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Kaiaphas.

El cuerpo de la mujer hedía al demonio.

Ella cerró los ojos cuando empezaron a cambiar y se forzó a si misma a calmarse. Así que el hermano de Xypher había sido todo el tiempo el asesino que estaban buscando.

Seguramente Xypher también lo había olido. ¿Por qué no se lo había dicho?

Se puso lentamente en pie.

– Voy a necesitar que el cuerpo se combustione instantáneamente otra vez, Tate.

– Claro… yo necesito algo mejor que eso.

Simone levantó la mirada pasando de ellos. Había una casa con un alero que estaba suelto.

Eso funcionaría.

Apartó a Tate con el brazo un instante antes de usar sus poderes para sacarlo rápidamente.

Esto cayó sobre el cuerpo, decapitándolo.

– Problema resuelto.

Tate jadeó ante ella y levantó su mano.

– No quiero saber cómo lo has hecho. Mi informe ya es bastante complicado.

Simone empezó a responder, pero la sensación de ser observada regresó a ella. Ésta se arrastraba sobre su piel con una maliciosa intención.

Esta vez, a causa de sus poderes, podía fijarlo.

– Estarás bien, Tate.

Ella retrocedió cuando el fotógrafo vino corriendo a sacar más fotos. Mientras Tate se encargaba de él y de los oficiales de policía, ella se deslizó en la oscuridad hacia la fuente de su incomodidad.

– Kaiaphas -llamó ella- Sé que estás ahí fuera.

Él apareció directamente detrás de ella, oliendo su pelo.

– Hueles igual que el ganado y demonio. ¿Tienes idea de cuan provocativo es eso?

– Fantástico. Tengo feromonas de demonio. Justo lo que siempre he querido.

Kaiaphas se rió.

– Xypher no te dijo nada acerca de tu familia, ¿verdad?

– No.

– Tu padre, Palackas, fue uno de los más brutales asesinos que jamás he conocido. Antes que fuera esclavizado, se le conocía por arrasar pueblos enteros, asesinar hombres, niños y a cualquiera que se pusiera en su camino.

– ¡Estás mintiendo!

– No, no lo hago. ¿Por qué piensas que su maestro estaba tan decidido a traerle de vuelta? Él era demasiado peligroso para ser incluso liberado.

Estaba mintiendo y ella lo sabía.

– Mi padre no fue así. Era un buen hombre.

Kaiaphas la agarró por la cabeza y susurró algo que ella no podía entender.

En su mente, vio a su padre de joven. No, no un humano. Era un demonio. Sus ojos eran rojos como el fuego, sus dientes mellados y afilados, cuando irrumpía a través de una antigua aldea asesinando todo lo que veía.

¿Cómo podía ser eso?

– Sabía que Palackas había desovado. Sólo que no estaba seguro de que esa fueras tú. Hueles igual que tu madre… pero no había esencia de Palackas en ti.

– ¿Cómo sabes a lo que olía mi madre?

– Yo estaba allí, Simone. ¿No lo recuerdas?

Ella jadeó cuando regresó a esa noche. Estaba otra vez en el asiento de atrás, mirando por la ventana.

Había dos hombres…

No, eran tres. Él se había inclinado y le había arrebatado el collar a su madre del cuello. Entonces se había vuelto como si la sintiera. Congelada, no podía moverse. Todo lo que podía hacer era rogar que el reposa cabezas del coche bloqueara su visión.

Entonces las sirenas de la policía habían inundado el aire.

El hombre en la tienda se había largado.

No, ellos se habían desvanecido donde estaban…

Una auténtica rabia la atravesó.

– ¡Bastardo!

Él se rió.

– Haz que parezca una muerte humana, había dicho mi maestro. Si Palackas quiere vivir como uno, puede morir como uno. Y así lo hizo. Yo asesiné a su familia sabiendo que él no viviría sin ellos. Un poderoso demonio derrotado por un simple disparo a la cabeza… pero tú ya lo sabes, ¿no es así? Tú encontraste su cuerpo. Chillando de rabia, Simone se volvió hacia él y le disparó una ráfaga de energía que le había enseñado Xypher.

Kaiaphas lo esquivó y rió.

