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»Ahora comenzaré por la suposición de que lo declarado por el repartidor es correcto. Además, el pequeño grupo de sospechosos será estudiado cuidadosamente. La señorita Gilchrist no se beneficiaba bajo ningún concepto con la muerte del señor Abernethie y muy poco con la de la señora Lansquenet... más bien, de hecho, la muerte de esta última la colocaba en una situación difícil para conseguir nuevo empleo. Además tuvo que ser asistida en un hospital a causa de haber ingerido el pastel conteniendo arsénico.

»Susana Banks se beneficiaba con la muerte de Ricardo Abernethie y también algo con la de la señora Lansquenet... aunque para ésta el móvil más bien pudo ser la seguridad. Podría tener sus buenas razones para creer que la señorita Gilchrist había oído la conversación que sostuvieron Cora Lansquenet y su hermano, en la que se refirieron a ella, y luego tal vez decidiera hacerla callar también. Recuerden que se negó a participar del pastel y también quiso esperar a llamar al médico hasta la mañana siguiente cuando la señorita Gilchrist se puso mala durante la noche.

»El señor Entwhistle no se beneficiaba con ninguna de las dos muertes... pero tenía bastante ascendiente y controlaba los asuntos del señor Abernethie y los fondos del trust y pudo tener alguna razón para desear que no viviera mucho tiempo. Pero... consideremos... si fuera el señor Entwhistle el culpable, ¿por qué habría acudido a mí?

»Y a eso puedo responder... que no es la primera vez que un delincuente se haya considera demasiado seguro de sí mismo.

»Ahora llegamos a lo que pudiéramos llamar extraños. El señor Guthrie y la religiosa. Si realmente se trata del señor Guthrie, el crítico de arte, eso le elimina. Lo mismo ocurre con la monjita, si lo era en realidad. La pregunta es, ¿serían ambos lo que representaban?

Considero que es imposible que una religiosa esté mezclada en un asunto así. Una monja llega a la puerta de la esposa de Timoteo Abernethie y la señorita Gilchrist cree que es la misma que viera en Lychett Saint Mary. Y también una religiosa o religiosas, fueron a Enderby el día antes del fallecimiento del señor Abernethie...

Jorge Crossfield murmuró :

—Apuesto tres contra uno: fue la religiosa.

Poirot continuó:

—Así que aquí tenemos varias piezas de nuestro rompecabezas... la muerte del señor Abernethie, el asesinato de Cora Lansquenet, el pastel de boda envenenado y "la coincidencia" de las religiosas.

»Quiero añadir algunos otros datos sobre este caso que llamaron mi atención:

»La visita del crítico de arte, el olor de las viejas pinturas al óleo, un cuadro que da la impresión de una postal representando el puerto de Polflexan, y por último un ramo de flores de cera que estaba sobre la mesa de malaquita donde ahora hay un jarrón chino.

»Reflexionando sobre estas cosas, fue como llegué a descubrir la verdad... Y ahora voy a comunicársela a todos ustedes.

»La primera parte ya la conté esta mañana, Ricardo Abernethie murió repentinamente... pero no hubiera habido razón para sospechar que su fallecimiento no fuera natural de no ser por las palabras de Cora Lansquenet después del funeral. Todo el caso del asesinato de Ricardo Abernethie se basa en esas palabras. Y como resultado, todos ustedes creyeron en ese asesinato, no por las palabras en sí, sino por el carácter de Cora Lansquenet, pues siempre había sido célebre por decir la verdad, provocando situaciones violentas. Así que el caso del asesinato de Ricardo descansaba en las palabras de Cora... pero más que nada en ella misma.

»Y ahora viene la pregunta que me hice a mí mismo: "¿Conocían ustedes bien a Cora Lansquenet?"

Hubo un silencio, al cabo del cual Susana preguntó con acritud:

—¿Qué quiere usted decir?

