Le tocó el hombro a Simone.
– No, cariño. No son clientes. Son demonios, y están siendo repelidos por la sal que utilizo para mantener a los canallas fuera de mi tienda.
Dejó salir un largo suspiro antes de moverse a su mostrador. Se colocó las gafas, y luego sacó una pequeña arma que parecía una ballesta calibrada de mano.
– ¿Sabes cómo utilizar esto? -Le preguntó a Xypher.
– Absolutamente.
– Bien. Devuélveme el amuleto para guardarlo en un lugar seguro.
Se obligó sin decir otra palabra.
Liza se lo colocó en el cuello.
– Ahora, espera aquí un segundo. Hay algo más que puedes utilizar.
Simone se quedó perpleja. Sabía que Liza era una Escudera y un poco extraña, pero estaba viendo un lado completamente nuevo de la diminuta mujer. Liza era intrépida.
Un segundo después, Liza volvió con un sable de oro.
– Éste es fácil de usar. La punta final entra en su cuerpo.
– Gracias-dijo él secamente-, odiaría llegar a confundirme.
– Sí, lo harías, dulzura. Ahora, ve a patear algunos traseros de demonio.
Simone arqueó una ceja.
– Sabes, la comisaría está a sólo un par de bloques hacia abajo. ¿No es peligroso? ¿Qué pasa si ven la pelea?
Xypher bufó.
– No vivirían lo suficiente para llamarlos.
Simone se horrorizó por su tono seco.
– No puedes matarlos, Xypher.
– No tendré que hacerlo. Los demonios lo harán por mí. Ahora, si te acercas un poco a la puerta, tengo una pelea que llevar a cabo.
Simone lo siguió a la entrada y contuvo la respiración cuando él salió a la calle para enfrentarlos.
El demonio más alto se adelantó. Su cabello castaño estaba adornado con puntas que culminaban en tono rubio. Tenía una barba de chivo y ojos azul cristalino. Vestía un par de vaqueros y una chaqueta marrón de cuero; parecía apenas otro tipo en la calle para cualquier observador ocasional. Al igual que los otros tres. Como el alto, eran guapos y vestían del mismo modo como cualquiera que vieras en público. Esto le hizo bajar un escalofrío por su espina dorsal al darse cuenta de que podían existir sin hacerse notar en absoluto. ¿Cuántas veces se habría sentado ella al lado de un demonio sin saberlo?
Xypher barrió al grupo con una mirada que dejó claro que él no los consideraba una gran amenaza. Si solamente ella pudiera estar tan segura.
– Kaiaphas -saludó él, la sorprendió el hecho de que el alto fuera su hermano. Wow, sin la piel hirviente, el demonio estaba muy bien-. Veo que finalmente hiciste algunos amigos. Debes haber aprendido a utilizar por fin un cepillo de dientes. Sabes, es ese arriba y abajo, de aquí para allá que confunde a las personas… o a los demonios.
Uno de los demonios abrió la boca y enseñó dos filas de dientes serrados.
Xypher curvó el labio.
– Realmente, deberías consultar a un dentista por eso. He oído que pueden hacer maravillas en estos días.
– Matadlo -gruñó Kaiaphas.
Xypher sorprendió al primero con un corte alto de la espada. Cortó a través del estómago. Pero antes de poder retirarse, otro de los demonios lo derribó contra el suelo.
Simone silbó cuando vio a Xypher caer sobre la acera.
– No puedo mirar y no hacer nada.
– No puedes luchar contra un demonio, Simone -dijo Liza-. No tienes la menor idea de lo fuertes que son. Lo mejor que podemos hacer como humanos es quedarnos fuera de esto y permitirles a ellos luchar. No te conviertas en la debilidad de Xypher.
Las palabras de Liza le recordaron a Acheron. Miró abajo hacia la muñeca donde todavía llevaba la banda de cuero.
– Realmente, pienso que puedo.
Antes de que Liza pudiera detenerla, ella corrió, sacó la hoja y empujó al demonio lejos de Xypher. En el momento en que lo tocó, algo la atravesó como una corriente eléctrica. El demonio voló, literalmente. Golpeó el edificio tan duro que sacudió la floja albañilería.
– Santa mierda -respiró, asombrada de lo que había hecho. Acheron había tenido razón. Tenía poderes sobrehumanos.
