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El calor se filtraba en el cerebro del ave, la impresión tranquilizadora de un saludo amistoso. El águila arpía reaccionó, ladeo su cabeza a un lado, su ojos fijos en la mujer. Zacarías sintió al pájaro llegar a ella. Ella fue sutil en su tacto, tan ligero que apenas existía, pero que ejercía un regalo poderoso. Incluso el gran depredador de la selva cayó bajo su hechizo. Sintió que su propia mente y cuerpo reaccionó y se relajó, la tensión deslizándose lejos. Había llegado más allá del ave y encontró su parte más animal, a su naturaleza salvaje.

Asustado, se echó hacia atrás, retirando más el cuerpo del águila, al tiempo que miraba de cerca y se volvió su atención en calmar a los caballos. No tardó mucho en calmarlos a tal punto que se quedaron en silencio, pero no dejó de ver al águila, consciente de que había un depredador peor enterrado profundamente dentro del ave.

Margarita rodeó el cuello del caballo y saltó. Fue un movimiento fácil, experto, que parecía fluir a través del aire, todo gracia mientras se deslizaba en el lomo del animal. Inmediatamente el caballo se encabritó, más estaba seguro, debido a su presencia que a que la chica estuviera a horcajadas sobre él.

El aliento de Zacarías quedo atrapado en su garganta. Su corazón se aceleró como un tambor, otro estruendoso fenómeno peculiar. La gran águila extendió sus alas casi antes de que Zacarías diera la orden. El movimiento era más instintivo que pensado, una necesidad inmediata de llevar a la mujer a la seguridad. Margarita se inclinó sobre el cuello del caballo en una orden silenciosa y el caballo y el jinete fluyeron sobre la tierra en perfecta armonía.

Una vez satisfecho que ella no estaba en el peligro, Zacarías dobló sus alas y miró, sus garras se clavaron más profundo en el techo mientras el caballo saltó sobre una valla y apretó el paso. Ella se mantenía sentada con la espalda recta, el andar elegante del animal, un armónico y rítmico repiqueteo, era tan suave que no afectaba su centro de gravedad, donde Margarita permanecía casi inmóvil.

Cautivado, Zacarías tocó la mente del caballo. Ella controlaba el animal aunque ella no lo sabía. El caballo la aceptaba, la quería – disfrutando la fusión de sus dos espíritus. Margarita tejió su hechizo sobre el animal sin esfuerzo, sujetándolo a ella con su don-una conexión profunda con la criatura. Ella no parecía darse cuenta de que tenía algo especial; simplemente disfrutaba de la madrugada y del paseo a caballo por igual.

Entonces, esta era la razón de la agitación extraña en su mente y cuerpo. Su regalo. Ella tocaba todas las cosas salvajes, y él era tan indomable como era posible.

No había ninguna amenaza de los no muertos, sólo esta joven con su inocencia y luz. Ella debe haber enviado al Caballo de Paso otra orden, porque el animal cambió el paso a un movimiento lleno de gracia, fluido, rotando sus patas delanteras desde hombro hacia el exterior mientras daba grandes zancadas hacia delante. La cabeza del caballo levantada con orgullo, su melena al vuelo, sus ojos brillantes y la exuberancia en su cada uno de sus movimientos.

Fue un momento perfecto – el momento perfecto para poner fin a su vida. Ella era – hermosa. Libre. Fluyendo sobre la tierra como agua fresca. Todo por lo que había luchado -todo lo que él nunca había sido. El águila arpía extendió sus alas y se movió en espiral en lo alto, mirando caballo y al jinete mientras ellos cubrían el terreno increíblemente rápido.

Toda su vida, incluso cuando los soldados luchaban a caballo, aún en su juventud, hubo algo demasiado depredador en él, para que un caballo le permitiera montar en su lomo. En aquel tiempo él había intentado todo, excepto el control mental – para poderlos montar, pero ningún caballo podía soportarlo. Ellos se estremecían temblando bajo él, incluso cuando trataba de calmarlos.

Margarita saltaba sin esfuerzo sobre vallas, sin brida o silla, el caballo y la jinete exudando alegría. Él los siguió mientras el par se precipitaba sobre el terreno desigual, el paso liso del caballo los hacía ver como si flotaban. Margarita alzó ambos brazos al aire mientras saltaban limpiamente una valla, aferrándose al caballo con sus rodillas y dirigiéndolo con su mente.