—No la conocían en absoluto... ésa es la respuesta —dijo el detective—. La joven generación no la había visto nunca, sólo cuando eran muy pequeños. Sólo había aquel día tres personas presentes que la conocieran: Lanscombe, el mayordomo, que es muy viejo y medio ciego; la esposa de Timoteo Abernethie, que la había visto en contadas ocasiones desde la fecha de su boda, y la viuda de Leo Abernethie, que si bien la conoció mucho, no la había visto en veinte años.

«Así que me dije: Supongamos que no fuera Cora Lansquenet la que asistió al funeral.

—¿Quiere usted decir que tía Cora... no era tía Cora? —preguntó Susana incrédulamente—. ¿Y que no fue asesinada tía Cora, sino otra persona?

—No, no; fue a Cora Lansquenet a la que asesinaron. Pero no era Cora Lansquenet la que llegó aquel día antes para asistir a los funerales de su hermano. La mujer que estuvo aquí aquel día vino con un solo propósito: el de estallar, por así decir, el hecho de que Ricardo hubiera muerto repentinamente, y para crear en las mentes de sus familiares la creencia de que había sido asesinado. ¡Cosa que consiguió ampliamente!

—¡Tonterías! ¿Por qué? ¿Cuál era su intención? —exclamó Maude.

—¿Por qué? Para apartar la atención del otro crimen. Del asesinato de la propia Cora Lansquenet. Porque si Cora dice que Ricardo ha sido asesinado y al día siguiente ella, también es asesinada, ambas muertes están destinadas por lo menos a ser consideradas como posible causa y efecto. Pero si Cora es asesinada en su casita, y el robo simulado no convence a la policía... ¿Dónde mirarían? En la misma casa, ¿no es cierto? Las sospechas tenderían a recaer en la mujer que vivía con ella.

La señorita Gilchrist protestó en tono casi joviaclass="underline"

—¡Oh, vamos... señor Pontarlier... no querrá usted insinuar que yo iba a cometer un crimen por un broche de amatistas y unos bocetos sin valor.

—No —dijo Poirot—. Por algo más que eso. Uno de los cuadros, señorita Gilchrist, representa el puerto de Polflexan, y como supo adivinar la señora Banks, había sido copiado de una postal en que aparecía la escollera intacta. Pero la señora Lansquenet pintaba siempre del natural. Recordé que el señor Entwhistle había mencionado que cuando estuvo en la casa se olía a pintura vieja. Usted pinta, ¿no es cierto, señorita Gilchrist? Su padre era un artista y usted entiende mucho de pintura. Supongamos que uno de los cuadros que Cora adquirió por poco dinero en una subasta fuese una obra de valor, y que ella no supiera reconocerla, pero usted sí. Usted sabía que esperaba, muy en breve, la visita de un viejo amigo suyo, muy conocido como crítico de arte. Entonces el hermano de la señora Lansquenet fallece repentinamente... y a usted se le ocurre un plan. Le fue fácil administrarle un soporífero en la taza de té de su desayuno que la mantuviera inconsciente durante todo el día del funeral, mientras usted representaba su papel en Enderby. Usted conocía Enderby perfectamente de tanto oír hablar a Cora de su casa... pues como todas las personas de cierta edad hablaba mucho de su niñez. No le fue difícil hablar a Lanscombe de los merengues y las cabañas, para que estuviera seguro de su identidad en caso de que se sintiera inclinado a dudar. Sí, utilizó muy bien sus conocimientos, haciendo alusiones a esto o aquello, y recordando cosas. Nadie sospechó que usted no fuera Cora. Llevaba sus ropas, ligeramente reformadas, y puesto que Cora llevaba flequillo postizo, le fue fácil peinarse igual. Ninguno de ustedes había visto a Cora durante veinte años... y en veinte años las personas cambian tanto que a menudo se oye decir: "No la hubiera reconocido." Pero la manera de ser no se olvida, y la de Cora era ciertamente bien definida, con sus gestos característicos, que usted había ensayado ante el espejo.