– Ese cretino de Kenny es un verdadero cabrón. ¿Sabes lo que ha hecho ahora? Se metió en mi apartamento.
Abrí los ojos fingiendo sorpresa.
– ¡No!
– ¿Puedes creértelo? Rompió una maldita ventana.
– ¿Por qué iba a romper una ventana y entrar por la fuerza en tu apartamento?
– Porque está chiflado.
– ¿Estás seguro de que fue Kenny? ¿Faltaba algo?
– Claro que fue Kenny. ¿Quién, si no? No robaron nada. El vídeo sigue allí. Mi cámara, mi dinero, mis joyas… no tocaron nada. Fue Kenny, seguro. Ese jodido y chiflado gilipollas.
– ¿Has informado a la policía?
– Lo que hay entre Kenny y yo es privado. Nada de policías.
– Puede que tengas que cambiar de planes.
Spiro me miró fijamente y entrecerró los ojos.
– ¿ Ah, sí?
– ¿Te acuerdas de lo que le ocurrió al pene del señor Loosey?
– Sí, ¿y qué?
– Kenny me lo envió por correo.
– Joder!
– Por correo expreso.
– ¿Dónde está ahora?
– La policía lo tiene. Morelli estaba conmigo cuando abrí el paquete.
– ¡Mierda! -De un puntapié envió la papelera al otro extremo del despacho-. Mierda, mierda, mierda, mierda.
– No veo por qué te alteras tanto -susurré con tono tranquilizador-. En mi opinión esto es problema del chalado de Kenny. Después de todo, tú no has hecho nada malo.
Sigúele la corriente, me dije, a ver adonde va.
Spiro dejó de rezongar y me miró. Me pareció oír cómo encajaban los diminutos engranajes de su cabeza.
– Cierto -contestó-. No he hecho nada malo. Yo soy la víctima. ¿Sabe Morelli que fue Kenny quien envió el paquete? ¿Había una nota? ¿Un remite?
– Ninguna nota. Ningún remite. Es difícil saber qué sabe Morelli.
– ¿Le has dicho que lo envió Kenny?
– No tengo ninguna prueba de que haya sido él pero la cosa estaba embalsamada, de modo que la policía investigará en las funerarias. Supongo que querrán saber por qué no informaste del… robo.
– Quizá debería decir la verdad. Decirle a la policía que Kenny está realmente chiflado. Hablarles del dedo y de mi apartamento.
– ¿Qué hay de Con? ¿También a él vas a decirle la verdad? ¿Todavía está en el hospital?
– Hoy ha regresado a casa. Una semana de recuperación y a trabajar a tiempo parcial.
– No va a sentirse muy contento cuando se entere de que a sus clientes les han trinchado partes del cuerpo.
– Y que lo digas. He oído ese disparate suyo de que «el cuerpo es sagrado» suficientes veces como para que me dure tres vidas. A ver, ¿a qué viene tanto lío? El pobre Loosey ya no está en condiciones de utilizar su polla.
Spiro se dejó caer en el sillón de ejecutivo detrás del escritorio y se repantigó. La máscara de cortesía desapareció de su rostro y su piel cetrina se tensó sobre los pómulos y los dientes puntiagudos. Tenía más aspecto de roedor que nunca. Furtivo, de aliento apestoso, maligno. Resultaba imposible saber si era roedor de nacimiento o si años de soportar las provocaciones en el patio del colé habían hecho que su alma se adaptará a su rostro.
Spiro se inclinó.
– ¿Sabes cuántos años tiene Con? Sesenta y dos. Cualquier otra persona estaría pensando en la jubilación, pero Constantine Stiva, no. Cuando yo haya muerto por causas naturales Stiva seguirá vivo, el mismo pelotillero de siempre. Es como una serpiente, con el corazón latiéndole a doce pulsaciones por minuto. Absorbiendo formaldehído como si fuese el elixir de la vida. Aferrado a la vida, sólo para cabrearme. Debió de tener cáncer en lugar de la espalda cascada. ¿De qué sirve la espalda cascada? Uno no se muere de tener la espalda cascada.
– Yo creía que tú y Con os llevabais bien.
– Me vuelve loco. El y sus reglas y su gazmoñería. Deberías verlo en la sala de embalsamamiento; todo tiene que hacerse exactamente como él quiere, a la perfección. Parece un jodido altar. Constantine Stiva en el altar a los jodidos muertos. ¿Sabes lo que pienso yo de los muertos? Creo que apestan.
– ¿Por qué trabajas aquí?
– Por el dinero que se puede ganar, nena. Y me gusta el dinero.
Me contuve, a fin de no echarme para atrás. El lodo y la baba del cerebro de Spiro se derramaban por cada orificio de su cuerpo, chorreaban por el cuello de su camisa de sepulturero, impecablemente blanca.
– ¿Has tenido noticias de Kenny desde que se metió en tu apartamento?
