– ¿Sabes?, -dijo Simone rodeando a Xypher- para ser una asesina indiscriminada es notablemente lúcida y considerada.
Kerryna sonrió.
– A causa del miedo, mis hermanas y yo fuimos encerradas tan rápido, que nadie se preocupó por aprender nada sobre nosotras. A pesar de que nacimos de los gallu, nosotras no somos gallu. La diosa Ishtar nos dio el don de la compasión y la comprensión. Creo que ella sabía lo que habría de sucedernos y quería asegurarse de que no destruyéramos el mundo, del modo en que nuestro creador pretendía. Aún así, de ser todas liberadas, no se qué habría de suceder. Dos de mis hermanas no son tan bondadosas o solidarias. Ellas anhelan la sangre sobre todas las cosas.
Xedrix se puso de pie y enlazó un brazo protector sobre sus hombros. Ella alzó la mano para acariciar su antebrazo afectuosamente. Él la sostenía desde atrás, mientras miraba hacia ellos con recelo.
– Los gallu quieren llevársela para usarla. Yo no lo permitiré.
Kerryna se recostó contra él.
– Ellos asesinan para hacerme salir.
Simone suspiró.
– Sabes, cuanto más sé sobre los gallu, menos me gustan y más odio compartir un lazo genético con ellos.
Kerryna asintió comprensivamente.
– Los machos son difíciles de tolerar, por momentos. Al contrario que los Carontes, son dominantes y crueles. Para ellos, las mujeres son animales de cría o alimento.
Simone lanzó una reveladora mirada hacia Xypher sobre su hombro.
Él no parecía para nada arrepentido.
– No puedo evitar asemejarme a ellos. Todos somos víctimas de nuestra herencia. Pero al menos yo escucho de vez en cuando.
Era cierto. Lo hacía, y eso lo convertía en semi-tolerable. Ella le sonrió.
– Bueno, ¿qué puedo decir? Después de todo, eres un dios.
La única señal de diversión que ella pudo percibir fue una sutil distensión alrededor de sus ojos. No era que lo culpara. Cuando estabas rodeado por una clase guerrera de demonios, probablemente era bueno no mostrar ningún tipo de humor.
Lo que le recordó la importancia del asunto.
– De acuerdo, aún tenemos a los gallu sueltos asesinando gente… y demonios. ¿Cómo les detenemos?
Xedrix frotó su rostro contra el cabello de Kerryna.
– Hemos intentado encontrar la manera, pero aún no se nos ha ocurrido nada. Mientras tengamos a Kerryna, ellos ni siquiera discutirán una tregua.
– No volveré con ellos. Todos los gallu son desagradables. -Ella miró a Xypher y se sonrojó bellamente-. Sin ánimos de ofender.
– Está bien. Estoy habituado a los insultos. -Xypher echó un vistazo a Simone. Ella farfulló.
– Yo no te insulto… mucho.
Xypher no respondió. En vez de eso, entrecerró sus ojos hacia Xedrix.
– Sabes, se me acaba de ocurrir algo… ¿Eres capaz de abrir un portal hacia Kalosis?
Xedrix negó con la cabeza.
– Lo hemos intentando. Por algún motivo, no podemos hacerlo.
Xypher chasqueó la lengua.
– Estás mintiendo Xedrix, puedo olerlo.
– Nos rehusamos a volver, -dijo Tyris con furia, mientras daba un paso al frente-. Éramos esclavos allí. Xedrix era la mascota de la Destructora. Lo trataba como a un tonto. No estaré a su merced ni un sólo día más. Fue una bendición escapar cuando lo hicimos. Preferimos morir aquí como agentes libres que regresar a lo que solíamos ser.
Simone miró a Xypher con el ceño fruncido.
– ¿ La Destructora?
– Una antigua diosa Atlante llamada Apollymi cuyo esposo la apresó en Kalosis once mil años atrás.
Simone se preguntó que habría hecho la diosa para merecer tal sentencia.
– Que bien, y tú quieres ir a visitarla, ¿ah?
– No, no quiero. Lo que quiero es matar a Satara.
Ante la mención del nombre de Satara, más de la mitad de los demonios hicieron ruidos de disgusto.
