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– Morir es sólo un modo de descansar, un modo de ir hacia nuestra diosa para renovarnos y fortalecernos, y para, finalmente, regresar.

– Gran diosa Adsagsona, nos has dicho que encarnados nuevamente, naceremos de otra madre con un cuerpo más robusto y una mente más ágil, y nuestro viejo espíritu caminará por este mundo otra vez. Deseamos que ese viaje sea jubiloso para Kai, el Maestro de la Piedra de Partholon, amado de los Sidethas.

Birkita hizo una pausa y tomó la antorcha. Después se situó frente a la pira.

– Y ahora, liberamos a Kai de su cuerpo terrenal, y nos regocijamos, porque para él ha comenzado una nueva vida.

Entonces, alzó la antorcha y gritó:

– ¡Ave, Adsagsona!

– ¡No!

La respuesta de la multitud fue interrumpida por el grito de Shayla. Con una rapidez que dejó asombrada a Morrigan, dejó caer la espada y se abalanzó sobre Birkita.

– ¡No! ¡No te voy a permitir que lo quemes!

Empujó a Birkita hacia un lado. La antorcha salió despedida de manos de la Sacerdotisa y cayó sobre la pira, que se prendió al instante. Shayla enloqueció. Se arrancó el velo blanco que le cubría la cara y comenzó a golpear las llamas como si pudiera sofocarlas.

– ¡Lady Shayla, tenéis que deteneros! -gritó Birkita, que intentaba tirar de ella hacia atrás.

Morrigan no esperó para ver qué otras locuras iba a cometer Shayla. Se aproximó seguida por Brina, apartando a la gente a empellones. Birkita la necesitaba, así que iba a ayudarla.

– ¡Estáis profanando la pira de Kai!

La voz de Kegan se oyó por encima de las exclamaciones de horror de la gente y del crepitar de las llamas. Morrigan llegó a primera fila justo cuando el fuego envolvió por completo la pira con algo parecido a un rugido.

– ¡No! -gritó Shayla de nuevo.

Kegan y Birkita la tenían sujeta, cada uno de un brazo, y Brina estaba agazapada ante el trío, retorciendo la cola y gruñendo a Shayla. Las otras Sacerdotisas se habían quedado paralizadas, lo cual irritó a Morrigan. Iba a tener que exigirles que mostraran más valor. ¿Cómo podían permitir que Birkita, que era mayor que todas ellas, luchara con Shayla?

En aquel momento, la anciana soltó de repente el brazo de Shayla y dio un paso atrás. Birkita estaba frente a Morrigan, así que Morrigan pudo ver perfectamente su expresión. Tenía los ojos muy abiertos, y le temblaban las manos. Se posó una contra el pecho, y con la otra se agarró el brazo izquierdo. Abrió la boca para exclamar algo, pero los ojos se le pusieron en blanco y se desplomó como si los huesos se le hubieran licuado.

– ¡Birkita!

Morrigan corrió hacia la Sacerdotisa y la tumbó boca arriba, frenéticamente. Birkita no respiraba. Morrigan le buscó el pulso, pero no lo halló.

– ¡No! ¡Por favor, Birkita, no!

Morrigan le inclinó la cabeza hacia atrás, le tapó la nariz y comenzó a hacerle la reanimación cardiopulmonar. Entre inhalaciones y opresiones en el pecho, le rogaba:

– ¡Abre los ojos! ¡Respira!

Oyó un cántico suave antes de sentir una mano cálida en el hombro. Con una punzada de ira, miró a Kegan.

– ¡No! ¡Deja de hacer eso! ¡No puede morirse!

El Sumo Chamán sólo interrumpió su plegaria para decir con tristeza:

– Birkita ya ha muerto, mi amor.

No tenía ni idea de qué hora era, ni de qué día era, cuando oí la voz de Epona.

«Amada, debes venir».

Había adoptado la costumbre de no responderle. Cerré los ojos con más fuerza y estreché a Etain contra mí, respirando su olor suave de bebé para que su calor me calmara. Ojalá Epona nos dejara solas. Ojalá todos nos dejaran solas. Entonces todo iría bien.

«Amada, debes venir», repitió la diosa. «Te necesito».

Yo estaba demasiado cansada como para enfadarme, así que respondí:

– Francamente, no me importa.

«¡Deja de compadecerte a ti misma».

