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Xypher enlazó sus manos y las levantó en alto para que el Caronte pudiera verlas.

– No habrá guerra en tanto mi Katika no sea amenazada.

– Entonces tenemos un acuerdo. -Xedrix se movió a un lado y extendió el brazo para abrirles el paso-. Pieryol akati.

Simone frunció el seño.

– ¿Qué significa eso?

– La paz es nuestro camino, mi señora. -Xedrix la siguió de cerca-. Seguid a Tyris.

Los guió hacia un edificio ubicado a la izquierda, donde se abría una puerta en el lado opuesto a un contenedor.

Simone parpadeó ante la densa oscuridad que los envolvió al entrar en lo que parecía la parte trasera de un club. Todo estaba pintado de negro, incluso el suelo. Arregladas cortinas negras separaban el área en la que se encontraban de una plataforma sobre la que colgaba un letrero con las palabras CLUB VAMPYRE.

Ella aún no perdía su cuota de ironía.

– Bonito nombre.

Los ojos de Xedrix centellearon rojos en la oscuridad.

– Puede que no sea humano, señora. Pero eso no significa que no perciba el sarcasmo cuando lo oigo.

– Lo siento.

Mientras Xedrix los guiaba a través de las cortinas, Simone dejó escapar un grito sofocado. Había al menos una docena más de Carontes, y al contrario que Xedrix y sus dos compañeros, estos parecían demonios. Tenían cuernos en las cabezas y sus pieles se combinaban en infinitos colores, usualmente dos por criatura. Estaban veteados de tal manera, que resultaban verdaderamente atractivos. Sus ojos variaban del amarillo al blanco, al rojo y al negro. Al igual que sus cabellos, cuyos colores iban del negro al marrón o al caoba. Grandes alas de brillantes colores sobresalían de sus espaldas, proporcionándoles una extraña apariencia angelical que contrastaba con sus colmillos y sus físicos, perfeccionados para la batalla.

Simone dio un paso atrás y se topó con Xypher, que parecía encontrar la escena totalmente admisible.

– Tal vez debería dejar mis llaves fuera.

– Tranquila, -le dijo Xypher, envolviendo los brazos alrededor de su cintura para evitar que saliera corriendo-. Tú no eres quien corre peligro.

– ¿Cómo lo sabes?

Señaló el grupo con un movimiento del mentón.

– Por naturaleza, los Carontes son una raza extremadamente matriarcal. Los machos están siempre al servicio de las hembras, que es la razón por la que dije que tú eres mi propietaria. Esa es la forma en que entienden el mundo. Y afortunadamente para nosotros, los machos no suelen ser tan beligerantes como las hembras.

– ¿En serio?

Él asintió.

– Ya que no hay hembras presentes, asumo que estamos relativamente a salvo. Al contrario que las hembras Caronte, los machos sólo atacarán si se les ordena o amenaza. -La comisura de un lado de su boca se elevó-. Sabias palabras, no los amenaces. Yo soy bueno, pero en este momento, ellos me superan en número.

– Descuida. No tengo intenciones de herir su orgullo dentro de su guarida.

Xypher la liberó.

– ¿Dónde está vuestra Katika? -Le preguntó a Xedrix.

Éste cruzó los brazos sobre el pecho.

– No tenemos.

– ¿Ha muerto?

Él negó con la cabeza.

– Somos Dikomai.

– Guerreros machos. -Xypher susurró las palabras al oído de Simone, para que pudiera entenderlo.

– Algunos años atrás nuestra Katika fue atacada. Había un griego -escupió las palabras como si fueran la cosa mas desagradable que pudiera imaginar- un dios, que buscó liberarla de su cautiverio. Ella nos envió a proteger a su hijo y luchar contra los griegos que pretendían dañarlo. Nosotros vinimos y peleamos. Muchos sucumbieron y antes de que los pocos sobrevivientes pudiéramos regresar a casa, el portal se cerró, recluyéndonos en este reino.

Tyris frunció la boca.

– Y ahora estamos siendo atacados por los gallu. Que todos ellos ardan y perezcan entre las cenizas del escamoso culo de un dragón.

– Vaaale, -dijo Simone en voz baja, pero había que darles crédito, esa era una buena maldición para dedicarle a alguien que no te gustara. Las imágenes lo decían todo.

