– Lo quiero. -Sus ojos brillaron con sinceridad y verdad-. Se quedó y me buscó después de que mi familia se fuera. Se parecía a un hermano mayor… -Inclinó la cabeza y sonrió antes de seguir-. Ahora es el más joven. Pero no hay nada que no hiciera por él.
Cuanto lamentaba no tener aquella clase de la lealtad de alguien. Su problema era que no existía nadie que quisiera hacer algo por él.
– Puedes poner tu ropa aquí. -Abrió un cajón vacío de la cómoda.
Xypher dejó las bolsas en el suelo.
– Sabes que esto podría no funcionar.
– ¿Y eso?
– Tu dormitorio podría estar demasiado alejado. Podemos no ser capaces de separarnos.
Ella respiró bruscamente.
– Me había olvidado ya de esa cláusula. ¿Cómo lo sabremos?
Xypher se retiró.
– Empecemos caminando. En el momento en el que des con un punto donde jadees, eso debería decirnos nuestras limitaciones.
– Oh, qué alegría. No puedo esperar a ser un pececito de acuario.
– Glub, glub, pequeño pececito. Comienza a caminar.
Simone no se sentía segura mientras se dirigía despacio hacia la puerta. Pasó por la entrada, hacia el pasillo. Después de unos pasos, tuvo menos miedo. Hasta el momento iba bien.
– No parece… -Su voz se quebró al ahogarse. De repente, no podía hablar o moverse. Todo a su alrededor se estaba volviendo oscuro. Aterrador.
De la nada, Xypher estuvo allí. La tomó en brazos, la llevó al dormitorio y la puso en la cama. Su cara estaba roja mientras también él luchaba por respirar.
Le llevó varios minutos poder volver a respirar con normalidad otra vez. Xypher se quedó a su lado, mirándola con una expresión que habría denominado de preocupada si la misma idea de su preocupación por ella no fuera absurda.
– Fue espeluznante -dijo en voz baja, una vez que pudo hablar otra vez-. ¿Cómo lo hiciste, si tampoco podías respirar?
– Pura determinación.
Le colocó la mano en la mejilla y sus patillas le hicieron cosquillas en la palma. ¿Cómo podía un demonio tener momentos de bondad y compasión?
– Gracias.
Inclinó la cabeza hacia ella.
– Ahora sabemos el poco espacio del que disponemos.
Era cierto. Disponían de tal vez entre cuatro y seis metros antes de que la distancia los matara.
– ¿Qué vamos a hacer?
Xypher consideró sus opciones… ninguna de las cuales era muy buena. Se aclaró la garganta antes de contestar:
– Vamos a encontrar algún modo de salir de ésta.
– ¿Y si no podemos?
Entonces ella iba a morir cuando matara a Satara. Y no habría ningún modo de evitarlo.
CAPÍTULO 6
Simone saltó cuando el teléfono en su bolsillo sonó rompiendo el incómodo silencio entre ellos. Sacándolo del bolsillo, contestó para encontrarse a Julián al otro lado de la línea.
– Siento molestarte, Simone. Pero ya que ha regresado mi esposa, nos preguntábamos si querrías que te devolviéramos el coche.
– Eso sería fabuloso. ¿Estás seguro de que no será demasiada molestia?
– En absoluto. Sólo dame la dirección y nosotros lo llevaremos allí.
– Oh, espera, tú no tienes las llaves de mi coche.
Él se rió por lo bajo.
– Confía en mí, no será un problema.
¿Cómo podía olvidar que estaba hablando con un semidiós?
– En ese caso, muchísimas gracias.
Aliviada de conseguir que le devolvieran su vehículo, Simone le dio la dirección, después colgó. Finalmente algo iba bien. Eran casi diez horas después, pero más vale tarde que nunca.
Se incorporó en la cama.
– Supongo que tenemos que traer el colchón de la cama de Jesse y colocarlo en el suelo para ti.
Xypher retrocedió para darle a ella espacio para moverse alrededor del cuarto.
– ¿Por qué lo harías?
– Para que tengas un lugar cómodo donde dormir esta noche.
Su ceño se hizo más profundo.
– No necesito un colchón.