– ¡Simone!
Dio una vuelta rápida al ver venir a Kaiaphas rápidamente por ella. Lo agarró del brazo y lo tiró al suelo. Desafortunadamente, él no permaneció allí. Saltó sobre sus pies y le dio una asombrosa patada en las costillas. Simone siseó de dolor.
Le mordió el brazo, y luego la abofeteó. Ella sintió el sabor de su sangre. De repente, Xypher estaba allí. Agarró a su hermano y le pegó tan duro que la fuerza del golpe levantó por los pies a Kaiaphas.
Simone se sentía muy extraña…
Su visión disminuyó y todo fue confuso. Otro demonio vino hacia ella, pero le parecía que se movía en cámara lenta. Empezó a golpearla. Ella lo eludió, entonces le propinó un duro codazo en la espalda. Él giró a su alrededor y le hundió los dientes en el brazo. Ella gritó a causa del desgarrador dolor.
– ¡No! -gritó Xypher, apresurándose hasta su lado.
Realmente, no pudo ver ni entender nada después de eso. Todo fue un borrón. Oyó a alguien gritar del dolor y lo próximo que supo era que estaba de vuelta en la tienda de muñecas.
– Oh, no -lloriqueaba Liza-. No, no, no. ¿Qué vamos a hacer?
Xypher no podía respirar cuando vio las marcas de mordeduras en la piel. A diferencia de un Daimon, que no podía convertir a los humanos en vampiros, el gallu sí podía. Dado que él era demonio en parte, era inmune a la saliva infectada. Simone no lo era.
Algo se estrelló en la ventana, rompiéndola.
– ¿Qué pasa, Xypher? ¿Te cansaste de jugar con nosotros?
Se levantó para atacar, pero Liza tironeó de él.
– Simone nos necesita. Déjalos.
Eso era más fácil decirlo que hacerlo, pero al fin, obedeció. La muerte de Kaiaphas podía esperar. Simone no podía. Sin mencionar que mientras ella estuviera inconsciente, él no podría salir sin matarlos a ambos.
Se pasó una mano enojado por el pelo mientras pensaba en alguna forma de salvarla. Maldita sea, si hubiera sido capaz de llegar hasta Jaden con el amuleto, esto no habría sido un problema. Simone sería libre para vivir su vida, sin él, y él estaría libre para matar a Satara.
Ahora ella podía acabar muy bien como un gallu zombi, y todo por su culpa.
– ¿Qué podemos hacer?
Liza sacó un móvil de su bolsillo.
– Estoy llamando a Acheron. Si hay alguien que tenga una solución…
– Quizá deba llamar a Jaden.
– ¡No! -Dijo Liza, sus ojos denotaban furia-. Me niego a tener a esa criatura aquí. Él es más amenaza de lo que lo es un gallu y no estoy dispuesta a pagar sus precios.
Ella tenía razón.
Xypher asintió.
– Llama al Atlante y yo llamaré a Jesse.
En caso de que fallaran en salvarla, Simone querría a Jesse aquí, y Jesse querría estar con ella. La única razón por la que el fantasma no estaba aquí era porque no le gustaba asistir a las clases de Simone. Siendo un muerto, no le gustaba escuchar sobre autopsias o ver otros cadáveres.
Xypher sacó el teléfono de Simone de su bolsillo y llamó a su casa. Tan pronto el contestador respondió, habló con tanta calma como le fue posible.
– Jesse, soy Xypher. Creo… -no soportaba decirlo, pero no tenía elección-. Simone está herida. Gravemente. Tienes que venir a la tienda de Liza inmediatamente.
El fantasma estuvo allí antes de que pudiera colgar.
La cara de Jesse palideció cuando la vio yacer en el piso, retorciéndose del dolor.
– ¿Qué demonios sucedió?
– Ataque de demonio.
Los ojos de Jesse flamearon cuando corrió hacia la garganta de Xypher.
Xypher lo agarró y lo tiró al suelo.
– No me presiones, chico. Estoy con el humor ideal para mutilar gravemente a alguien, y ya que no puedo alcanzar a mi hermano, quizás demuestres ser un substituto digno.
– No lo hagas -jadeó Simone, alcanzando a tocar la pierna de Xypher-. Por favor, no lo lastimes.
Toda su ira despareció. Lo último que él quería era lastimarla.