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Una vez que lo tuvo en el suelo, empezó a cavar. Quería que el agujero fuera lo bastante profundo para cubrirlo para que la tierra pudiera curarlo. Ella podría haber ido al cuarto de herramientas por una pala, pero no se arriesgó a encontrarse con nadie. Ella no mentía, ni siquiera con su lenguaje de señas. No era tan hábil sin embargo, y muy pocos la entendían, por lo que en su mayoría, escribía en un papel. Sus manos temblarían y Cesaro sabría que algo andaba mal.

Cavó con sus manos. La tierra era rica y fértil, un suelo francamente negro abundante en minerales y nutrientes. Ella sabía que era tan sólo la sensación de la tierra. Le llevó la mayor parte de la mañana y ella estaba sudando y cubierta de suciedad para el momento en que estuvo satisfecha con la profundidad del agujero. Su cuerpo necesitaba p estar completamente rodeado y cubierto por la tierra si iba a sanar adecuadamente.

Margarita arrastró a la lona hasta el borde mismo del agujero, con el estómago un poco revuelto. Sentía como si estuviera tratando de encubrir un asesinato.

Se podría añadir este día a sus pesadillas, con certeza. En cuclillas, colocó sus manos firmemente sobre el hombro y la cadera y lo empujó. Por fortuna, era fuerte por el manejo de los caballos desde que era niña, pero aún así fue una tarea difícil darle la vuelta para introducirlo en su lugar de descanso.

Zacarías aterrizó mal de lado, como una muñeca de trapo o un cuerpo muerto. Ella se llevó la sucia mano, temblando a la boca, sin fuerza.

Descansó unos minutos antes de que comenzara a cubrirlo con la tierra oscura. Cuando fue sepultado por completo, ella cayó de rodillas junto a él y se permitió unos minutos para tener un ataque de pánico.

¿Qué había hecho? La familia De La Cruz hacía pocas exigencias a su pueblo. Muy pocas. Todos los que trabajaban para ellos eran rico por norma. Todos propietarios de sus propias tierras adyacentes a las tierras de los De La Cruz, y todo porque uno de los miembros de la familia las había comprado para ellos. Primos, tías, tíos, todos los relacionados eran protegidos. Los padres pasaron el legado a sus hijos. Las madres a sus hijas. Todos habían obedecido hasta Margarita. Había deshonrado el nombre de su familia por su desobediencia y no tenía duda de que lo iba a pagar muy caro.

Ella levantó la barbilla y se obligó a levantarse. Ella era una Fernández, hija de su padre. No huiría de su delito, se quedaría a afrontar el castigo que Zacarías de La Cruz estimara adecuado. Un escalofrío la recorrió como si dedos helados se deslizaran por su espalda. Apenas parecía humano. O Cárpatos. Era aterrador.

Ella no podía cambiar lo que había hecho. Ella no lo entendía y dejó que su compasión la guiara por todas esas cosas que lo hirieron, pero eso no explica por qué ella lo había desafiado después de que él le había dicho que le permitiera morir. ¿Por qué eligió quemarse en el sol? Era una muerte horrible, y ¿cómo iba a pensar que podía esperar y verlo a quemarse?

Le había salvado la vida. Ella se tocó la garganta destrozada, acariciando con los dedos manchados de suciedad las cicatrices. A veces, por la noche, cuando se despertaba sudando, trataba de gritar, pero nada salía, ella pensaba que lo había llamado para que la salvara. Ella podía oír el eco de su nombre ligeramente en la cabeza, como si pudiera lograrlo sólo con su nombre. Ahora estaba aquí y él no era en absoluto la figura de fantasía que había evocado en su mente.

Zacarías le daba miedo de una manera elemental, en el fondo de su propia carne y huesos. En su alma. Apretó el puño cerrado sobre el corazón mientras que golpeaba frenéticamente fuera de control. Él era guapo, tenía un cuerpo duro como una roca, parecía todo lo que una mujer podía soñar, pero sus ojos… su cara. Era terrible y cada fantasía infantil que secretamente había albergado desapareció al encontrarse con él.

