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Era evidente que tenía muchísimo que aprender. Y Sarah -la inocente y protegida Sarah que no conocía ni había hecho ni la mínima parte de las cosas que él sí había hecho- sabía más sobre la vida y el amor, sobre la generosidad y la bondad, que nadie que él hubiera conocido. Y en sólo unos días se alejaría de su vida. A menos que él encontrase el dinero.

Si lo hacía -y ojalá así fuera- podría casarse con ella. Con sólo pensarlo, la oscura vida solitaria que preveía para su futuro se convertía en una vida llena de luz y calor. Para ello tenía que encontrar el dinero. Tenía que estar allí, en su jardín. Tenía tres días y un montón de acres en la rosaleda donde buscar. Y por Dios, que su búsqueda daría sus frutos.

Agarró su arrugada camisa y terminó de vestirse rápidamente. Luego, después de depositar un suave beso en la sien de Sarah, abandonó la estancia, cerrando la puerta tras él sin hacer ruido.

Con rapidez recorrió el pasillo hasta su dormitorio; acababa de doblar la esquina cuando se detuvo. Caminando hacia él, a menos de dos metros, estaba Daniel. Daniel, quien tenía el ceño fruncido y miraba al suelo y estaba claro que aún no lo había visto. Daniel, quien, obviamente, había estado fuera pues estaba empapado y manchado de barro.

En ese momento su amigo levantó la vista y sus pasos vacilaron. Sus miradas se cruzaron y durante sólo un instante algo brilló en los ojos de Daniel, algo que Matthew no pudo descifrar; una mirada que no recordaba haber visto antes en él.

Matthew arqueó las cejas y recorrió a Daniel con la mirada. Tenía la ropa empapada y llena de lodo.

– ¿De dónde vienes?

De la misma manera, Daniel arqueó las cejas y recorrió a Matthew con la mirada, percatándose, como Matthew muy bien sabía, de su ropa arrugada y su aspecto desaliñado.

– Me parece que está claro dónde he estado -dijo Daniel en voz baja, acercándose a él-. Fuera.

– ¿Por alguna razón en particular? Hace un tiempo horrible por si no lo has notado.

– Lo noté. De hecho, te andaba buscando. Cuando descubrí que no estabas en tu dormitorio, tuve la loca idea de que habías salido a buscar a pesar de la tormenta.

– ¿Y se te ocurrió ir a ayudarme?

– Pensé, en el mejor de los casos, detenerte. Y en el peor, que no hacía mal a nadie yendo a buscarte. Pero está claro que me equivoqué. -Echó un rápido vistazo por el pasillo-. Me gustaría ponerme ropa seca. ¿Te importaría seguir hablando en mi dormitorio?

Matthew asintió. Cualquiera podría toparse con ellos en el pasillo, y no quería arriesgarse a que los oyeran hablar sin querer.

En cuanto estuvieron en la habitación de Daniel, Matthew se apoyó en la repisa de la chimenea y miró con la vista perdida las ascuas candentes mientras su amigo se cambiaba. Cuando Daniel se reunió con él, tenía el pelo húmedo, pero se había puesto unos pantalones limpios de color beige y una camisa blanca.

– ¿Para qué fuiste a mi dormitorio? -preguntó Matthew.

– No podía dormir. Pensé que quizás a ti te pasaría lo mismo y no te importaría compartir un brandy conmigo. -Le dirigió una mirada especulativa a la ropa de Matthew-. Si no estabas en tu habitación, ni fuera, la pregunta es; ¿En qué dormitorio estabas? ¿En el de la bella heredera con la que esperas casarte, y cuya fortuna necesitas con tanta desesperación? ¿O en el de la solterona a la que no puedes quitar los ojos de encima, y que no tiene la fortuna que tú necesitas?

Matthew se apartó de la repisa de la chimenea y entrecerró los ojos. Antes de que pudiera decir una palabra, Daniel alzó una mano.

– No necesitas responder. La respuesta es obvia. Por lo que nos encontramos ante un gran dilema.

– No es lo que piensas.

Daniel le dirigió a Matthew una mirada inquisitiva.