Me senté en la cama y, en voz baja para no despertar a la niña, pregunté:

– ¿Que deje de compadecerme? Mi hija acaba de morir, ¿y tú dices que mi dolor y mi tristeza son un capricho?

Epona se materializó. La diosa estaba a los pies de mi cama, y aunque yo había visto su rostro muchas veces en los veinte años durante los que había sido su Elegida, su belleza era tan grande, su aura de amor y bondad tan brillante, que siempre me resultaba difícil mirarla directamente.

Y, sin embargo, no podía perdonarla.

«No, Amada, tu dolor y tu pena no son un capricho. Pero no puedes seguir rechazando a los que te quieren y te necesitan».

Yo noté un pinchazo de culpabilidad. ClanFintan. Sabía que él también estaba sufriendo, y entendía que lo necesitaba desesperadamente, y que él me necesitaba a mí. Sin embargo, no podía encontrar mi camino hacia su amor. Estaba perdida en un laberinto de dolor e ira, y la única persona a la que podía ver en aquella oscuridad era a Etain.

– Ahora no puedo ayudar a nadie -dije.

«Te daría más tiempo si pudiera, Amada, pero no puedo. Debes volver al mundo. Tu hija te necesita».

Las palabras «tu hija» me atravesaron el pecho como un puñal helado.

– Mi hija ha muerto.

«La hija de tu vientre ha muerto. La hija de tu espíritu está viva. Es ella quien te necesita».

– ¿Morrigan tiene dificultades?

«Sí, y temo por su alma».

Cerré los ojos ante otra ráfaga de dolor.

– Myrna está contigo, ¿verdad?

«Sabes que sí, Amada».

Abrí los ojos y la miré.

– He estado muy enfadada contigo.

«La gran ira no puede existir sin un gran amor».

Epona se inclinó y me besó en la frente. Yo me eché a temblar al sentir cómo me llenaba su amor, y cómo terminaba con la niebla que había envuelto mi cabeza y mi corazón.

– Ayudaré a Morrigan -dije. Me tendí en la cama y me preparé para el Sueño Mágico-. Vamos a Oklahoma.

«Morrigan no está en Oklahoma, Amada. La hija de tu espíritu está en nuestro mundo».

No tuve tiempo de sentir asombro, porque ella me dio otra noticia.

«Prepárate, Amada, vas a viajar al Reino de los Sidethas».

– ¿El lugar en el que están Kegan y Kai?

«Kegan está allí. Kai ha muerto, Amada. Lo mató la misma oscuridad que acecha el alma de Morrigan».

En aquella ocasión, mi ira fue purificante.

– El maldito dios de las tres caras.

«Sí, Amada, pero hoy, mi deseo es que la luz expulse a Pryderi de ambos mundos durante generaciones».

– De acuerdo. Vamos a hacer esto, pero vas a tener que explicarme qué demonios ha estado ocurriendo.

Cerré los ojos y me separé de mi cuerpo, y sentí cómo me catapultaba a través del techo del Templo de Epona, mientras la diosa me ponía al corriente.

Capítulo 23

Morrigan no podía aceptar lo que le había dicho Kegan. Lo único que podía hacer era cabecear con incredulidad, igual que cuando había muerto Kyle… Igual que cuando estaba ante el lecho de muerte de Kai…

– ¡Vos lo habéis hecho! -gritó Shayla, junto a Morrigan-. No habéis traído la luz. Nos habéis traído la muerte. No sois la Portadora de la Luz, sois la Portadora de la Muerte.

– ¡Lady Shayla! -exclamó Kegan con dureza-. No sois vos misma. Habláis así debido a la pena. Lady Morrigan no ha tenido nada que ver con estas muertes trágicas.

Shayla miró a Morrigan con los ojos brillantes de odio.

– Yo encontré a Kai. Me dijo que fue la oscuridad que os sigue la que provocó su muerte. Dijo que os está acechando y que iba a devoraros. Todo esto es culpa vuestra. ¡Él ha muerto por vuestra culpa!

Morrigan no podía hablar. No podía contradecir a Shayla, porque tenía miedo de que estuviera en lo cierto. En aquel momento estaba abrazando el cuerpo de Birkita, y lo único que podía hacer era mirar fijamente a Shayla y a Kegan. No sentía dolor. Estaba desvinculada, como si observara lo que sucedía a través de una pantalla.