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– ¡Eso mismo! A diez o quince kilómetros de aquí. En fin, como sea. Se celebra en el día del Trabajo [6].Ya sabes, una feria de cosas del campo: esquilan ovejas, ordeñan vacas y exhiben calabazas gigantes… Después hacen juegos populares y los tipos que organizan las yincanas van disfrazados. Estoy seguro de que Bobbie vio a su diablo allá. Puede que fuera alguien que le hizo daño. Ya sabes, físicamente. Alguien que le pegó o le quitó el dinero que tenía. O, simplemente, un cabrón que a Bobbie le dio más miedo del que en realidad daba.

– Igual puedes encontrarlo en esas fotos que tienes -dijo Howard.

Laurel se quedó pensando en esto por un momento. Hasta ahora, no había descubierto a nadie de aspecto demoníaco en las fotos, ni una imagen de la feria agrícola de finales de verano. Se preguntaba, basándose en las imágenes que había revelado, si Pete no estaría equivocado y se trataría de alguien procedente de la infancia de Bobbie a quien debería buscar. Quizá una imagen de alguien a quien había conocido de niño. Alguien de su propia familia.

– Pete, ¿estás seguro de que se refería a la feria de Champlain Valley? -le preguntó.

– No del todo. Tratándose de Bobbie, nunca puedes estar seguro. Igual era un carnaval en Nueva York, en Minnesota o en Louisville. Dijiste que tenía familia allá, ¿no es así?

– En efecto.

– Mira, ¿quieres una anécdota? -preguntó Pete.

– Sí.

– Pues ahí va. Éste es el Bobbie Crocker que era mi amigo, nuestro amigo. El pasado verano, estábamos mirando las obras de ese nuevo edificio junto al lago, el que tendrá apartamentos y tiendas de lujo. Sólo estábamos Bobbie y yo, y sudábamos como cerdos. Debía de ser por julio. Yo ya no bebo, pero me moría por una cerveza. Soñaba con una cerveza helada atravesando mi gaznate, con una de esas botellas de litro de Budweiser. Hace tres años que no he probado ni una gota, en aquel entonces un poco menos de tres años. Pero tenía un par de pavos en la cartera y allí cerca había un colmado. Yo estaba pensando: una cerveza. ¡Qué cojo… demonios! En serio, ¿qué pasa si me tomo una puñetera cerveza? Sólo una litrona. ¿Voy a acabar tirado otra vez en la calle por eso? La respuesta es que sí, porque no puedo conformarme con una. Me tengo que tomar un barril entero. Pero iba a hacerlo: me iba a comprar una puta cerveza. Pero Bobbie, gracias a Dios, me leyó el pensamiento y me sacó de allí. Me llevó a un banco sombreado y acabamos tomándonos un par deYoo-hoos. ¿Los conoces? Son esos batidos de chocolate embotellados.

– Sí, de los que bebía Yogui Berra [7] -dijo Howard.

– Bueno, eso decía él en los anuncios, pero creo que Yogui también le daba a la cerveza -comentó Paco.

– Esos Yoo-hoos me ayudaron a seguir limpio. A veces, una bebida dulce y refrescante sirve. Y todo fue gracias a Bobbie.

Laurel se quedó pensando en esto durante un momento, y recordó el consejo que le había dado David la otra noche cuando estaban en la cama. Contestó con un gesto afirmativo acompañado de un simple «aja» y permaneció callada.

Como era de esperar, Pete, el gracioso, irónico y escéptico de Pete, siguió hablando:

– Ahí estábamos, sentados a la sombra de uno de esos arces que todavía no han talado, contemplando el agua y las montañas Adirondacks y tomándonos nuestros Yoo-hoos. De repente, va Bobbie y salta: «¿Te gusta esta vista? Pues tendrías que haber contemplado la que había desde mi dormitorio cuando era niño. Por una ventana, el estrecho de Long Island; y por la otra, una mansión con una torre». ¡Una torre! ¿Qué te parece? Los maravillosos mundos de Bobbie eran así. Le sonreí y cambié de tema.

De repente, Howard apartó su plato y agarró con firmeza el borde de la mesa.

– ¿Sabes qué era lo mejor de Bobbie? -dijo muy emocionado mientras todos permanecían a la espera de la respuesta-. ¡Que era un tío normal!

Pete se permitió otra de sus carcajadas duras, cortas y amargas.

