Выбрать главу

El señor Entwhistle dijo a modo de disculpa que Ricardo Abernethie había sido uno de sus más viejos amigos.

—Valiente cosa. Pero Ricardo ha muerto, ¿verdad? Así que no veo razón alguna para que tengas que meterte en asuntos que no te atañen y morirte de frío en esos condenados trenes. ¡Y en un asesinato además! No comprendo por qué te han enviado a buscar.

—Se pusieron en comunicación conmigo porque encontraron una carta firmada por mí, en la que daba cuenta a Cora del día del funeral.

—¡Funerales! Uno tras otro... eso me recuerda que otro de esos preciosos Abernethie te ha estado llamando... Timoteo, creo que dijo. Desde... no sé qué parte de Yorkshire... y también por un funeral. Dijo que volvería a llamarte más tarde.

Aquella noche hubo otra llamada personal para el señor Entwhistle. La voz era de Maude Abernethie.

—¡Gracias a Dios que le encuentro! Timoteo está de un humor terrible. La noticia de la muerte de Cora le ha trastornado muchísimo.

—Es muy comprensible —repuso el abogado.

—¿Qué dice?

—Digo que es muy comprensible.

—Me figuro que sí. ¿Quiere decir que se trata realmente de un asesinato?

«Pero, ¿no fue asesinado?», había dicho Cora; mas esa vez no había dudas en cuanto a la respuesta.

—Sí, un asesinato —dijo el señor Entwhistle.

—¿Y con un hacha, como dicen los periódicos?

—Sí.

—Es increíble... la hermana de Timoteo... su propia hermana... ¡asesinada con un hacha!

Al señor Entwhistle no le parecía menos increíble. La vida de Timoteo era tan pacífica que incluso sus familiares parecían quedar al margen de violencias.

—Me temo que hay que hacer frente a la desagradable realidad.

—Estoy seriamente preocupada por Timoteo. ¡Todo esto le hace tanto daño! He conseguido que se acostara, pero insiste en que le persuada a usted para que venga a verle. Quiere saber mil cosas... si se celebrará un juicio, quién se encargará de la defensa... y la acusación, y si tendrá lugar inmediatamente después del funeral, y dónde, si Cora expresó el deseo de que incinerasen su cadáver, si deja testamento...

El señor Entwhistle la interrumpió antes de que la lista fuera demasiado larga.

—Sí, hizo testamento. Y nombra a Timoteo albacea testamentario.

—¡Oh!, me temo que Timoteo no podrá encargarse de todo...

—La firma cuidará de todo lo necesario. El testamento es muy sencillo. Lega sus pinturas y su broche de amatista a su compañera, la señorita Gilchrist, y todo lo demás a Susana.

—¿A Susana? ¿Y por qué a Susana? No creo que la hubiera visto... Si acaso de niña.

—Me figuro que será por que Susana tampoco se casó a gusto de la familia.

—Incluso Gregorio es mucho mejor que ese Pedro Lansquenet. Claro que el casarse con un dependiente no hubiera sido bien visto en mis tiempos... pero una droguería es mucho mejor que una mercería... y por lo menos, Gregorio parece un hombre respetable —hizo una pausa y agregó—: ¿quiere eso decir que Susana hereda la renta que Ricardo dejó a Cora?

—¡Oh, no! Ese capital será dividido, según las condiciones del testamento de Ricardo. No. La pobre Cora sólo tenía unos cientos de libras y los muebles de su casita. Una vez pagadas todas las deudas y vendido el mobiliario dudo que queden unas quinientas libras. Pero se celebrará un juicio. Se ha señalado para el próximo jueves. Si Timoteo está de acuerdo enviaremos al joven Lloyd para que represente a la familia—y terminó disculpándose—: Temo que esto produzca cierta publicidad debido a las circunstancias.

—¡Qué cosa tan desagradable! ¿Han cogido ya al miserable que la mató?

—Todavía no.

—Debe ser uno de esos jóvenes medio desnudos que andan por el campo robando y matando. ¡Es tan poco competente la policía!

—No, no —repuso el abogado—. La policía no es incompetente.