¿Hablaba en serio? No había manera en que fuera a dejar que un hombre extraño durmiera en su cama, especialmente no uno que se viera tan bien como él. No confiaba en ninguno de los dos para mantener las manos en ellos mismos.
– No puedes dormir en el suelo. Hace frío.
Él arqueó una ceja ante su tono indignado.
– He estado durmiendo sobre tierra helada durante setecientos años. Por lo menos tus suelos están limpios y no hay nada corriendo sobre ellos que me muerdan mientras duermo.
Le dolió el corazón ante la descripción que le dio. Por su expresión, podía decir que no bromeaba ni exageraba.
– ¿Qué hiciste para que te condenaran?
Él apartó la mirada.
Simone se acercó a él lentamente de modo que pudiera mirarle y tocarle el brazo. Medio esperaba que maldijera y la empujara.
No lo hizo.
Xypher no podía respirar cuando se quedó mirando fijamente en esos curiosos ojos avellana que quemaban su alma. Ese toque, combinado con esos ojos, lo debilitó.
Todo lo que él quería hacer era tirar de ella a sus brazos y sentir su suave consuelo.
Si sólo fuera tan sencillo. Pero no lo era. Sus heridas no podían ser aliviadas tan fácilmente. Demasiados siglos de abuso lo habían dejado vacío. Él dejó escapar un profundo suspiro antes de responder su pregunta.
– Permití que alguien me utilizara.
– ¿Te utilizara cómo?
¿Cómo podía él explicar lo de Satara a alguien que no tenía idea de una criatura tan maliciosa y fría? Había veces cuando ni siquiera él entendía la naturaleza de su complicada reacción.
– Ella me hizo adicta a sus emociones y usó esa adicción para controlarme. Pensé que la amaba y que tenía que hacer cualquier cosa para hacerla feliz.
Simone inclinó la cabeza.
– Cualquier cosa, ¿huh? ¿Qué te pidió que hicieras?
Él vaciló para contárselo todo. No había necesidad de que supiera el monstruo que había sido.
– Me encargué de sus locos enemigos por ella. Hice que se volvieran unos contra otros y contra sus propias familias. Ellos mataron violentamente a otras personas y entonces se suicidaron.
Parpadeó ante los recuerdos que todavía lo acechaban. Hombres que había forzado a pelear por ninguna otra razón que la de hacer feliz a Satara.
– Créeme, me gané mi condena. Nunca la he esquivado. Los Destinos no lo permitirían. Pero yo no debería haber sufrido sólo en el Tártaro. Puede que yo cometiera las muertes, pero Satara las encargó.
Simone intento entenderle a él y lo que había hecho. Por qué había sido condenado por eso. Pero no importaba cuanto lo intentara, no podía reconciliarse con alguien digno de ser castigado tan severamente.
– Tú dices que los demonios son herramientas de otros. ¿Por qué soportas la responsabilidad de ser fiero por naturaleza?
– Yo no soy sólo un demonio, Simone. Soy un dios. Lo que hice fue imperdonable. Yo no pido ningún tipo de salvación o de comprensión.
No, él sólo pedía venganza,
– ¿Qué te hace tan implacable?
La intensidad de esa mirada la chamuscó. Era vacía y fría y al mismo tiempo tocaba algo en su interior.
– Tienes las agallas de hacerme esa pregunta. Ruega a cualquier dios en el que creas para que siempre permanezcas ignorante.
Él se apartó de ella y camino hacia la ventana.
Jesse vagó de regreso al cuarto, haciéndola preguntarse donde habría estado los últimos minutos. Por otra parte, a Jesse no le gustaban los visitantes en la casa así que quizás hubiese salido a pasear.
– ¿Tienes algo de sal?-preguntó de repente Xypher.
– ¿Sal?
Qué extraña salida de su anterior tema recurriendo a tal original tópico. ¿Qué tenía que ver la sal con nada?
Él comprobó la cerradura de su ventana antes de responder.
– Tenemos que esparcirla alrededor de las ventanas y puertas, o cualquiera cosa que de afuera.
– ¿Por qué?
– La sal es una sustancia pura. Incorruptible. Ningún demonio de sangre pura puede cruzarla.