en la casa que observaba, pero era difícil estar segura del todo.

– Joder -dije, y salí del coche. Guardé las llaves en el bolsillo de la chaqueta y me dirigí a la puerta de entrada. Llamé.

– Espera, hijo -dijo la voz de un hombre en el interior.

Y oí la voz de un niño que decía:

– ¡Papá, yo! ¡Voy yo!

– No, Hunter -dijo el hombre, y se abrió la puerta. Nos separaba una puerta mosquitera. La abrió en cuanto vio que se trataba de una mujer-. Hola -dijo-. ¿En qué puedo ayudarte?

Bajé la vista hacia el niño que se abría paso entre sus piernas para verme. Tendría unos cuatro años de edad. Era el vivo retrato de Hadley. Entonces volví a mirar al hombre. Algo había cambiado durante mi prolongado silencio.

– ¿Quién eres? -preguntó con una voz completamente distinta.

– Soy Sookie Stackhouse -respondí. No se me ocurría ninguna manera más astuta de explicarme-. Soy la prima de Hadley. Acabo de descubrir dónde vivís.

– No puedes reclamar ningún derecho sobre él -dijo el hombre con voz muy tensa.

– Por supuesto que no -repliqué sorprendida-. Sólo quería conocer al niño. No tengo mucha familia.

Hubo otra pausa importante. El hombre sopesaba mis palabras y mi conducta y estaba decidiendo si cerrarme la puerta en las narices o dejarme pasar.

– Es guapa, papá -dijo el niño, y el comentario inclinó la balanza a mi favor.

– Pasa -dijo el ex marido de Hadley.

Observé la pequeña sala de estar, donde había un sofá y un sillón, un televisor, una estantería llena de DVD y libros infantiles, y juguetes por todas partes.

– Trabajé el sábado, de modo que hoy tengo el día libre -dijo él, por si acaso me había imaginado que estaba en el paro-. Oh, soy Remy Savoy. Supongo que ya lo sabías.

Asentí.

– Y éste es Hunter -dijo, y el niño se hizo el vergonzoso. Se escondió detrás de las piernas de su padre y me miró-. Siéntate, por favor -añadió Remy.

Cogí el periódico que había sobre el sofá y lo dejé en un extremo del mismo para sentarme, intentando no mirar fijamente ni al hombre ni al niño. Mi prima Hadley era muy llamativa y se había casado con un hombre atractivo. Aunque resultaba difícil decir qué era lo que le ayudaba a dar esa impresión. Tenía la nariz grande, la mandíbula un pelín prominente y los ojos un poco separados. Pero la suma de todo ello era un hombre al que la mayoría de mujeres miraría dos veces. Tenía el pelo entre rubio y castaño, grueso y cortado a capas, la parte de atrás le cubría el cuello de la camisa. Llevaba una camisa de franela desabrochada encima de una camiseta blanca. Vaqueros. Descalzo. Un hoyuelo en la barbilla.

Hunter llevaba pantalones de pana y una sudadera con un gran balón de fútbol estampado en la parte delantera. Se veía que era ropa nueva, a diferencia de la de su padre.

Acabé de mirarlos antes de que Remy acabara de mirarme a mí. No veía nada en mi cara que le recordara a Hadley. Mi cuerpo era más redondo que el de ella, el color de mi piel más claro y yo no tenía rasgos tan marcados. Pensó que no parecía una mujer de mucho dinero. Pensó que era guapa, igual que pensaba su hijo. Pero no se fiaba de mí.

– ¿Cuánto tiempo hace que no tienes noticias de ella? -le pregunté.

– No tengo noticias de Hadley desde pocos meses después del nacimiento del niño -dijo Remy. Pese a estar acostumbrado, sus pensamientos seguían imbuidos de tristeza.

Hunter estaba sentado en el suelo, jugando con unos camiones. Cargó varias piezas de Duplo en un volquete, que retrocedió muy lentamente, guiado por sus manitas, hacia un camión de bomberos. Ante el asombro del hombrecillo de Duplo sentado en la cabina del camión de bomberos, el volquete soltó toda su carga encima de él. Hunter quedó encantado con el resultado y dijo:

– ¡Mira, papá!

– Ya lo veo, hijo. -Remy me miró fijamente-. ¿Por qué has venido? -preguntó, decidido a ir al grano.

– Sólo hace un par de semanas que descubrí la posible existencia de un niño -dije-. No tenía ningún sentido seguirte la pista hasta que me enteré de eso.

– Nunca conocí a su familia -dijo-. ¿Cómo supiste que se había casado? ¿Te lo contó ella? -Y entonces, aun sin quererlo, dijo-: ¿Se encuentra bien?

– No -respondí. No quería que Hunter tomara interés por la conversación. El pequeño estaba cargando de nuevo todas las piezas de Duplo en el volquete-. Murió antes del Katrina.

Oí que la sorpresa detonaba como una pequeña bomba en su cabeza.

– Oí decir que se había convertido en vampiro -dijo inseguro, con voz temblorosa-. ¿Te refieres a esa clase de muerte?

– No, me refiero a una muerte definitiva.

– ¿Qué sucedió?

– Fue atacada por otro vampiro -dije-. Estaba celoso de la relación que Hadley mantenía con su, con su…

– ¿Novia? -La amargura en la voz y el cerebro de su ex marido era inequívoca.

– Sí.

– Ha sido un bombazo -dijo, pero en su cabeza la explosión se había ya apagado y quedaba tan sólo una sombría resignación, una pérdida de orgullo.

– No supe nada de todo esto hasta después de su muerte.

– ¿Eres su prima? Recuerdo que me había contado que tenía dos… Tienes un hermano, ¿no?

– Sí -respondí.

– ¿Sabías que se había casado conmigo?

– Lo descubrí hace unas semanas, cuando recogí su caja de seguridad. No sabía que había habido un hijo. Pido disculpas por ello. -No sabía muy bien por qué debía hacerlo o de qué modo podría haberme enterado de su existencia, pero sentía no haberme planteado siquiera la posibilidad de que Hadley y su marido hubieran tenido un hijo. Hadley era un poco mayor que yo y me imaginé que Remy tendría unos treinta o treinta y pico.