– ¿No pensarás realmente que un truco tan deleznable funcionaría conmigo? -La afobeteó con fuerza-. ¿Sabes por qué tú madre nunca vino a verte después de su muerte? Me comí su alma, al igual que me comí la de tu hermano. Y ahora, voy a comerme la tuya.

– Prueba esto -ella lo cabeceó en los labios, partiéndoselos.

Él trastabilló. Dejando que el poder que había heredado de su padre la condujese, ella le dio una patada de tijera, golpeándole entonces lo bastante fuerte en los intestinos para levantarlo de sus pies.

La piel de Kaiaphas empezó a hervir cuando le salieron esos aserrados colmillos. Él esquivó su próximo puñetazo y la golpeó en el costado.

Levantándola por el cuello, la lanzó contra el suelo. Saliendo de la nada, él manifestó una espada.

Simone buscó un arma, una rama… algo.

No había nada a su alrededor.

– Prueba con esto.

Ella se sobresaltó al oír la profunda voz en su oído y encontrar allí un hombre que tenía un vívido ojo verde y otro marrón. Era magnífico y le tendía una pequeña espada.

Sin preguntar nada, alcanzó la espada. Al momento en que ella tocó la empuñadura, un débil brillo de poder atravesó todo su cuerpo.

Oyó voces susurrando en varios idiomas.

– Simone -esa era la voz de su padre.

– ¿Papá?

– Cierra tus ojos, pequeña, y nosotros te guiaremos.

Confiando implícitamente en su padre, hizo lo que le dijo, y al momento de quedarse a ciegas, lo vio todo con claridad.

Incluso el viento era visible para el demonio en su interior.

Kaiaphas avanzó y ella lo paró. Cuanto más fuerte le lanzaba ráfagas contra su espada, más fácil le resultaba pararlo y luchar con él. Cuanto más lo desviaba, más furioso se ponía Kaiaphas.

– Vas a rogarme piedad, al igual que tu madre.

Ella rechinó los dientes hasta que oyó la voz de su padre otra vez al oído.

– La ira es tu enemiga. Avanza sin ira, pero con un propósito.

Y al momento en que lo hizo, su hoja cantó la verdad. Esta desvió el golpe de Kaiaphas y se enterró profundamente en el corazón del demonio.

– Eso es por mi madre -dijo ella, sus ojos llenos de lágrimas- Y por mi hermano pequeño cuyo futuro truncaste. Arde en el infierno, hijo de puta.

Ella arrancó la espada de su pecho, girándola mientras lo hacía.

Un instante después, él ardió en llamas. Sus gritos llenaron la oscuridad.

De repente, había alguien aplaudiendo detrás de ella.

Simone se volvió para ver al hombre que le había dado la espada.

– ¿Quién eres?

– No hagas preguntas de las que ya sabes las respuestas.

– Eres Jaden.

Inclinó la cabeza ante ella en un gesto burlón.

Ella bajó la mirada a la espada que era diferente a cualquiera que hubiese visto antes. El mango negro tenía matices rojos. Rosas negras y enredaderas bajaban por la hoja curvándose ligeramente.

– ¿Por qué me entregaste esto?

– Le prometí paz a tu padre. Le dije que ningún demonio lastimaría al último de sus hijos. Como te dijo Xypher, no puedo matar yo mismo para cumplir un pacto. Sólo puedo proveer un medio.

Ella le tendió la espada, pero él se negó a cogerla.

– Eso pertenece a tu línea de sangre, demonikyn. Guárdala bien. La espada de un demonio es la mejor protección contra otros de su tipo. Con esto, puedes matar a cualquier demonio que venga a por ti o a por uno de los tuyos.

– Gracias.

Él se rió.

– No me lo agradezcas. No hago nada por lo que no haya pactado.

Él empezó a desvanecerse.

– ¡Jaden, espera!

Se solidificó delante de ella.

Simone intentó hablar, pero las palabras no le salían. Quería hablarle acerca de Xypher y aún así no podía.

– Él se entregó por ti -dijo Jaden en tono estoico.

– ¿Qué?

– Eso es lo que querías sabes, ¿no? Xypher permitió que Satara lo matara a cambio de dar su palabra de que te dejaría en paz. Entregó su venganza para mantenerte a salvo.