– Por favor, camarada, ¿puede decirme cuál es el propósito de estas preguntas íntimas?
Rosa Klebb se irguió. Su voz salió disparada como un látigo.
– Recuerde quién es, camarada. No está aquí para formular preguntas. Olvida con quién está hablando. ¡Respóndame!
Tatiana se acobardó.
– Tres hombres, camarada coronel.
– ¿Cuándo? ¿Qué edad tenía usted? -Los duros ojos amarillos se clavaron en los perseguidos ojos azules de la muchacha que tenía delante, le sostuvieron la mirada y les dieron una orden.
Tatiana estaba al borde de las lágrimas.
– En el colegio, cuando tenía diecisiete años. Luego en el Instituto de Lenguas Extranjeras. Tenía veintidós. Luego, el año pasado. Tenía veintitrés. Era un amigo al que conocí patinando.
– Sus nombres, por favor, camarada. -Rosa Klebb cogió un lápiz y empujó una libreta de notas hacia ella.
Tatiana disimuló los sollozos.
– No, nunca, no me importa lo que me haga. No tiene ningún derecho.
– Déjese de tonterías. -La voz era un siseo-. En cinco minutos puedo hacerle decir esos nombres, o cualquier otra cosa que desee saber. Está jugando un juego peligroso conmigo, camarada. Mi paciencia no es infinita. -Rosa Klebb hizo una pausa. Estaba siendo demasiado brusca-. Por el momento, lo dejaremos estar. Mañana me dará los nombres. Ningún mal les sobrevendrá a esos hombres. Se les harán una o dos preguntas acerca de usted… preguntas sencillas, técnicas, eso es todo. Ahora, enderécese y séquese las lágrimas. No podemos aceptar ninguna otra tontería como ésta.
Rosa Klebb se levantó y rodeó la mesa. Se detuvo con los ojos bajos sobre Tatiana. Su voz se volvió untuosa y suave.
– Vamos, vamos, querida. Debe confiar en mí. Sus pequeños secretos están a salvo conmigo. Vamos, beba un poco más de champagne y olvide este desagradable asuntillo. Debemos ser amigas. Tenemos trabajo que hacer juntas. Debe aprender, mi querida Tania, a tratarme como a su madre. Tenga, bébase esto.
Tatiana sacó un pañuelo de la cintura de su falda y se secó los ojos con pequeños toquecitos. Tendió una mano temblorosa para coger la copa de champagne y bebió pequeños sorbos con la cabeza baja.
– Bébaselo todo, querida.
Rosa Klebb permaneció de pie junto a la muchacha, como una especie de espantosa madre pata, graznando palabras de aliento.
Obediente, Tatiana vació la copa. Sentía que la había abandonado toda resistencia, estaba cansada, dispuesta a hacer cualquier cosa para acabar con esta entrevista y marcharse a alguna parte y dormir. Pensó: «Así que esto es lo que pasa en la mesa de interrogatorio, y ésa es la voz que usa Klebb». Bueno, pues con ella funcionaba. Ahora estaba dócil. Cooperaría.
Rosa Klebb se sentó. Observó calculadoramente a la muchacha desde detrás de la máscara maternal.
– Y ahora, querida, sólo una preguntita íntima más. Entre chicas. ¿Le gusta hacer el amor? ¿Le proporciona placer? ¿Mucho placer?
Las manos de Tatiana volvieron a ascender y se cubrió el rostro. Desde detrás de las mismas, con la voz amortiguada, respondió:
– Bueno, sí, camarada coronel. Naturalmente, cuando se está enamorada… -Su voz se apagó. ¿Qué otra cosa podía decir? ¿Qué respuesta quería esta mujer?
– Y suponiendo, querida, que no estuviera enamorada. ¿Aun así le proporcionaría placer hacer el amor con un hombre?
Tatiana sacudió la cabeza con gesto indeciso. Apartó las manos del rostro e inclinó la cabeza. Su cabello cayó sobre ambos lados de la cara como una pesada cortina. Estaba intentando pensar, ser servicial, pero no lograba imaginarse una situación semejante. Suponía…
– Supongo que dependería del hombre, camarada coronel.
– Esa es una respuesta sensata, querida. -Rosa Klebb abrió un cajón de la mesa. Sacó una fotografía y la deslizó hasta dejarla ante la muchacha-. ¿Qué me dice de este hombre, por ejemplo?
