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En la furgoneta, ella dio la entrada a la cinta de seguridad de la estación de transporte. -Ahí está, pareciendo inofensivo. Ordenador, aumentar segmento seis, treinta por ciento.-

El hombre actualmente conocido como Frank J. Plutz ocupó la pantalla mientras hacía su camino a través de la máquina de ticket. -Hombre de negocios anónimo, completo con lo que parece un maltrecho maletín y una pequeña bolsa de viaje. Con un poco de exceso de peso, un poco calvo, la papada un poco floja.-

– Y este es el tipo que troceó a una asesina de alto nivel, y luego se esfumó con ella.- McNab, su pelo dorado recogido en una coleta, los lóbulos de sus orejas pesados con media docena de coloridos aros cada uno, agitó su cabeza. -Él se parece un poco a mi tío Jacko. Él es famoso en nuestra familia por cultivar enormes nabos.-

– ¡Él lo hace!- Peabody dio al amor de su vida una palmada en el hombro. -Le conocí la pasada Acción de Gracias cuando fuimos a Escocia. Es adorable.-

– Sí, estoy segura de que este será tan adorable como Tío Jacko. En el sentido 'he dejado un gran, revuelto charco de sangre detrás’. Consiguió un arma, asumimos, a través de los controles sin ninguna pega. Lo que, desafortunadamente, no es tan duro como debiera ser. Más importante, según mi fuente, él ha encabezado o ha participado en la invención y desarrollo de todos los tipos de aparatos de alta tecnología, armas y comunicación en particular.-

– Me encantaría conocerle, – dijo McNab y recibió una sonrisa rápida de Roarke.

– Estoy contigo.-

– Afortunadamente vosotros obsesos podréis tener una bonita charla pronto.- Eve cambió su mirada a otro monitor. -No veo ninguna fuente de calor ahí.-

– Eso sería porque no está ahí.- Roarke continuó el examen de la casa. -He hecho tres escáneres de calor, de movimiento. No hay nadie ahí dentro.-

– Le quita toda la diversión. Bueno, tenemos la orden de registro. Vamos, Peabody. McNab, mantén tus ojos en la calle. Si vuelve a casa, quiero saberlo.-

– Cuidado con la espalda, Teniente, – dijo Roarke mientras ella salía. -Los llaman fantasmas por un motivo.-

– Yo no creo en fantasmas.-

– Apuesto a que ellos sí creen en ti.- Peabody saltó justo a su lado.

Examinando el edificio, Eve sacó su llave maestra según se aproximaban a la puerta. -Vamos a ir adentro como si tuviéramos un sospechoso en el interior. Y comprobamos el área, habitación por habitación.-

Peabody asintió. -Un tipo que puede desaparecer podría engañar a un sensor de calor y movimiento probablemente.-

Eve solo sacudió su cabeza, luego golpeó con un puño en la puerta. -Somos la policía.- Ella usó su maestra para abrir la puerta, notando que la seguridad estándar cambió de rojo cerrado a verde abierto. -Él tiene cámaras aquí fuera. No puedo verlas, pero él las tiene. Aún así, no hay respaldo de las cerraduras, y la placa de palma no está activada.-

– Es como una invitación.-

– La estamos aceptando. Vamos a entrar, – dijo Eve para alertar al resto del equipo.

Ella sacó su arma, asintió una vez a Peabody. Ellas golpearon la puerta, Peabody por arriba, Eve por abajo. Barrieron el corto vestíbulo con su paragüero de hierro y el perchero, y el estrecho recibidor con su alfombra de rayas azules. A un gesto de Eve ellas se separaron, comprobando la primera planta, moviéndose a la segunda, luego a la tercera.

– Despejado.- Eve estudió el equipo de datos y comunicación, el equipo de vigilancia y seguridad esparcido por la modesta habitación de la tercera planta. -Equipo azul, tomen la primera planta. Roarke, McNab, podemos emplearos en el tercer piso.-

– ¿Piensas que va a volver?- preguntó Peabody.

– Es mucho para dejarlo atrás. Te garantizo que todo esto va a ser no registrado, calibrado para mantenerse debajo del radar de CompuGuard. Pero no, él ha terminado aquí. Ha acabado.-

– ¿Su esposa y su niña?- Peabody señaló a la foto enmarcada de la consola.

