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– No, mamá Parker, no -dijo él. Bajó de la camioneta y la abrazó-. No es Shannon. Es Rhiannon. No llores.

Le acarició la espalda mientras ella sollozaba contra su hombro. Estaba demasiado ocupado consolando a su mujer como para darse cuenta de que el viejo chamán también bajaba al suelo, pero sí se dio cuenta de que volvía hacia ellos, porque llevaba en brazos a una recién nacida.

– Esta es Morrigan. Su nieta.

El anciano les tendió a la niña, y automáticamente, mamá Parker la tomó en brazos. Con las manos temblorosas, abrió la manta y desenvolvió al bebé. Richard Parker miró a la niña por encima del hombro de su esposa, y se enamoró instantánea e irremediablemente de ella.

– Es igual que Shannon cuando nació -dijo, y se echó a reír con los ojos llenos de lágrimas-. Igual que un bichito -así solía llamar a su hija, Bichito.

– Oh, cariño, ¿cómo puedes seguir con eso? Las dos son demasiado bonitas como para ser un bicho.

Richard miró a su mujer. Llevaban treinta años casados, desde que Shannon era una niña. Patricia Parker no podía tener hijos, pero había querido a Shannon y la había criado como si fuera suya. Y ahora, ella tenía cincuenta y cinco y él tenía cincuenta y siete años. Eran demasiado mayores para criar a un bebé.

Volvió a mirar a Morrigan, que se parecía tanto a Shannon.

– No tiene a nadie en este mundo -dijo John Águila de la Paz-. Rhiannon me pidió que le dijera que creía en usted y que sabía que haría lo correcto -explicó. Después de una pausa en la que consideró sus palabras, añadió-: Tengo un presentimiento acerca de esta niña. Siento que tiene un gran poder. Sin embargo, todavía hay que descubrir si será un gran poder para el bien o para el mal. La oscuridad que siempre persiguió a su madre también acechará a Morrigan. Si rechaza a esta niña, me temo que esa oscuridad podrá con ella.

– ¡Rechazarla! -exclamó Patricia, y Richard notó que su mujer estrechaba al bebé entre sus brazos-. Oh, no. No podemos rechazarla.

– Pat, tienes que estar muy segura sobre esto. Ya no somos jóvenes.

Ella miró a su marido con una sonrisa.

– Morrigan nos mantendrá jóvenes. Y ella nos necesita, cariño. Además, es lo único de Shannon que vamos a tener.

Incapaz de hablar, Richard asintió y besó a su esposa en la frente.

– Mi hija Mary está en el coche. Ha traído algunas cosas para el bebé, pañales, leche en polvo y biberones. Eso servirá para esta noche.

– Gracias -dijo Pat Parker con una sonrisa-. Se lo agradecemos.

– ¿Por qué no lleváis Mary y tú las cosas del bebé a casa? John y yo terminaremos aquí -dijo Richard.

Pat asintió, pero antes de alejarse miró por última vez a Rhiannon.

– Es difícil creer que no es Shannon.

– No es Shannon -repitió Richard con firmeza-, Shannon está viva y a salvo en otro mundo.

El bebé comenzó a agitarse, y Pat lo miró. Arrulló a la niña suavemente y se acercó a la puerta del asiento delantero de la camioneta. Richard esperó a que las mujeres entraran en la casa, y después se volvió hacia el anciano.

– No voy a enterrarla en el pueblo. Esto sólo es asunto nuestro.

John Águila de la Paz asintió.

– Es una buena cosa que el mundo moderno no vuelva a afectarle. Ella pertenece a un tiempo diferente, a un lugar diferente.

– Me gustaría enterrarla junto al estanque, bajo los sauces. Esos árboles siempre me han parecido tristes.

– Ahora será como si lloraran por ella.

Richard asintió.

– ¿Quiere ayudarme?

– Sí.

Los dos fueron al establo en busca de las palas que necesitaban.

– ¿Qué le va a decir a Morrigan sobre su madre? -preguntó John Águila de la Paz.

– La verdad -respondió él automáticamente, y después añadió-: Algún día.

Ojalá supiera cómo demonios iba a hacerlo.

