– ¿Quien eres Xypher?
– ¿Sim?
Ella sonrió al reconocer el sonido de la voz de Jesse. El reapareció justo a su lado.
– ¿Dónde has estado?
– Vosotros me habéis abandonado -dijo a la defensiva-. ¿Tienes idea lo difícil que es rastrear a un humano a través del plano ectoplásmico? No, no la tienes. Y créeme, no quieres tenerla. Estoy agradecido de haberte encontrado a ti esta vez y no a esa extraña mujer alimentando a su Schnauzer con gelatina.
Ahora, podía visualizarlo…
– De aaaaacuerdo. Lo lamento mucho.
– ¡Deberías! -Entrecerró los ojos al mirar a Xypher-. No se ve nada bien. ¿Crees que sobreviva?
– Eso creo.
– Diría que es una maldita lástima excepto que hasta que averigüemos un modo de liberarte, morirías, también.
– Que agradable que recuerdes ese pequeño detalle. -Frunció el ceño mientras le miraba y recordaba su diatriba de antes-. ¿Plano ectoplásmico? ¿Qué demonios es eso?
– Es la jerga de aquellos de nosotros que hemos cambiado de cuerpo. Es el gran Más Allá donde rebotamos unos contra otros como átomos flotantes. Es una tierra de brutos, que es por lo que paso el tiempo contigo. Pero sólo porque eres menos bruta que ellos.
Simone le miró boquiabierta ante su crítica.
– Ruego tu perdón. No soy bruta.
– Asqueroso al máximo. Y que más. Te he visto por las mañanas. No eres exactamente una dama.
Puso los ojos en blanco ante las expresiones ochenteras.
– Realmente te odio.
– Seguro que sí. -El sonrió como el gato Cheshire-. Eso explica porque estabas tan preocupada por mi.
A veces era demasiado astuto. Simone se enfadó juguetonamente con él antes de girarse hacia Xypher.
Era una lástima que supiera tan poco sobre él y le hacía preguntarse sobre su pasado. ¿Que le había hecho luchar todas las batallas que le habían dejado unas cicatrices tan horrendas, por otra parte hermoso cuerpo?
– ¿Crees que tiene razones para ser tan hostil?
– No realmente. Personalmente creo que le gusta ser un gilipollas. Sabes, hay un montón de esos en el mundo.
Era verdad. De hecho había conocido a más de ellos que su parte de fracasos, también, y todavía… Parecía ser algo más. Una persona no odiaba tanto como Xypher parecía hacerlo sin tener la habilidad de amar en el mismo grado.
Y su necesidad de matar hasta la exclusión de todos también hablaba de una extrema traición. La única persona a la que ella realmente había querido matar era la que había tomado la vida de su madre…
– No se puede odiar sin amar.
Jesse frunció el ceño.
– ¿Qué?
– Es algo que mi madre solía decir.
Hizo muecas.
– Oh, hombre, no… no te atrevas.
– ¿Atreverme a qué?
– A poner esos ojos llorones como si estuvieras simpatizando con él. -Hizo un irritado ruido con su garganta-. Eres tan tierna. ¿Hola? Este es el hombre que te ha vinculado a él mientras está tratando de descender al infierno para matar a alguien. No le preocupan tus sentimientos. No te preocupes tú por él.
Simone ondeó para alejar su diatriba.
– Oh, deja de gruñir. Ni siquiera le conozco.
– Y mejor que siga así.
Sabía que Jesse tenía razón. Es más, había una parte de ella que estaba atraída por Xypher incluso contra su sentido común. No estaba segura de por que. El parecía perdido de algún modo.
Oh, si el humor del Señor Macho Alfa estaba perdido… bien. Ella lo estaba perdiendo.
– ¿Has oído algo de Gloria? -preguntó a Jesse, tratando de distraerse.
Negó con la cabeza.
– Ni siquiera un gemido. Estoy pensando que los Daimons se la comieron.
Simone odiaba esos pensamientos. Nadie merecía ese destino.
– Espero que no. Parecía realmente agradable.
