Kaiaphas levantó las manos como si intentara atravesar otra vez la ventana, pero se contuvo.
– No puedes quedarte ahí dentro para siempre.
– Cierto, pero puedo quedarme lo suficiente para fastidiar tu mejor día.
Kaiaphas siseó. Su mirada pasó de Xypher a Simone, bajando a donde Xypher tenía su protectora mano en la cintura de ella.
– Fascinante… has progresado de aterrorizar a proteger humanos. Si realmente quieres mantenerla a salvo, sal y tomaré tu vida y la dejaré vivir.
– Eso funcionaría si nosotros no estuviésemos llevando los brazaletes que Satara nos envió. Muero yo, ella muere. Sepáranos y quizás considere tu oferta.
Kaiaphas chasqueó.
– ¿No confías en mí?
Confiar…
Esa palabra lo llevó de regreso a su infancia. Apenas siendo más que un niño que empieza a andar, Xypher había estado tan hambriento que habría hecho cualquier cosa por comida. El tiempo había sido duro, arrasando con todos los cultivos. Xypher había encontrado un poco de pan enfriándose sobre el alfeizar de un edificio, pero no había sido lo bastante alto para alcanzarlo. Había intentado durante una hora encontrar alguna cosa en la que subirse o con qué bajar el pan. Pero esto continuaba escapándose a su investigación.
Frustrado, había llorado y se había ido a casa, hambriento. Kaiaphas había venido a él.
– ¿Qué pasa, hermano?
Estúpidamente le dijo lo del pan.
– Dime donde está y lo compartiré contigo.
– ¡Es mi pan!
Kaiaphas había chasqueado ante él.
– Tú te alimentas de comida de humanos. ¿No es mejor tener la mitad del pan que ninguno? Confía en mí, hermano. Lo compartiré.
Xypher había accedido. Después de revelar su localización, había visto como Kaiaphas cogía el pan recién hecho y se lo comía mientras él lloraba. La peor parte era, que al contrario que él, el bastardo no necesitaba comida. Kaiaphas necesitaba sangre. Se lo había comido sólo por tacañería y nada más. Cuando Xypher había ido a quejarse a su madre, ella lo abofeteó con tanta fuerza como para romperle el labio.
– Si no eres lo bastante demonio para conseguirlo por ti mismo, no te lo mereces -eso es lo que siempre había dicho su madre. Ella le había hecho meditar sobre el veneno y el odio.
Confiar era de tontos.
Y él nunca confiaría otra vez en Kaiaphas.
– Ni un poco. Dame la llave, y una vez que ella esté libre, lucharemos.
– No lo haré.
Xypher le dio crédito por no mentir sobre eso.
– Como pensaba. No tienes intención de cumplir nuestro trato. Nunca cambiarás, hermano.
Kaiaphas cargó contra la ventana. Su cara iluminó todo el cristal.
– Voy a disfrutar matándote.
Xypher caminó lentamente hacia la ventana y agarró el cordón.
– Dale recuerdos a mamá -él dejó caer las persianas.
Simone no sabía que la sorprendía más. El hecho de que tuviera un asqueroso demonio flotando fuera de su ventana o que dicho sucio demonio fuera el hermano del pedazo de queso más caliente que tenía en frente de ella.
– No es realmente tu hermano, ¿verdad?
– ¿No puedes ver el parecido?
– Desde que tu piel no está cocida y tus ojos no son normalmente sangrientos, no.
– Ni siquiera lo son los suyos. Es todo una pantomima diseñada para asustar humanos. Él es un jodido grajo.
– ¿Tú podrías hacerlo mejor?
Antes de que pudiera parpadear, se dirigió hacia el techo y se transformó de hombre a una sombra negra que llenaba la mitad de su habitación. Los colmillos estallaron saliendo de su boca cuando sus ojos se volvieron de un enfermizo amarillo fluorescente. El fuego ondeaba sobre cada parte de él.
Simone trastabilló.
– Sí -dijo él, su voz demoníaca y terrorífica-, puedo hacerlo mucho mejor.
En un flash volvió a ser de nuevo humano.