El Caballo de Paso cambió su paso suavemente mientras ellos corrían a través del campo y él dio vuelta en un amplio círculo otra vez. Margarita dio al águila un amistoso saludo y otra vez, llenó de calor y alegría a Zacarías. Él le había dado su sangre – pero nunca había tomado la suya. Se le hizo la boca agua.

Sus dientes llenaron su boca y el hambre explotó en él, irradiando necesidad en cada célula. Él posó al pájaro bruscamente y se dirigió detrás del establo. Rechazó tomar cualquier riesgo con su autocontrol.

Sentirlo antes de que estuviera demasiado cerca de abandonar lo poco que queda de su alma. Él cumpliría la palabra dada a sus hermanos. Ningún Cárpatos tendrá que arriesgar su vida para perseguir a Zacarías de la Cruz. Él eligió su destino, y optó por salvar su honor. Se iba en la madrugada, la cabeza en alto, dando la bienvenida a su muerte. Su última visión sería la de la mujer-viéndola de regreso, a lo que era Margarita de joven con la luz derramándose desde su interior mientras ella fluía sobre terreno en el lomo de un hermoso caballo. Tomaría la visión de ella haciendo lo mismo de su sueños de infancia montando a caballo como uno solo hacia su muerte.

El águila arpía aterrizó con gracia en el suelo junto al establo. Haciendo caso omiso de los caballos aterrorizados en el corral unido a la estructura, cambió de vuelta a su forma humana. Él era un hombre grande, todo músculo, con pelo largo. Con líneas profundas, talladas en su rostro. Algunos le llamaban brutalmente hermoso.

Otros dijeron que su boca era sensual y cruel. La mayoría decían que era aterrador. Justo en ese momento, se sentía totalmente cansado, tan cansado que apenas podía manejar buscar un lugar a su alrededor para sentarse. Quería quedarse allí, en la hierba fresca.

Obligó a su cuerpo a moverse mientras buscaba un lugar cómodo para sentarse y ver salir el sol sobre el bosque. Muy lentamente se hundió en el suelo blando, sin importarle que la humedad del rocío de la mañana se filtrara en su ropa. Él no se molestó en regular su temperatura más de lo que había molestado en sanar sus heridas. Había satisfacción al tomar su decisión. Por primera vez en su existencia no tenía el peso de la responsabilidad. Él alineó ​​sus rodillas, juntó las manos y apoyó la barbilla en la pequeña plataforma que había hecho para poder ver al caballo y su jinete mientras el Caballo de Paso paseaba suavemente con los pasos naturales que le hizo tan famoso.

Sintió el sol picando sobre su piel, pero no fue la terrible sensación que había sentido toda su vida. Solange le había dado su sangre en dos ocasiones para salvarlo de convertirse en vampiro. Había tenido mucho cuidado de evitar su sangre una vez que se dio cuenta, de que podía pasar las horas de la madrugada a la intemperie sin repercusiones. Otros de su especie podía ver el amanecer y había algunos que en realidad podía caminar en las calles por la mañana sin la ayuda de Solange, pero con el alma tan oscura, hace mucho se había unido a los vampiros en su necesidad de esconderse de la luz del sol aún el de la madrugada.

Él se bebió con los ojos a Margarita, tan cerca de la felicidad como un hombre sin emociones pudiera conseguir. Ella había negociado su voz por su vida. Él había recompensado su lealtad salvando su vida y dando instrucciones que le dieran todo lo que quisiera en el rancho. No había joyas adornando sus dedos o garganta. Ella usaba ropa simple. Pero vivía para los caballos, incluso él podría ver eso. Él le había dado a ella-vida. Y de una cierta manera extraña, ella había dado a él- su libertad.

Él era inconsciente del paso de tiempo. Los insectos permanecían en silencio. Los caballos dejaron de dar vueltas y se apiñaron tan lejos de él como les fue posible, en una esquina del corral, fuertemente amontonados juntos, cambiando de lugar, apenas capaz de tolerar su presencia. Despacio su cuerpo reaccionó al sol naciente con la pesada aflicción extraña de su especie.