– Te oigo. -Jesse flotó hacia las cortinas. De repente, alguien llamó a la puerta.
– Entre -dijo Simone.
Carson entró en la habitación llevando una pequeña sierra de mano.
Simone dio un paso atrás, curiosa por sus intenciones.
– ¿Qué vas a hacer?
Señaló a su brazalete con la sierra.
– Me estaba preguntando si esto serviría para quitar el brazalete.
Ella sonrió con alivio. Por un segundo, había tenido miedo de que fuera a cortarle la garganta para silenciarla.
– Justo ahora eres mi persona favorita en el planeta. Si, por favor fríelo.
Carson rió mientras se movía para cogerle la muñeca con las manos. Hizo una pausa de un minuto para examinar el brazalete.
– Parece oro normal.
– Afrodita dijo que era Atlante. Algo hecho por los dioses.
El respiró bruscamente.
– Oh… -El se echó hacia atrás-. ¿Eso es malo?
– Quizás. No se lo bastante sobre ellos ni siquiera para adivinar lo que intentar cortar esto te haría. Por todo lo que sé, el mundo podría acabarse.
Ella soltó su brazo de su agarre.
– Por favor, no. Hubo una situación tensa en el final de Dexter [3] la semana pasada y tengo que ver como acaba.
Sus palabras parecieron sorprenderle.
– ¿Ves eso?
– Religiosamente. Ya que estoy mórbidamente fascinada por la serie.
– Dado mi trabajo y vida, es un programa que evito tanto como Planeta Animal -retrocedió-. Os dejaré solos otra vez.
Apenas había dado un paso fuera de la puerta antes de que oyera el retumbar de una voz profunda detrás de ella.
– ¿Donde estoy?
– Uau -dijo Jesse desde la cama-. El muerto se ha levantado… otra vez.
Ignorando a Jesse, fue al lado de Xypher. Sus ojos azules estaban ribeteados de rojo e inyectados en sangre. Su piel todavía tenía una capa de gris y por la respiración superficial podía decir que tenía grandes dolores.
– Estás en el Santuario.
Respiró profundamente y luego hizo una mueca.
– Huelo a Were-Hunter.
– ¿Were-Hunter?
Se movió ligeramente bajo la sábana antes de hablar otra vez.
– Lycantropos.
– Oh. -Realmente, eso tenía sentido para ella. Los Dark-Hunters cazaban vampiros Daimon. Los Dream-Hunters cazaban sueños y… bien, esto le hacía preguntarse que cazarían los Were-Hunter.
Si. Forzó a esos pensamientos a alejarse.
– Creo que un Were-Hunter podría haber ayudado a traerte aquí.
Xypher intentó sentarse, luego siseó.
– Con cuidado -dijo, apresurándose hacia él. Le puso las manos en el pecho, luego le empujó hacia atrás mientras una descarga eléctrica la atravesaba. No sabía por qué, pero tocar su pecho era extremadamente desconcertante, y la dejaba sin aliento-. Te dieron una grave puñalada y Carson dijo que no podía darte nada para el dolor.
Un tic apareció en su mandíbula mientras se volvía a tumbar en la cama y apartaba el trapo de la frente. Lo miró como si fuera un alien queriendo succionarle el cerebro.
– Estabas febril -explicó.
Su ceño se agudizó.
– ¿Tú hiciste esto?
Ella no podía entender su ira. Era como si su amabilidad verdaderamente le cabreara.
– Pensaba que estaba haciendo algo agradable por ti. Lo siento.
– ¿Por qué harías algo agradable por mí?
– Porque estabas herido y sangrando.
Todavía no había respiro en su fría, penetrante mirada.
– ¿Por qué te preocupas por eso?
– Fui a la escuela de medicina para ayudar a la gente. Es por lo que hago lo que hago.
– ¿Por qué?
Nunca en la vida había conocido a alguien que tuviera tantos problemas en aceptar ayuda. Querido Señor, ¿qué le habían hecho al pobre hombre para que algo tan simple como poner un trapo en su febril frente le hiciera tan receloso?
– Me estoy dando cuenta que tienes un problema con que sea agradable contigo.