—Bueno, todo esto me parece muy extraordinario. ¿No le sería posible venir aquí, señor Entwhistle? Se lo agradecería muchísimo. Creo que Timoteo se tranquilizaría si estuviera usted aquí.

El señor Entwhistle guardó silencio unos instantes. La invitación no era tentadora.

—Es posible que tenga usted algo de razón —admitió—. Y necesitaré la firma de Timoteo, como albacea testamentario, para ciertos documentos. Sí, creo que será lo más apropiado.

—¡Espléndido! ¡Qué alivio! ¿Vendrá usted mañana? ¿Se quedará a pasar la noche? El mejor tren es el de las once y veinte.

—Tendré que tomar el tren de la tarde... Por la mañana me esperan otros asuntos...

2

Jorge Crossfield saludó al señor Entwhistle calurosamente, pero tal vez con un ligero matiz de sorpresa.

El abogado le dijo, queriendo explicarse, aunque no explicaba nada:

—Acabo de llegar de Lychett Saint Mary.

—¿Entonces, se trata realmente de tía Cora? Lo leí en los periódicos y no pude creerlo. Pensé que debía tratarse de alguna otra persona con el mismo apellido.

—Lansquenet no es un apellido corriente.

—No, claro que no. Me imagino que ello fue debido a la natural aversión a creer que alguien de nuestra propia familia pudiera morir asesinado. Me recuerda bastante el caso del mes pasado ocurrido en Dartmoor.

—¿De veras?

—Sí. Las mismas circunstancias. Una casita solitaria, dos mujeres solas y una cantidad de dinero robado, completamente ridícula.

—El valor del dinero siempre es relativo —dijo el señor Entwhistle—. Es la necesidad la que cuenta.

—Sí..., sí, me figuro que tiene usted razón.

—Cuando se necesitan desesperadamente diez libras... quince son más que suficientes. Y a la inversa lo mismo. Para quien precisa cien libras, cuarenta y cinco son lo mismo que nada. Y si necesita varios miles, los cientos no bastan.

—Yo diría que cualquier cantidad es útil hoy en día —replicó Jorge con ojos brillantes—. Todo el mundo anda muy justo de dinero.

—Pero no desesperado —le hizo observar el abogado—. Y es la desesperación lo que cuenta.

—¿Se refiere a algo en particular?

—¡Oh, no, en absoluto! —-hizo una pausa y al cabo dijo—: Se tardará todavía un poco en arreglar lo de la herencia. ¿Le convendría que le hiciera un anticipo?

—A decir verdad, ahora iba a referirme a ese punto. No obstante, esta mañana estuve en el banco, les hablé de usted y se mostraron muy amables, a pesar de que ya se terminaron mis fondos.

De nuevo volvieron a brillar los ojos de Jorge, y el señor Entwhistle, con su gran experiencia, reconoció el significado de aquel brillo. Jorge, estaba convencido, debía haber estado si no desesperado, sí bastante falto de dinero. Y desde aquel momento supo que no confiaría en él para asuntos de dinero. Se preguntó si el viejo Ricardo Abernethie, también con gran experiencia para juzgar a los hombres, habría sentido lo mismo. Estaba casi seguro de que después de la muerte de Mortimer tuvo intenciones de nombrarle heredero. Jorge no era un Abernethie, pero sí el único varón de la joven generación, y el sucesor natural de Mortimer. Ricardo Abernethie envió a buscar a Jorge, que pasó algunos días en la casa. Por lo visto, al final de su visita el anciano no le consideró bastante digno. ¿Habría descubierto que Jorge no era honrado? Según opinión de la familia, el padre de Jorge fue lo peor que pudo haber escogido Laura. Un corredor de bolsa con otras actividades bastante misteriosas. Y Jorge se parecía más a su padre que a los Abernethie.

Tal vez interpretando el silencio del anciano abogado, Jorge dijo con una risa nerviosa:

—La verdad es que no he sido muy afortunado en mis inversiones últimamente. Me arriesgué un tanto y no me salió bien. Más o menos me liquidaron, pero ahora podré recuperarme. Todo lo que uno necesita es algo de capital. Las acciones de la sociedad Ardens son bastante buenas, ¿no le parece?