– Sí, ese era Bobbie Crocker. Mientras algunos abueletes se dedican a jugar al golf en Fort Lauderdale, él veraneaba en un contenedor en Cherry Street y se pasaba los inviernos en el hospital psiquiátrico. Un tío normal, ese Bobbie Crocker.

Cuando Laurel volvió a mirar a Howard, descubrió que asentía con la cabeza, con ojos melancólicos y un poco alicaídos, totalmente ajeno al desdén y la ironía de muchos de los comentarios de Pete Stambolinos.

A media mañana, Katherine asomó la cabeza por la puerta del despacho de Laurel. La muchacha estaba ocupada con un nuevo residente llamado Tony, un joven que afirmaba haber sido la estrella de su equipo de fútbol del instituto en la ciudad de Reveré, Massachusetts, hacía ocho o nueve años, y que había pasado la noche en el dormitorio masculino del albergue. Su familia le había abandonado, igual que las de Pete, Paco, Howard y -al menos eso pensaba Laurel- la de Bobbie. La única diferencia es que Tony era mucho más joven que los otros indigentes. El muchacho se revolvía nervioso en la silla y no paraba de abrir y cerrar los puños. Era de esas personas que constantemente se muerden las uñas, hasta el punto de que todas sus cutículas parecían haberse pasado la noche entera sangrando.

– Siento interrumpir, pero tengo que salir a una reunión en Montpelier y quería pillarte antes de marcharme -dijo Katherine, ofreciendo a Tony un saludo de disculpa y levantando las manos en un gesto que sugería que no le había quedado más remedio que interrumpirles.

Laurel salió al pasillo para hablar con su jefa.

– Igual te llama un abogado de Nueva York para pedirte que dejes de revelar las fotos de Bobbie Crocker -dijo Katherine-. Incluso podría solicitarte que se las entregaras, a él o a otra persona. Pero no tienes que hacerlo, ¿entendido? No te dejes intimidar.

– ¡Caramba! ¿Abogados? ¿Desde cuándo andamos en pleitos?

– No fuimos nosotros los que empezamos -dijo Katherine, y Laurel comprendió al momento quién había sido y por qué su jefa parecía un poco alterada: se sentía coaccionada, y no estaba dispuesta a tolerarlo. Tampoco iba a permitir que lo que ella concebía como el deseo de uno de sus residentes fuera brutalmente pisoteado.

Le contó a Laurel su conversación con la procuradora municipal y luego añadió:

– No fue la mujer quien llamó, por supuesto. Ese tipo de gente nunca lo hace, se lo encargan a su abogado, que telefoneó a Chris Fricke. En fin, que esa vieja bruja cree que las fotos le pertenecen porque aparece en algunas de ellas.

– En una solo.

– Y su hermano también.

– Su hermano únicamente sale en una.

– Y además hay otras de su antigua casa.

– Sí.

– Sea como sea, la mujer sostiene que Bobbie robó o encontró una caja llena de fotos y negativos de su familia, y quiere que se le devuelva todo el material intacto, tal y como Bobbie lo dejó. Quiere comprobar si hay algo más que le pertenezca.

– ¡Bobbie no robó nada a esa gente! Él era parte de su familia. ¡Era su hermano!

Katherine permaneció en silencio, observando a su amiga.

– ¿De verdad lo crees?

– No lo creo -dijo Laurel, muy irritada, bajando la voz-. Lo sé. Estoy totalmente segura de ello.

– Bueno, pues no lo hagas. Abandona esa idea ya mismo, ¿entendido?

– ¿Qué? ¿Por qué?

– Porque si Bobbie fuera de verdad su hermano, lo cual, en mi opinión, es totalmente imposible, entonces estaríamos obligados a entregarle todas las fotos.

– Tengo algo que contarte, Katherine. Ya no me cabe ninguna duda -dijo Laurel, intentando que su voz sonara tranquila sin conseguirlo-. Todo concuerda, está todo muy claro. Esta misma mañana he estado desayunando con unos inquilinos del Hotel New England.

– Déjame adivinar. ¿Pete y compañía? Debe de haber sido toda una experiencia.

– Ha estado bien. Me prepararon todo un festín. Pero lo importante es que las cosas que me contaron apuntan a que Bobbie es el hermano de esa mujer.

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[6] En Estados Unidos, la festividad del trabajo se celebra el primer lunes de septiembre. (N.del T.)

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[7] Jugador de béisbol que en los años cincuenta y sesenta protagonizaba un anuncio de esta marca de bebidas. (N. del T.)