John Águila de la Paz y su hija se marcharon al filo del amanecer. Richard estaba agotado. Se masajeó con cuidado la mano derecha para calmar la rigidez que siempre le molestaba si la usaba demasiado. Se preguntó si aquella herida se curaría alguna vez de verdad, y después recordó que sólo habían pasado cinco meses desde que se había rasgado la mano intentando salir del estanque por un agujero en el hielo. Un agujero que había hecho el malvado Nuada para cumplir su amenaza de matar a todos los seres queridos de Shannon. Richard se estremeció. No le gustaba recordar aquel día.

El llanto del bebé lo sacó de su ensimismamiento. Silenciosamente, se levantó y miró a la niña. Estaba acostada en la vieja cuna de Shannon. A él se le había olvidado que todavía la conservaban. Llevaba más de treinta años en la buhardilla. Sin dudarlo, tomó a Morrigan en brazos y le dio unas palmaditas en la espalda. Después la sacó de la habitación antes de que despertara a mamá Parker.

– Shhh -susurró.

Seguramente, la niña tenía hambre. Los recién nacidos comían constantemente. Él lo recordaba bien. Mientras calentaba un biberón, el peso y el olor del bebé le suscitaron nuevos recuerdos. Se había olvidado de que tener en brazos a su hija recién nacida siempre le había parecido una experiencia religiosa. Y él no era un hombre religioso. No tenía tiempo para la rigidez y la hipocresía de la religión organizada. Había encontrado a sus dioses en los prados de heno dulce, o en el calor de un establo, o en la lealtad de sus perros. Así pues, cuando pensaba en que tener en brazos a aquella niña era algo religioso, no pensaba en la iglesia, ni en nada parecido. Pensaba en la perfección de la belleza, en el mejor de los milagros de la naturaleza. Se sentó en la mecedora y suspiró al sentir el crujido de sus rodillas y el entumecimiento de la espalda. Sin embargo, mientras la veía tomarse el biberón y oía sus sonidos suaves, como de cachorrillo, se dio cuenta de que no era ningún viejo. Tenía la mirada de un hombre que estaba viendo de nuevo la magia de la vida y del nacimiento, y que experimentaba el renacimiento del amor.

– Creo que nos va a ir muy bien -le dijo al bebé-. Mamá Parker y yo ya no somos unos niños, pero tampoco somos tan tontos como dos jovenzuelos sin experiencia. Y yo tengo práctica en esto de ser padre. Creo que si Shannon estuviera aquí ahora, te diría que con ella lo hice muy bien.

Pensar en Shannon le entristeció, como siempre. La echaba de menos. Sin embargo, aquella noche, con el peso suave y cálido de una recién nacida en brazos, se dio cuenta de que la ausencia de su hija le hacía menos daño. Nunca dejaría de echarla de menos, pero tal vez aquella niña que se parecía tanto a ella pudiera compensar un poco su ausencia.

Una vez que el bebé terminó el biberón, Richard se lo apoyó en el hombro, y se echó a reír cuando Morrigan eructó como un pequeño marinero.

– Igual que Shannon -dijo.

Después la tomó en brazos de nuevo comenzó a acunarla canturreando suavemente. El bebé pestañeó y sonrió. Richard, que había sentido un gran peso en el corazón desde que su hija había desaparecido de aquel mundo, se sintió repentinamente ligero, como si le hubieran crecido alas.

Tuvo que carraspear y parpadear para que no se le cayeran las lágrimas.

Capítulo 5

Partholon y Oklahoma

El Paraíso de los Sueños es mi lugar favorito. Sí, me gusta incluso más que el Templo de Epona, más incluso que la Toscana, o que Irlanda. Siempre he sido capaz de controlar mis sueños, incluso antes de llegar a Partholon y convertirme en la Elegida de Epona.

Cuando era niña, en Oklahoma, pensaba que el hecho de poder controlar los sueños era normal. No sabía que era nada extraño hasta que una de mis amigas me contó que la noche anterior había tenido una pesadilla horrible. Yo me eché a reír y le pregunté que por qué no había trasladado sus sueños a algún sitio feliz. Ella me miró como si estuviera loca y me dijo que la gente no podía controlar los sueños a voluntad. Yo me quedé callada, cosa poco normal en mí, hasta que llegué a casa y se lo pregunté a mi padre. Él me explicó que la gente, por lo general, no era capaz de controlar los sueños, y que si yo era capaz de hacerlo, tal vez debiera mantenerlo en secreto. Y eso es lo que hice después de aquel día, aunque lo extraño de mi habilidad no disminuyó mi disfrute en el Paraíso de los Sueños.