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Xypher se tomó su tiempo para probarla, mientras enterraba en su interior la mano derecha y probaba delicadamente los pliegues de su cuerpo. Ella jadeó y se sacudió en respuesta. Sonriéndole, él trazó un círculo, disfrutando de lo húmeda que estaba ya. Su propio cuerpo ardía ante el pensamiento de tomarla. Pero no quería que acabara tan rápido.

Quería saborearla.

Con este único pensamiento en mente, le separó las piernas antes de retirar la mano y deslizar la lengua por su centro.

Simone emitió un quejido de gozo y enterró la mano en el cabello de Xypher. Su lengua estaba obrando magia. No sabía el porqué, pero era mucho más que sexo. Había algo más en el hecho de estar ahí con él…

Lo necesitaba. Era como si tocara mucho más que su cuerpo. Tocaba su corazón. Su alma. Y quería que él sintiera lo mismo.

Xypher la acarició con la nariz, dejando que la esencia de su cuerpo lo marcara. Apretando los dientes, recostó la cabeza sobre su vientre y disfrutó de la sensación de las manos en su cabello. Era tan delicada con él. Tan dulce. Jamás hubiera pensado en tocar a otra mujer de esta forma. Permitir que le tocara.

Esto era mucho mejor que cualquier sueño que hubiera tenido. Aquí, por un momento, podría fingir que le pertenecía a alguien. Que le importaba a alguien. Era una estupidez, lo sabía. Eran desconocidos. Jesse era su familia, no él. Se marcharía en unas pocas semanas y ella seguiría adelante con su vida mientras regresaba al infierno.

Pero aquí, por un momento, estaba con ella.

– ¿Me echarás de menos? -Tan pronto como esas palabras abandonaron sus labios, deseó no haberlas pronunciado.

– Por supuesto que lo haré, Xypher. No quiero que te marches.

Esas palabras se grabaron en su corazón. ¿Las decía en serio? Quería creerla. Pero Satara le había hecho juramentos similares.

Hasta le había dicho que lo amaba.

¿Cómo había podido jugar con él de esa manera? En cambio, Simone no parecía el tipo de mujer que mentiría sobre sus sentimientos. Se reía cautivadoramente. Vivía su vida honestamente.

Tocarla era como tocar el sol. Cálido, brillante. Reparador.

Se elevó sobre ella para poder mirarla a los ojos. Podría mirarlos para siempre. Deslizándose sobre su cuerpo, le tomó el rostro entre las manos y le besó la punta de la nariz antes de sumergirse en su interior.

Un gemido se escapó de sus labios por lo bien que se sentía. Mordiéndose el labio, se hundió profundamente en ella, mientras miraba fijamente aquellos ojos tan repletos de bondad hacia él.

Y en ese momento, descubrió una devastadora verdad. Había vendido su alma por la causa equivocada.

Debería haberla vendido por el amor de Simone. Para ser parte de su mundo para siempre…

Era tan injusto encontrarla ahora que no tenía más elección que partir. El pensamiento le provocó un escalofrío. Presionó la mejilla contra la de ella, y escuchó sus cortos y jadeantes suspiros mientras aceleraba los envites.

Simone acunó a Xypher entre los brazos y dejó que la fuerza de su cuerpo la transportara a la cima del placer absoluto. ¿Quién hubiera imaginado que un demonio pudiera ser tan tierno? Pero él lo era. La abrazaba como si fuera indescriptiblemente preciada. Como si temiera que se rompiera.

La única parte de su cuerpo que corría peligro era su corazón. Había perdido a todas las personas que habían significado algo en su vida.

Sólo Jesse había sido una constante. Y ahora tendría que perder a Xypher. No estaba bien.

Gimió cuando él se hundió tan profundo en su cuerpo que le tocó el alma. Elevó las caderas, permitiéndole ir aún más adentro, hasta que se sintió caer.

Emitiendo un grito, se corrió en un deslumbrante estallido de liberación

Él rió triunfalmente antes de moverse más rápido contra ella. Cuando se corrió, gruñó como un animal salvaje que hubiera sido domado temporalmente.

Simone se aferró a él en la oscuridad y lo escuchó respirar entrecortadamente junto a su oído.

