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– ¿En serio?

– Bobbie les dijo que había crecido en Long Island y que tenía familia en Kentucky.

– Comprendo la conexión de Long Island pero ¿qué hay en Kentucky?

– De allí era su madre. Nació y pasó su infancia en Louisville.

Katherine suspiró y le dio un pequeño apretón en el brazo.

– Cuando me dijiste que reconocías los lugares que aparecían en las fotos, yo también creí que Bobbie había vivido cerca de tu club de campo. En serio, lo creía. Y todavía puede que tengas razón. ¿Quién sabe? Pero…

– Sacó fotos de la casa, la mansión de su niñez, incluso a mediados de los años sesenta. Ayer revelé un par de ellas de esa época.

– O quizá fuera otra persona quien las sacara, puede que a petición de esta señora.

– Mira…

– Laurel, el abogado de esta mujer lo ha dejado bien claro: el hermano de su cliente falleció hace años, hace décadas. Nadie sabe cómo llegaron a manos de Bobbie las fotos y los negativos, pero la señora quiere que los dejes como están y que se los entreguemos. Nosotros no tenemos que hacerlo, por el momento, precisamente porque ella insiste en que Bobbie no era su hermano y que no tenía ninguna relación con él. Ésa es la clave, y a eso es a lo que voy. Mientras esta viuda de Long Island siga afirmando que no tiene ningún vínculo con Bobbie, las fotos no son suyas y no puede reclamarlas basándose en relación de parentesco.

Laurel reflexionó un poco sobre el asunto. No se le escapaba la ironía. Si reconocía quién había sido Bobbie, Pamela Buchanan Marshfield tendría un motivo para reclamar, y probablemente conseguir, las fotos. Aparentemente, resultaba que era verdad que había gente por ahí que andaba detrás de ellas. Los temores de Bobbie podrían haber sido desproporcionados, pero no del todo infundados.

– Si BEDS se queda con los revelados cuando termine de hacerlos… -empezó a decir Laurel.

– BEDS no, el Ayuntamiento de Burlington. El término legal es reversión al Estado. Como Bobbie murió sin dejar testamento, sus posesiones pasan directamente a pertenecer a la ciudad. Y en Burlington eso significa vender los bienes y dedicar el dinero que se obtenga a financiar las escuelas públicas, aunque, en este caso, estoy segura de que el Ayuntamiento nos las venderá por un precio simbólico, un dólar o algo así, para que las utilicemos como parte de nuestras campañas benéficas.

– Que es el motivo por el que quieres que nos las quedemos.

– Uno de los motivos. Pero también me interesan porque eran la única cosa que le importaba a uno de nuestros residentes tanto como para llevarlas siempre consigo. Eso tenemos que respetarlo. Y me gustaría montar la exposición que Bobbie se merecía. Me encantaría organizar un evento que recuerde a la ciudad que los indigentes son también personas con talento, sueños y logros.

– Entonces, sigo revelando.

Katherine se quedó en silencio y, por un momento, Laurel temió que le iba a pedir que dejara de hacerlo.

– Sí, sólo… -dijo finalmente-, sólo recuerda que esas fotos pertenecieron a un hombre que… que no era quien tú te imaginas que fue. Y procura… -Miró a Laurel de un modo que la joven trabajadora social reconocía porque era precisamente como su madre la miraba cuando estaba preocupada-, procura no hablar mucho con ese abogado si te llama. Pero, si lo haces, no menciones que Bobbie era hermano de nadie, ¿vale?

Laurel asintió con la cabeza, pero estaba tan enfadada que sentía que le temblaba el rabillo del ojo. Se sentía molesta porque pensaba que le estaban poniendo un bozal y porque quedaba claro que hasta Katherine dudaba de algo que ella consideraba un hecho.