– Mi padre es Phobetor, el dios griego de las pesadillas. El padre de Kaiaphas era algún tipo de demonio come carne que Ares usaba para soltar sobre sus enemigos para joderlos y reírse de ellos. Mi hermano no tiene actitud. Ni brillantez. Es un completo grajo problemático que utiliza una profunda voz de demonio y unos aterradores ojos rojos que harían que todo el mundo se meara en sus pantalones de miedo.
Su divagación era curiosamente divertida.
– Sí, vale… eso es algún tipo de rivalidad entre hermanos que tenéis vosotros dos.
Xypher bufó.
– Ni siquiera es rival para mí. -Un músculo palpitó en su mandíbula. Golpeó el pulgar contra el muslo como si estuviese contemplando algo y no encontrara la respuesta adecuada -Satara sabe que él no es suficientemente poderoso para matarme. ¿Por qué lo convocaría entonces para ir tras de mí?
Eso a ella le parecía obvio.
– Para matarme desde que yo soy la débil y matarnos así a los dos.
– No, hay algo más que esto, ¿Y por qué sólo envió un demonio? Podía convocar más. ¿Por qué no lo ha hecho? Algo no está bien -Volvió a la ventana y abrió la persiana de golpe.
Kaiaphas se había ido.
– Necesito todos mis poderes -gruñó Xypher, bajando la persiana otra vez.
– Si necesitas un oráculo…
– No. Necesito algo más poderoso que Julián.
Eso fue un pensamiento extremadamente aterrador para ella
– Dado lo que he visto hoy, no creo que me guste la manera en que suena eso.
– Mañana te gustará incluso menos.
– ¿Por qué?
– Por que mañana vamos a convocar algo tan malo, que hará que la misma tierra llore.
Kaiaphas Cruzó la calle, observando la ventana donde sabía que estaba su hermano.
Esperando.
Un gallu no podía romper la restricción de sal y un Daimon no podría entrar en el apartamento sin una invitación. Malditos los dioses y sus estúpidas reglas. Pero para eso, él ya había estado en el interior, jugando con ellos y apaciguando a Satara.
Maldijo ante el pensamiento de tener que enfrentar a esa zorra con el fracaso. De todos sus amos, ella era la peor y eso era mucho decir dado a las formas de vida rastreras a las que había servido durante toda su vida.
Sólo por una vez, ¿No podía la persona que convocaba un demonio ser amable? ¿Era realmente demasiado pedir?
Sus pensamientos volvieron a su hermano.
– ¿Qué estás planeando, Xypher?
Ese bastardo era tan inteligente que tenía que darle crédito. Por no mencionar su improvisada destreza. Pero habiendo Hades debilitado a Xypher, no estaba seguro que no se le pudiera herir después…
Kaiaphas maldijo cuando la cinta de esclavo sobre su antebrazo se calentó hasta un doloroso nivel. Era Satara convocándole.
Si tenía que escuchar su patético maullido…
Lanzó una ráfaga a un coche en la calle y sacudió los cristales. La alarma empezó a sonar así que le disparó otra vez. Ésta cesó en un roto gorjeo.
Si sólo eso fuese la cabeza de Satara.
Pero eso no podría ser mientras ella siguiera en posesión de su alma. Un alma que había cambiado por…
No quería pensar en ello. Había hecho el pacto y estaría vinculado a él por toda la eternidad.
¿Lo estaría?
Una lenta sonrisa curvó sus labios mientras consideraba la alternativa. Era insidioso, pero quizás funcionase y solucionaría todos sus problemas.
Maldijo cuando la banda levantó ampollas en su piel. La cobarde zorra podía esperar hasta que él estuviese listo para enfrentarla. Haciendo eso a un lado, se transformó en un humano y se dirigió calle abajo en busca de una víctima.
Cuando rodeó una esquina, localizó a una mujer paseando con su perro. Perfecta. Justo lo que necesitaba…
El pequeño caniche marrón empezó a ladrar tan pronto captó su esencia inhumana.
Kaiaphas se agachó sobre la acera.
– Aquí, poochie, poochie -el perro continuó gruñendo y ladrando.
Él se rió antes de convertir al perro en una bola en llamas. La mujer gritó y echó a correr.
No llegaría lejos.