– No te dejaré ir sin pelear, Xypher. Hades no podrá recuperarte. No lo permitiré.

Xypher hizo una mueca de dolor ante unas palabras que le tocaron el corazón. El hecho de que las pronunciara significaba un mundo para él. Pero sabía por experiencia propia que no convenía confiar en las palabras susurradas en los brazos de un amante. La mayoría de las veces eran palabras vacías.

Además, las palabras eran fáciles. Los hechos eran lo difícil. La gente salía a la calle con buenas intenciones, pero en cuanto el camino se ponía peligroso o difícil, se daban por vencidos. No había razones para creer que Simone fuera diferente del resto.

No valía la pena luchar por él. Todo lo que podía ofrecerle era un futuro truncado.

Pero era agradable fingir que podía tener fe en su convicción. Que lucharía por él y no lo entregaría a sus enemigos…

– ¿Xypher?

Se movió hacia un lado y la atrajo hacia sus brazos.

– ¿Sí?

– ¿Amabas a Satara?

– Eso creía, pero me di cuenta muy tarde de que no entiendo el amor. Es una emoción humana.

– Mi padre lo sintió.

– Fue una excepción, igual que tu madre.

Ella levantó la vista hasta él.

– ¿Tú no crees en el amor?

– Creo que existe. Tan solo que no creo que nunca exista para mí.

Suspiró antes de volver a acurrucarse sobre él.

– ¿Qué sucedió para que odies a Satara del modo en que lo haces?

Él se quedó en silencio, con una mano entre sus cabellos, mientras un dolor irrefrenable lo atravesaba. Jamás le había contado a nadie lo que había sucedido, pero mientras yacía ahí con Simone, la verdad le salió a borbotones antes de que pudiera detenerse.

– Hice un trato con Jaden para aceptar su castigo.

– ¿Qué?

Dejó escapar un largo suspiro.

– Le enseñé a Satara cómo caminar en los sueños de las personas. Le permití usar mis poderes y manipularlos.

– ¿Por qué hiciste algo así?

– Por la misma razón por la que tú bailas con Jesse. Los sueños eran el único lugar en el que tenía emociones. Cuando Satara se unía a mí ahí, me sentía un hombre. Y pensé que la quería. En ese momento, estaba dispuesto a hacer lo que fuera para hacerla feliz.

– ¿Pero no la amabas?

Hundió la mano entre los cabellos y los desparramó sobre su pecho. Saboreó la fresca y cosquilleante sensación que le producían.

– No. Y ella tampoco me amaba a mí, aunque dijera que sí lo hacía. Me usó a mí y a mis poderes para poder atacar a las personas y torturarlas mientras dormían indefensos.

El corazón de Simone dio un vuelco ante lo que describía.

– ¿Qué?

– Esa es la maldición de los Skoti. Si visitamos demasiado a una persona, podemos desgastarlos y asesinarlos, o hacerles perder la razón. Satara usaba mis poderes para poder asesinar a aquéllos que no le gustaban.

Xypher respiró entrecortadamente al recordar el fatídico día. Satara se había vestido de rojo. Su rubio cabello floraba alrededor de ella, haciéndola parecer un ángel mientras corría para arrojarse a sus brazos.

– Xypher, ayúdame, por favor… -Sus ojos brillaban por las lágrimas.

Nunca la había visto llorar.

– ¿Qué va mal?

– Zeus y Hades van a matarme. No se lo puedes permitir.

– ¿Matarte? ¿Por qué motivo?

– Por los sueños que me enseñaste. Ellos… ellos dicen que yo hice algo mal, pero las personas que asesiné lo merecían. ¿Tú me crees, no es así?

– Por supuesto.

Ella le sonrió y entonces estuvo perdido.

– Por favor, no me dejes morir, Xypher. Te amo. Siempre te amaré.

Dioses, qué tonto había sido al creerla.

Simone tragó saliva y el nudo en su estómago se acentuó. Sabía lo que había hecho después.

– Invocaste a Jaden.

Él asintió.

– Le entregaría mi alma a cambio de que hiciera creer a los otros dioses que era yo quien había torturado a los humanos. Satara me había prometido que cuando muriera, vendría al Tártaro y me alimentaría con semillas del jardín de la Destructora.