– ¿Piensas tomar a la señorita Moorehouse como amante? Será una situación muy embarazosa siendo como son ella y lady Julianne tan buenas amigas. Francamente, me sorprende que pienses en tal arreglo y me sorprende más aún que la señorita Moorehouse esté de acuerdo.

– No hay ningún tipo de arreglo. Ni tampoco un dilema, porque no tengo intención de casarme con lady Julianne.

Daniel se quedó paralizado.

– ¿Has encontrado el dinero? -preguntó bruscamente.

– No. He decidido buscarme una heredera distinta… si sigue siendo necesario. -Le relató su plan de completar su búsqueda en la rosaleda durante los tres días siguientes y luego ir a Londres si no había encontrado el dinero.

Cuando terminó, Daniel le dijo:

– Puedo asumir entonces que tu marcha a Londres señalará el final de esta reunión campestre que al final ha resultado ser un estrepitoso fracaso.

– Sí. -Frunció el ceño-. Aunque no diría que haya sido un fracaso. ¿Acaso no lo has pasado bien?

– Sí. Pero que yo lo pasara bien no era la razón de esta reunión. Lo era que tú consiguieras una heredera. Supongo que no hace falta decir que si hubieras concentrado tus energías en lady Julianne, ahora mismo estarías a punto de casarte con una mujer por la que la mayoría de los hombres daría uno de sus brazos.

– Pues no, no hace falta decirlo.

– Bueno, no está todo perdido con lady Julianne. Podrías…

– No. -Matthew lo interrumpió en tono seco-. Lady Julianne queda descartada.

– Porque es amiga de la señorita Moorehouse.

– Sí.

– Ya veo -dijo Daniel, asintiendo lentamente-. ¿Le has dicho ya a la señorita Moorehouse que estás enamorado de ella?

Matthew parpadeó.

– ¿Enamorado de quién?

– De la señorita Moorehouse, imbécil.

Durante varios segundos Matthew casi sintió que el suelo se abría bajo sus pies.

– ¿Cuándo dije que estaba enamorado de ella?

Daniel soltó una risita entrecortada.

– No tienes que decirlo. Amigo, eres tan transparente como el cristal, al menos para alguien que, como yo, te conoce al dedillo. Cada vez que la miras, que hablas de ella, te iluminas como si te hubieras tragado un candelabro. Lo que sientes por ella está presente en lo que dices y haces. -Daniel ladeó la cabeza y le dirigió una mirada inquisitiva-. No me digas que no lo sabías.

– ¿Saber qué? ¿Que parece que me he tragado un candelabro?

– No, imbécil. Que estás enamorado.

Matthew lo fulminó con la mirada.

– Es la segunda vez que me llamas imbécil.

– Ya verás como después agradeces mi franca sinceridad.

– No lo haré. -Frunció el ceño y dirigió una mirada perdida al fuego. Las palabras de Daniel hicieron mella en él; la verdad lo aturdió, pero no podía decir que lo sorprendiera. Finalmente, se volvió hacia su amigo y después de aclararse la garganta dijo en tono avergonzado-: Me parece que me he enamorado.

– Al menos, ahora que lo has admitido puedo dejar de llamarte imbécil. ¿Qué piensas hacer al respecto?

– ¿Hacer? -Matthew se pasó los dedos por el pelo-. No puedo hacer nada más de lo que ya estoy haciendo…, seguir buscando el dinero, lo que por desgracia no creo que vaya a encontrar y, salvo un cambio de fortuna en el último momento, casarme con una heredera.

– ¿Y tus sentimientos por la señorita Moorehouse?

Matthew cerró brevemente los ojos y exhaló un largo suspiro. Repentinamente cansado, dijo en un susurro:

– Si no encuentro el dinero, tendré que ignorarlos. Hay cosas más importantes que mis sentimientos. Hice varias promesas. Di mi palabra. Tengo responsabilidades hacia otras personas aparte de mí mismo.

Daniel asintió de manera aprobatoria.

– Una decisión sensata. Como ya te dije una vez, todas las mujeres son iguales, especialmente en la oscuridad. Sobre todo después de varias copas. Por lo que considero una tontería basar el matrimonio en algo que no sean razones puramente prácticas como el dinero, engendrar un heredero, el título, las propiedades. Basarlo en algo tan efímero como los caprichosos anhelos del corazón es una estupidez.