Tatiana atrajo cautelosamente la fotografía hacia sí, como si pudiera prenderse fuego. Bajó los ojos con prudencia hacia el rostro apuesto, implacable. Intentó pensar, imaginarse…
– No puedo decírselo, camarada coronel. Es bien parecido. Tal vez si fuese dulce… -Apartó la fotografía de sí con gesto ansioso.
– No, quédesela, querida. Póngala junto a su cama y piense en este hombre. Más adelante, en su nuevo trabajo, recibirá más información sobre él. Y ahora… -los ojos brillaron tras los cristales cuadrados de las gafas-, ¿le gustaría saber cuál será su nuevo trabajo? ¿La tarea para la que ha sido escogida entre todas las muchachas de Rusia?
– Sí, desde luego, camarada coronel. -Tatiana miró obedientemente al rostro resuelto dirigido hacia ella como un perro de caza.
Los húmedos labios gomosos se separaron, seductores.
– La misión para la que ha sido escogida es sencilla y placentera, camarada cabo… un auténtico trabajo de amor, como decimos nosotros. Es cuestión de enamorarse. Eso es todo. Nada más. Sólo enamorarse de este hombre.
– Pero, ¿quién es? Ni siquiera lo conozco.
La boca de Rosa Klebb expresó deleite. Esto le daría algo en lo que pensar a la tonta mujercilla.
– Es un espía inglés.
– Bozhi moi! -Tatiana se tapó la boca con una mano, tanto para sofocar el nombre de Dios como por terror. Permaneció sentada, tensa por la conmoción, y miró a Rosa Klebb con ojos muy abiertos, ligeramente achispados.
– Sí -confirmó Rosa Klebb, satisfecha del efecto causado por sus palabras-. Es un espía inglés. Tal vez el más famoso de todos. Y a partir de este momento usted está enamorada de él. Así que será mejor que se acostumbre a la idea. Y nada de tonterías, camarada. Tenemos que actuar con seriedad. Éste es un importante asunto de Estado para el cual usted ha sido escogida como instrumento. Así que nada de tonterías, por favor. Y ahora, vayamos a algunos detalles prácticos. -Rosa Klebb se interrumpió-. Y aparte esa mano de su estúpida cara -dijo con tono cortante-. Y deje esa expresión de vaca asustada. Siéntese erguida y ponga atención. O será peor para usted. ¿Entendido?
– Sí, camarada coronel.
Tatiana se apresuró a enderezar la espalda y se sentó erguida con las manos en el regazo, como si estuviera de vuelta en la Escuela de Oficiales de Seguridad. En su mente había una gran agitación, pero éste no era momento para cuestiones personales. Toda su formación le decía que aquélla era una operación de Estado. Ahora estaba trabajando para su país. De algún modo la habían escogido para una importante konspiratsia. Como oficial del MGB, debía cumplir con su deber y hacerlo bien. Escuchó con cuidado y con toda su atención profesional.
– Por el momento -Rosa Klebb adoptó una voz oficial-, seré breve. Más adelante conocerá otros detalles. Durante las próximas semanas será cuidadosamente entrenada para esta operación, hasta que sepa con total exactitud qué hacer en todas las contingencias. Se le enseñarán ciertas costumbres extranjeras. Se la equipará con ropas hermosas. Se la instruirá en todas las artes de la seducción. Luego será enviada a un país extranjero de Europa. Allí conocerá a este hombre. Lo seducirá. En este asunto no queremos ninguna estúpida compunción por su parte. Su cuerpo pertenece al Estado. Desde que nació, el Estado lo ha alimentado. Ahora, su cuerpo debe trabajar para el Estado. ¿Lo ha comprendido?
– Sí, camarada coronel. -La lógica era ineludible.
– Acompañará a este hombre a Inglaterra. Allí, sin duda la interrogarán. El interrogatorio será blando. Los ingleses no usan métodos duros. Dará todas las respuestas que pueda sin poner en peligro al Estado. Le diremos determinadas respuestas que nos gustaría que les diera. Probablemente la enviarán a Canadá. Es allí donde los ingleses envían a una determinada categoría de prisioneros extranjeros. Se la rescatará y traerá de vuelta a Moscú. -Rosa Klebb observó a la muchacha. Parecía estar aceptando todo esto sin cuestionarlo-. Como ve, es un asunto comparativamente sencillo. ¿Tiene alguna pregunta, hasta ahora?