Margarita subió lentamente saliendo de la cámara, quitando el polvo, cada grano de suciedad de su ropa y cuerpo. No podía dejar huellas. Si un títere de los vampiros penetrara las defensas de la hacienda, no podía haber un sendero que los llevará al lugar de descanso de Zacarías. Ella bajó la trampilla y otra vez barrió el piso e incluso lo lavó, por miedo que el olor de la sangre de Zacarías fuera detectado. Fue extremadamente difícil empujar la cama en su lugar, pero lo logró, alisando las sabanas con cuidado.

Ella se negó a detenerse a pensar en su comportamiento o en el miedo que se construía de forma insidiosa en su mente. Tenía trabajo que hacer y tenía que eliminar cada trozo de evidencia de que Zacarías hubiera estado tanto dentro como fuera de la casa. Porque lo necesitaba desesperadamente, se hizo una taza de té de coca, una infusión hecha con hojas de coca. Se tomó su tiempo para saborear su té, el tónico que necesitaba para seguir adelante.

Margarita limpio la casa entera, cada habitación, fregando y quitando el polvo e impregnando la casa con un fuerte olor a canela. Se armó y salió al exterior, siguiendo el rastro de la lona hasta los establos, retirando con cuidado toda la señal de que algo pesado había sido arrastrado a través de la hierba mojada. Cerca del establo donde Zacarías se había sentado y preparado para su muerte, se encontró con algunas hierbas chamuscadas. Ella con mucho cuidado retiró cada hoja.

Exhausta, se preparó otra taza de té y luego se duchó y se cambió de ropa de nuevo, cuidadosamente lavó y secó la ropa que había usado, usando jabones perfumados para eliminar y cubrir cualquier olor persistente. Cuando estuvo plenamente satisfecha de que había hecho todo lo que había podido, salió a ayudar con el ganado.

Cesaro la vio cuando salió del establo en su yegua favorita, Chispa. Él saludó con la mano, con el rostro sombrío.

¿El más antiguo llegó, no es cierto? Saludó mientras cabalgaba a su lado.

Margarita no veía ninguna razón para negarlo. Lo había divulgado por el cierre de las pesadas cortinas y uno de los hombres le habría dado la noticia de que un De La Cruz estaba en la residencia. Era la única vez, en que las cortinas eran cerradas. Ella asintió con la cabeza.

“Lo sabía. El ganado y los caballos se ponen inquietos en su presencia. Quizás usted deba ir a visitar a su tía en Brasil.” Ella frunció el ceño por la pregunta.

Cesaro vaciló, claramente no queriendo parecer desleal. “Él es difícil, Margarita. Muy diferente de los otros.”

Ella hizo un signo de interrogación entre ellos.

Cesaro suspiró. “No sé exactamente qué decirle. Lo encontré hace muchos años cuando era un muchacho. Él era el único hombre que asustó a mi padre – asustó a todos los hombres en el rancho. Y más recientemente, cuando perdimos a su padre, cuando esto…” él indicó su garganta. “Él incluso se había puesto peor.”

Ella repitió el signo de interrogación otra vez.

Cesaro se encogió de hombros, obviamente incómodo con el tema. Incluso miró hacia la casa principal, como si Zacarías pudiera escucharlos y por todo lo que Margarita sabía, tal vez podría.

"Si los animales criados como caballos de acción están aterrorizados cuando él está cerca, eso tal vez debería decirle algo, Margarita. Cuando estuvo aquí la última vez, salvo su vida, pero estuvo a punto de tomar la mía. "Él se sentó por un momento en silencio, y luego se encogió de hombros. "Yo hubiera dado mi vida para salvar la suya, pero aún así, había algo que no estaba bien en él. Incluso su amigo estaba preocupado. Es mejor que te vayas".

Margarita le dio vueltas a la advertencia una y otra vez en su mente.¿ Zacarías había tratado de quemarse con el sol porque estaba cerca de convertirse en algo que él no quería ser? Ella agachó la cabeza, incapaz de mirar a los ojos a Cesaro. La idea de huir con su tía a Brasil era tentadora, pero sabía que no podía. Ella apretó los hombros e indicó a los animales.