– No. -Spiro se puso melancólico-. Antes éramos amigos. El, Moogey y yo lo hacíamos todo juntos. Luego Kenny se alistó en el ejército y cambió. Creía que era más listo que los demás. Tenía un montón de ideas grandiosas.
– ¿Como qué?
– No puedo contártelas, pero eran grandiosas. No es que yo no pudiera tener ideas grandiosas también, pero estoy ocupado con otras cosas.
– ¿Te incluyó en esas ideas? ¿Hicisteis dinero con ellas?
– A veces me incluía. Con Kenny nunca se sabía. Era astuto. Guardaba secretos y uno no se enteraba. Era así con las mujeres. Todas creían que era un tío genial. -Spiro esbozó una sonrisa repugnante-. Nos hacían reír cuando actuaba como el novio fiel cuando estaba tirándose a cuanta tía veía. De veras engatusaba a las mujeres. Incluso ahora, cuando las muele a golpes, ellas regresan pidiendo más. Tenía algo. Le he visto quemarlas con cigarrillos y clavarles alfileres, y ellas siguen aguantándolo todo.
La hamburguesa con queso se removió en mi estómago. No sabía quién era más repugnante, si Kenny, por clavar alfileres a las mujeres, o Spiro, por admirarlo.
– Debería irme. Tengo cosas que hacer.
Como fumigar mi cerebro después de haber escuchado a Spiro.
– Espera un momento. Quería hablarte de la seguridad. Eres experta en eso, ¿no?
No era experta en nada.
– Sí.
– Entonces, ¿qué debo hacer con Kenny? Se me ha ocurrido que podría contratar a un guardaespaldas. Sólo por la noche. Alguien que cierre conmigo y se asegure de que llegue sin problemas a mi apartamento. Creo que tuve suerte de que Kenny no estuviese esperándome en mi casa.
– ¿Le tienes miedo?
– Es como el humo. No hay manera de ponerle la mano encima. Siempre está acechando en las sombras. Observa a la gente. Hace planes. -Nuestras miradas se encontraron-. No lo conoces. A veces es un tío divertido y a veces es el cabrón más grande que existe. Créeme, lo he visto actuar y no te gustaría estar entre sus manos.
– Ya te lo he dicho… no me interesa encargarme de tu seguridad.
Sacó un fajo de billetes de viente dólares del cajón superior del escritorio y los contó.
– Cien dólares por noche. Lo único que tienes que hacer es asegurarte de que llegue a mi apartamento a salvo. A partir de allí ya me cuidaré solo.
De pronto vi cuan útil sería vigilar a Spiro. Estaría allí si Kenny se presentaba, tendría la posibilidad de sacarle información a Spiro y podría registrar su casa cada noche, legalmente. De acuerdo, estaba vendiéndome, pero, ¡qué diablos!, podría ser peor. Habría podido venderme por cincuenta dólares.
– ¿Cuándo empiezo?
– Esta noche. Cierro a las diez. Te quiero aquí cinco minutos antes.
– ¿Por qué yo? ¿Por qué no te consigues un tío alto y fuerte?
Spiro volvió a guardar el dinero en el cajón.
– Parecería un maricón. Así, la gente creerá que andas tras de mí. Es mejor para mi imagen. A menos que sigas poniéndote vestidos como ése. Eso haría que me lo pensara mejor.
Maravilloso.
Salí del despacho y divisé a Morelli, con las manos en los bolsillos y apoyado contra la pared junto a la puerta, obviamente cabreado. Me vio, pero su expresión no cambió, aunque su respiración pareció agitarse. Me esforcé por sonreír, crucé a toda prisa el vestíbulo y salí antes de que Spiro nos descubriese juntos.
– Veo que has recibido mi mensaje -comenté cuando llegamos a su furgoneta.
– No sólo me robaste la furgoneta, sino que la aparcaste en un lugar prohibido.
– Tú lo haces todo el tiempo.
– Sólo cuando se trata de asuntos oficiales de la policía y no me queda más remedio… O cuando llueve.
– No veo por qué estás tan alterado. Querías que hablara con Spiro y eso fue lo que hice. Vine y hablé con él.
– Para empezar, tuve que pedir a un coche patrulla que me trajera. Y, lo que es más importante, no me gusta que andes por ahí sola. No quiero perderte de vista hasta que pillemos a Mancuso.
– Me conmueve tu preocupación por mi seguridad.
– La seguridad no tiene mucho que ver con esto, cariño. Tienes la increíble habilidad de topar con la gente que buscas y eres una inepta cuando se trata de detenerla. No quiero que eches a perder otro encuentro con Kenny. Quiero estar seguro de hallarme presente la próxima vez que tropieces con él.
Subí a la furgoneta y dejé escapar un suspiro. Cuando alguien tiene razón, tiene razón. Y Morelli tenía razón. Como cazadora de fugitivos aún no estaba a la altura.