Katherine la abrazó y saludó a Tony desde la puerta, pero el muchacho contempló a la directora del albergue con tanta condescendencia y desprecio en la mirada que Katherine terminó entrando con brío en el despacho y pidiéndole disculpas formalmente. Después, se dio la vuelta y se marchó por el pasillo. Antes de desaparecer tras la esquina, se detuvo y añadió:

– Y hablo en serio respecto a este asunto de la identidad, ¿vale?

Laurel hizo un gesto afirmativo, pero su mente ya estaba en las fotos y en el trabajo que tenía pensado hacer en la sala de revelado de la universidad ese fin de semana.

PACIENTE 29873

…no demuestra interés por los demás pacientes o por socializar en la sala de recreo. Parece que disminuyen las alucinaciones auditivas, pero sigue negando elementos clave y presenta lapsos considerables en la memoria, síntomas propios de una disociación.

Fragmentos de las notas de Kenneth Pierce,

psiquiatra a cargo,

Hospital Público de Vermont,

Waterbury, Vermont.

Capítulo 14

El viernes por la mañana, David Fuller estaba con su hija mayor en la sala de espera del pediatra. Muy a su pesar, observaba cada animalito de peluche, juguete de plástico o revista de moda de la estancia como un potencial portador de agentes infecciosos. Y lo que era peor, los niños que los acompañaban en la sala no paraban de toser, moquear y estornudar. Le hubiera gustado ponerlos en cuarentena lo más lejos posible de Marissa quien, por el momento, no se encontraba mal. Era prácticamente la única niña de su clase que no tenía anginas. Si se encontraban allí se debía a un pequeño corte en el dedo pequeño del pie derecho que estaba tardando demasiado en curarse. David suponía que las playeras, los zapatos de claque y las zapatillas de ballet pasaban demasiado tiempo rozándole la herida.

Marissa, por supuesto, estaba encantada ante la circunstancia de que el pediatra de su seguro sólo pudiera atenderlos el viernes por la mañana, cuando se suponía que tenía que estar en clase de matemáticas. Se encontraba sentada junto a su padre en el sofá de escay naranja, con el pie sano recogido en los cojines bajo su muslo y con la cabeza hundida en un número de Cosmo Girl!, una revista para adolescentes que David consideraba totalmente inapropiada en esa sala de espera. ¿Dónde estaban los inocentes semanarios infantiles como Highlights cuando los necesitabas? Temía que el silencio de su hija se debiera a las cosas habitualmente prohibidas que estaría leyendo en la revista. Por eso, para romper el maleficio de la publicación, y aun a costa de resultar un poco pesado, le preguntó:

– Quitando tu dedito herido, ¿qué tal estás?

– Bien.

– ¿De verdad es tan interesante esa revista? Espero que no te afecte mucho toda esa decadencia que estás leyendo. De lo contrario, tu madre me matará.

– No te preocupes, no lo hará.

– ¿Qué se te pasa por la cabeza?

– ¿Quieres decir -preguntó la niña alzando la vista de la revista- ahora mismo?

– Eso es. ¿En qué estás pensando justo ahora?

– Bueno, ya que lo preguntas, mamá dice que Laurel es demasiado joven para ti.

Su ex mujer, abogada, se encontraba en ese momento trabajando en los juzgados.

– ¿Por qué tu madre siempre anda preocupada por la edad de las mujeres con las que salgo?

– No lo sé.

– No tenía que haber preguntado, perdona. ¿A ti te preocupa que, de repente, tu madre esté interesada por la edad de Laurel?

– Oh, no es algo nuevo.

La pequeña devolvió la revisa a la cesta que había junto al sofá, bostezó y se estiró. Después, recostó la cabeza contra el brazo de su padre.

– Gracias por informarme -sólo acertó a decir David.

– No pasa nada.

– Bueno, entonces… ¿te molesta?

– ¿La edad de Laurel? No.

– ¿Y a Cindy?

– Ésa no tiene ni idea de lo que significa la palabra edad. Para ella, Laurel tiene los mismos años que mamá.