Y, por supuesto, había tres negativos de una cámara de gran formato en los que aparecía la curva de herradura del camino de asfalto que ascendía desde la carretera de la costa de East Egg hasta la propiedad de los Buchanan-Marshfield. En las imágenes, Laurel pudo ver un coche aparcado frente a las escaleras de la entrada de la mansión y, aunque no sabía mucho de automóviles, fue capaz de adivinar que se trataba de un Ford Mustang con el chasis blanco y una capota negra. Estaba casi segura de que era un modelo de los años sesenta.
Capítulo 12
Katherine Maguire, con los ojos cerrados, alzó el rostro hacia el sol de media mañana de ese día de septiembre, mientras caminaba junto a una procuradora municipal, llamada Chris Fricke, por las baldosas que desde hacía décadas servían de pavimento al pasaje comercial del centro de Burlington. Escuchaba atentamente a la abogada, pero al mismo tiempo disfrutaba del calor en sus párpados.
– Es un abogado que pertenece a un bufete de Manhattan, pero también tienen una representación en Underhill. Una especie de delegación, no una oficina. Por eso conocen un poco BEDS -le contaba Chris mientras, por debajo, sus tacones sonaban sobre las baldosas cada tres o cuatro sílabas.
Chris era una de las procuradoras municipales que trabajaba con BEDS desde hacía ya seis años, casi desde el día en el que se sacó la oposición y empezó a trabajar para el Ayuntamiento de Burlington. Era un poquito mayor que la directora de BEDS, tendría unos cincuenta y cinco, creía Katherine, y era una mujer peculiar y modélica: no comenzó a estudiar Derecho hasta que el menor de sus hijos empezó a ir al instituto. Como la mayoría de los empleados municipales, tenía mucha energía y determinación, y estaba totalmente convencida, a pesar de todas las evidencias que apuntaban a lo contrario, de que lo que hacía era de vital importancia para la humanidad. Trabajaba de voluntaria en el albergue, lo cual era mucho más de lo que nunca hicieron la mayoría de los abogados que colaboraban con BEDS. Había hecho un esfuerzo para concienciarse de lo duro que resultaba vivir en las calles y de las necesidades de la población sin techo, y por eso se había ganado la confianza y el respeto de Katherine.
– ¿Ha visto el anuncio que pusimos en el periódico? -le preguntó Katherine.
– Él o su cliente. Sea como sea, se ha enterado de lo que hemos descubierto y cree que las fotos podrían pertenecer a su cliente. Dice que es una mujer mayor que vive en Long Island.
– ¿Y quiere que se las entreguemos?
– Lo dices como si te molestara -dijo la abogada.
– Bueno, un poco. Quería asegurarme de que nadie las reclamaba porque es lo correcto y para cubrirnos las espaldas. Pero, por supuesto, me encantaría que se quedasen en BEDS. Nunca se me ocurrió que aparecería un dueño de las fotos.
– Bueno, todavía no sabemos si es su propietario legítimo. Le he descrito el contenido de la caja y es posible que lo sea. Podrían ser fotos de su casa y ella podría ser uno de los niños que aparecen en las imágenes.
– Dices que es una anciana. ¿De cuántos años?
– Más de ochenta. Lo suficientemente vieja para poder ser la niña de la foto. Pero no chochea -dijo Chris-. Podrá ser mayor, pero parece un hueso duro de roer. Se la ve con salud y ganas.
– ¿El abogado te dijo por qué quiere las fotos?
– Porque ella o su casa aparecen en alguna de las imágenes. Además, dice que es coleccionista de arte y que hace tiempo perdió algunas de sus fotos y unas series de negativos. Quiere que se las llevemos todas. Y no quiere que Laurel revele nada. Ha pedido que se lo enviemos a su abogado para que pueda recuperar las imágenes que, según dice, son suyas.
– ¿Alega tener algún vínculo con Bobbie?
– Todo lo contrario. Se empeña en recalcar que no tenía ninguna relación con él. Dice que tuvo un hermano, pero que falleció hace muchos años. Su abogado y ella no saben cómo Bobbie pudo conseguir esas fotos de su familia y de su casa, o las imágenes que formaban parte de su colección. Pero siente que se las han usurpado y quiere recuperarlas.
Katherine se detuvo y se giró hacia la abogada.
– ¿Estamos obligados a hacerlo? -Se dio cuenta de que lo había dicho con enfado, aunque no pretendía dar ese tono a su voz, pero le salió del alma.
– No necesariamente. Tenemos que examinar este asunto más a fondo. Ahí reside la ironía de esta historia: si esta mujer tuviera algún vínculo familiar con Bobbie Crocker, entonces tendría derecho a quedarse con las fotos en su condición de única heredera viva. Pero si no tiene relación con él, le resultará mucho más difícil reclamarlas. Sólo porque aparezca en ellas no significa que tenga derecho a poseerlas.
El rostro de Katherine enrojeció, y no precisamente debido al sol.
– Mira, me gustaría montar una exposición con las fotos de Bobbie. Él se lo merecía, tú lo sabes muy bien. No le dimos la oportunidad de hacerlo en vida, porque no lo tomábamos en serio. Yo, por lo menos, no.
– Te sientes mal por eso, ¿verdad?
– Un poco, sí. Pero hay más cosas. En primer lugar, esas fotos serían una gran publicidad para la gente a la que ayudamos en la asociación. Muestran que una persona que hizo cosas extraordinarias en su vida y que conoció a gente importante, acabó de indigente. En segundo lugar, y puede que no sea el segundo en importancia, espero que la colección pueda proporcionar algo de dinero a BEDS. Podríamos vender la exposición como una campaña benéfica.
– Eso no es un problema, asumiendo que no tengamos que entregar todo a esta mujer de Long Island.
Chris miró su reloj y volvió a taconear por Church Street en dirección a su oficina en el ayuntamiento. Un momento después añadió:
– No te sorprendas si ese abogado os llama a ti o a Laurel.
– ¿En serio?
– Podría hacerlo. No obtuvo de mí lo que quería, por eso podría intentar localizaros a una de vosotras.
– Vaya. Espero que no llame a Laurel.
– ¿Por alguna razón en particular?
– Bobbie, o quien fuera, sacó unas cuantas fotos del club de campo al que Laurel iba a nadar de pequeña. Y tengo entendido que también hay una imagen de una chica montando en bicicleta en Underhill, en la misma pista forestal en la que intentaron violar a Laurel.
– ¿Una chica de su edad?
– Creo que sí. No he visto la foto, pero Laurel la encontró y me lo dijo. Parece que le ha afectado mucho. La combinación de esas imágenes le ha hecho implicarse bastante.
La abogada también conocía la historia de Laurel, y Katherine pudo percibir inquietud en su mirada.