– ¿Porqué están atacando los gallu? -preguntó Xypher.

Los machos se negaron a responder.

Xypher negó con la cabeza, para que advirtieran que no sólo se estaban negando a compartirlo con él. Perfecto. Tan solo, perfecto.

– Dejadme intentarlo otra vez. ¿Qué es lo que ellos quieren que vosotros tenéis?

Los machos se acercaron para formarse hombro con hombro con los brazos cruzados. Una consolidada pared de acérrimo machismo.

Simone sacudió la cabeza ante lo que veía.

– Son ideas mías o, ¿alguien más siente que se envenena con tanta testosterona?

Xypher hizo una mueca.

– ¿Qué?

Ella extendió la mano.

– Míralos. Listos para luchar hasta la muerte antes que responder a una simple pregunta… ¿sabes?, se me ocurre que hay una sola cosa que haría que los hombres actuaran así, especialmente hombres provenientes de una sociedad altamente matriarcal, dispuestos a entregar sus vidas sin siquiera dialogar.

– ¿Y eso sería?

– Una mujer.

Xypher se paralizó al advertir que ella estaba en lo cierto. Era por lo único por lo que ellos estarían dispuestos a morir protegiendo.

¿Pero de quien se trataba?

– ¿Dónde está la hembra? -preguntó Xypher.

Xedrix dio un paso adelante y los miró con odio.

– ¡Largaos!

– Está bien, Xedrix. -La voz era suave y tranquila, y enmarcada con la cadencia más musical que le era posible.

– No les temo.

Los demonios machos se apartaron al tiempo que una pequeña figura emergía en medio de ellos.

Cuando finalmente quedó a la vista, Simone jadeó ante la frágil belleza. Vestía jeans y un largo suéter verde, era la misma mujer que se había mudado a un apartamento cercano al de ella, unas pocas semanas atrás.

Medía apenas metro y medio de alto, se asemejaba a una de las muñecas de porcelana que fabricaba Liza. Su piel y sus labios eran tan pálidos que parecían luminiscentes. Largo y platinado cabello flotaba alrededor de su pequeño, pero aún voluptuoso cuerpo. El único color que tenía era el de sus ojos plateados, que brillaban entre una gruesa franja de pestañas color negro azabache.

No había forma de que luciera más inofensiva o hermosa.

Pero los recientes poderes demoníacos de Simone percibieron las letales habilidades de la pequeña mujer.

Esta era la Dimme de los gallu.

– Mi nombre es Kerryna.

Xypher se interpuso entre Simone y la Dimme.

– Los gallu y los Carontes son enemigos acérrimos. ¿Cómo es que ellos te protegen?

Kerryna extendió la mano hacia Xedrix que se arrodilló junto a ella, le dio un apretón para luego sostenerla contra su corazón.

La calidez se extendió a través de Simone al comprender que ellos estaban enamorados.

Pero eso no cambiaba el hecho de que Kerryna había asesinado a Gloria, y a otros.

– No fui yo.

Simone parpadeó ante las suaves palabras de Kerryna.

– ¿Qué?

– Yo no asesiné a Gloria. Sólo he matado a dos hombres desde que fui liberada, y te aseguro que ambos se merecían lo que les sucedió. Aún tú habrías decidido acabar con sus vidas.

Xypher sacudió la cabeza con incredulidad.

– Estoy realmente confundido. Estaba presente cuando escapaste de tu guarida en Nevada.

Kerryna asintió.

– Te recuerdo a ti, al dios Sin y a su mujer Katra. El otro dios, Zakar, me persiguió durante interminables días, hasta que fui capaz de escapar de él y esconderme. Es una bestia persistente. Y fue difícil. No sabía nada de este mundo, de su gente o lenguas.

Xypher podía entenderla. Algunas cosas aún le eran desconocidas, a pesar de contar con sus poderes divinos y de haber venido antes a ayudar a Katra y Sin.

– ¿Por qué viniste aquí, a Nueva Orleáns?

Ella señaló a Simone con el mentón.

– Somos primas. Su padre era mi hermano. Está en mi naturaleza necesitar a mi familia junto a mí, pero cuando la conocí, me di cuenta de que ella no estaba preparada para aceptarse a sí misma, o a mí. Sus poderes habían sido limitados. Su esencia, ocultada. Se creía humana y pensé que era mejor dejarla con esa ilusión.