– Sí.- Eve se movió, abrió un mini-frigorífico. -Agua y bebidas energéticas.- Pulsó el menú del AutoChef. -Comidas sencillas, rápidas.- Ordenado, pensó que ella tenía en su propio mini frigorífico, cuando se acordaba de llenarlo, antes de que se casara con Roarke. -Sofá, con una almohada, una manta, pantalla de pared, cuarto de baño contiguo. Él pasaba la mayor parte de su tiempo aquí. El resto de la casa, sólo es espacio.-

– Todo parece tan ordenado, del tipo hogareño y recogido.-

Eve hizo un sonido de aquiescencia mientras entraba en la habitación de al lado. -VirtualFit. Es una bonita unidad. Él quería mantenerse en forma. Una máquina de peso, pelotas para musculación, droide contrincante. Femenino, y supongo, que justo de la altura y el peso de Buckley.-

Eve estudió al atractivo droide rubio actualmente desactivado y apoyado en un rincón. -Practicaba aquí.- Se movió por la habitación, abriendo las puertas de un armario empotrado. -Vaya, el armario de los juguetes.-

– Santa mierda.- Peabody atisbó el surtido de armas. -No tan parecido al Tío Jacko después de todo.-

Cuchillos, bates, stunners (paralizadores), blasters (desintegradores/láseres), garrotes, espadas cortas, pistolas, discos de lanzamiento (estrellas ninja), todos relucientes en ordenada formación.

– Faltan un par, – notó Eve, tocando los huecos vacíos. -Por la forma, él se llevó un par de cuchillos y un stunner. En una de sus bolsas de mano, o consigo mismo.-

– Esto es un enorme montón para abandonarlo, también, – comentó Peabody.

– Él hizo lo que había planeado hacer. Ya no los necesita.- Se giró mientras Roarke entraba con McNab, y captó el brillo en los ojos de Roarke cuando él cruzó hacia el cofre de armas. -No lo toques.-

La más fina línea de irritación estropeó su frente, pero deslizó las manos en sus bolsillos. -Una bonita colección.-

– No cojas ideas,- murmuró ella. -Es en la siguiente puerta donde serás útil.- Ella encabezó la marcha y oyó tanto a Roarke como a McNab silbar de placer como algunos hombres lo harían ante la visión de una mujer hermosa.

– El cielo de los obsesos, – supuso. -Selladlo, luego mirad a ver qué podéis encontrar entre todo esto. Peabody, vamos a la segunda planta.-

– ¿Quieres que ponga a alguien para la vigilancia de la calle?- preguntó McNab.

– Él no va a volver. No lo ha hecho desde que cogió esas armas del armario. No necesita este sitio ya.-

– Todavía hay ropas en el armario, – señaló Peabody cuando bajaban. -Las vi cuando comprobé el dormitorio.-

– Te voy a decir qué no vamos a encontrar. No hallaremos nada de sus IDs, ni su efectivo para emergencias, ni tarjetas de crédito o pasaportes.

Ella entró al dormitorio donde la decoración intentaba ser espartana en lo ordenado y hogareño en sus gruesos cojines y tejidos rayados. Ella abrió el armario.

– Tres trajes, negro, gris y marrón. Mira el modo en que están dispuestos, ¿ves los espacios entremedios? Probablemente tiene tres más. Lo mismo con las camisas, los pantalones sueltos. Tomó lo que necesitaba.- Ella se puso de cuclillas, cogió un par de robustos zapatos negros, los giró para revelar los tacones desgastados, las suelas rozadas. -Frugal. Vive cuidadosa, confortablemente, pero sin ningún exceso. Apuesto a que los vecinos van a decir lo buen y agradable hombre que era. Callado, pero amistoso.-

– Tiene divisores en los cajones. Cubos para los calcetines, bóxers, camisetas. Y sí, – agregó Peabody, -parece que hay unos cuantos pares ausentes. El segundo cajón es de ropa deportiva. Camisetas, sudaderas, calcetines de gimnasio.-

– Sigue con ello. Yo iré al segundo dormitorio.-

Cruzando el vestíbulo había una habitación más pequeña decorada en una especie de cubil, Eve abrió otro armario. Ella encontró pelucas, maletines de maquillaje, masilla facial, cajas transparentes conteniendo varios estilos de vello facial, formas corporales.