– ¡Mata a esa perra!
– Dásela de comer a la Destructora.
– Degolladlas a ambas.
Simone estaba impresionada por tanto veneno. Parecía que tanto Satara como la Destructora podrían beneficiarse con un seminario sobre como hacer amigos e influenciar a las personas, o en este caso, demonios.
– Guau, ese Kalosis, podría rivalizar con Disneylandia. Apúntame para la próxima excursión.
– Lo haría, pero dadas las circunstancias, un viaje hacía allí parece más difícil de conseguir que una entrada de sobra para un show de Hannah Montana.
Simone se rió.
– Muy bueno, un ejemplo de la actualidad.
– Puedes darle las gracias a Jesse. Está totalmente enamorado de Hannah. -Xypher cruzó miradas con Xedrix-. ¿Qué tengo que hacer para convencer a uno de vosotros de que abráis el portal?
– No hay nada que puedas hacer.
Xypher miró a Kerryna, y Simone supo exactamente lo que estaba pensando.
Xedrix la empujó tras él y se tensó.
– No te alteres, -dijo Xypher-. No pensaba en eso. Jamás amenazaría a tu mujer. Sólo estaba meditando en lo equivocado que estaba sobre ella.
Simone enarcó una ceja.
– ¿En serio pensabas eso?
Su rostro denotó una gran ofensa.
– No, ¿tú también?
– Lo siento. Tienes razón, te conozco mejor que eso. Pero en mi defensa diré que la forma en que la miraste fue… espeluznante.
Xypher le hizo una mueca y volvió su atención hacia el Caronte.
– Se que debe haber una manera en la que podamos ayudarnos mutuamente. Piénsalo. Necesito entrar a Kalosis.
Xypher intensificó su anterior gesto, apretando sus manos juntas las elevó.
– Pieryol akati.
Xedrix inclinó su cabeza antes de repetir las palabras.
Xypher la empujó hacia la puerta, pero antes de que se alejaran Kerryna los detuvo.
– Somos familia, -le dijo suavemente a Simone. Se quitó un collar con una pequeña piedra roja de su cuello y lo depositó en su palma-. Si me necesitas, coge el cristal con tu mano y llámame. Llegaré de inmediato.
– Gracias.
Kerryna la abrazó fuertemente.
– Hay fuerza en tu interior, Simone. Nuestra sangre es la más fuerte entre los gallu. Nunca lo olvides.
– Lo recordaré.
Kerryna le dio palmaditas en la mano.
– Trabajaré en Xedrix para ti, -le dijo amistosamente a Xypher-. Si la venganza es lo que realmente quieres, encontraré la forma para que la consigas.
Con eso, ella los abandonó y regresó junto a Xedrix.
Simone se volvió hacia Xypher.
– Ni siquiera es la hora de la cena y ha sido un día interesante. Estoy un poco asustada al pensar en lo que nos deparan las horas venideras. ¿Qué hay de ti?
– Cualquier minuto en que no esté siendo azotado por un látigo, es uno grandioso en mi opinión. -El estómago le dio un vuelvo ante la sequedad de su tono y ante el recuerdo del mundo que él había dejado atrás. Si Xedrix pensaba que el suyo era malo, debería probar con el de Xypher-. ¿Realmente tienes que pensar en eso?
– Si pensara que hay una forma de evitarlo, créeme, lo haría. Pero ya he sido sentenciado. Y no puedes huir de un dios.
– ¿Y si yo hablara con Hades?
Él se rió.
– Hades no va a escucharte. Todo lo que podemos hacer es tomar el tiempo que tengo y tratar de expeler al gallu para que estés a salvo cuando me haya marchado.
Cuando me haya marchado…
Esas palabras la hirieron y le provocaron una ola de dolor que le hizo perder el aliento. ¿Cómo pudo convertirse en algo tan importante para ella en tan poco tiempo?
Y aún así no podía negar lo que sentía. No quería que se fuera. Nunca.
No pienses en eso.
Ella encontraría la forma de resolver esto. Una forma de acabar con todo sin que le costara la libertad a Xypher. Tenía que hacerlo.
La única alternativa posible le era totalmente inaceptable.