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Como siempre en este día, las palabras de santa Juliana de Norwich, esa santa compasiva del siglo XIV, nos recuerdan la fragilidad de nuestro cosmos, una fragilidad afirmada de nuevo por los físicos del siglo XX, cuando la ciencia descubrió los vastos espacios de vacío que existen no sólo entre los átomos sino también entre las estrellas. ¿Qué es nuestro cosmos sino un copo de nieve? ¿Qué es sino un trozo de encaje? Como nuestra querida santa Juliana expresó con tanta belleza, en palabras de ternura que han tenido eco a través de los siglos:

Vi una cosa pequeñita en la palma de mi mano, del tamaño de una avellana, redonda como una bolita. Pensé, ¿qué será esto? Y se me respondió: «Esto es todo lo que ha sido hecho.» Me maravilló que pudiera mantenerse sin caer en la inexistencia por su pequeñez. Se me respondió: «Se mantiene, y se mantendrá siempre, porque Dios lo ama.»

¿Merecemos este amor mediante el cual Dios mantiene nuestro cosmos? ¿Lo merecemos como especie?

Hemos tomado el mundo que se nos ha dado y hemos destruido con descuido su tejido y sus criaturas. Otras religiones han enseñado que este mundo ha de enrollarse como un pergamino y quemarse para que aparezcan un nuevo cielo y una nueva tierra. Pero ¿por qué iba a darnos Dios otra tierra cuando hemos maltratado tanto ésta?

No, amigos míos. No es esta tierra la que se demolerá: es la especie humana. Quizá Dios creará otra, una raza más compasiva que nos sustituya.

Porque el Diluvio Seco nos ha barrido: no como un vasto huracán ni como una descarga de cometas ni como una nube de gases tóxicos. No, como sospechábamos desde hace mucho tiempo, es una pandemia; una pandemia que no infecta a otra especie salvo la nuestra, y que dejará incólumes a las demás criaturas. Nuestras ciudades están a oscuras, nuestras líneas de comunicación ya no existen. La plaga y destrucción de nuestro Jardín tiene ahora un espejo en la plaga y destrucción que ha vaciado las calles. Ya no hemos de temer que nos descubran: nuestros viejos enemigos no pueden perseguirnos, ocupados como deben estarlo por los tormentos espantosos de su propia disolución corporal, si no están ya muertos.

No deberíamos -de hecho no podemos- regocijarnos en eso. Porque ayer la pandemia se llevó a tres de los nuestros. Ya siento en mí esos cambios que veo reflejados en vuestros propios ojos. Sabemos muy bien lo que nos espera.

Sin embargo, ¡que nuestra partida sea valerosa y gozosa! Terminemos con una plegaria por todas las almas. Entre éstas se hallan las almas de aquellos que nos han perseguido; aquellos que han asesinado a las criaturas de Dios y han extinguido Sus especies; aquellos que han torturado en el nombre de la ley; que no han venerado sino las riquezas y que, para obtener riqueza y poder mundial, han infligido dolor y muerte.

Perdonemos a los que mataron al elefante, a los exterminadores del tigre, a aquellos que asesinaron al oso por su vesícula biliar, y al tiburón por su cartílago, y al rinoceronte por su cuerno. Perdonémosles con libertad, como esperamos que nos perdone Dios, que sostiene nuestro frágil cosmos en Su mano y lo mantiene a salvo por medio de su amor imperecedero.

Perdonar es la tarea más dura que nos tocará realizar. Danos fuerza para ello.

Ahora me gustaría que uniéramos nuestras manos.

Cantemos.

La tierra perdona

La tierra perdona a los mineros que destrozan y queman su piel; los siglos vuelven a traer árboles, y también agua y dentro los peces.
El ciervo al final perdona al lobo que lo desgarra y bebe su sangre; sus huesos vuelven al suelo y nutren árboles con flor, fruto y semilla.
Y bajo esos árboles umbrosos vivirá el lobo sus calmos días; y luego le llegará su hora, se hará hierba, que pastará el ciervo.
Por todas deben morir algunas, eso lo saben las criaturas; tarde o temprano, todas transforman su sangre en vino, su cuerpo en carne.
Mas sólo el hombre busca venganza y en piedra talla leyes abstractas; por esa falsa justicia suya, tortura miembros y aplasta huesos.
¿La imagen de un dios puede ser ésa? ¿Ojo por ojo, diente por diente? Si venganza moviera los astros, y no amor, nunca relucirían.
Andamos por una cuerda floja, son nuestras vidas granos de arena; el mundo es una pequeña esfera sostenida en la mano de Dios.
Deshazte de rabia y de rencor, ten por modelo al ciervo y al árbol; en el perdón encuentra alegría, porque sólo él va a liberarte.

Del Libro Oral de Himnos

de los Jardineros de Dios

77

Ren. Santa Juliana y Todas las Almas

Año 25

La luna nueva está elevándose ahora, sobre el mar: Santa Juliana y Todas las Almas ha comenzado.

Amaba a santa Juliana cuando era pequeña. Cada niño hacía su propio cosmos con el material que cosechábamos. Pegábamos cosas brillantes y lo colgábamos de una cuerda. Esa noche la cena era con alimentos redondos como los rábanos y las calabazas, y todo el jardín estaba decorado con nuestros mundos brillantes. Un año hicimos las bolas del cosmos con alambre y pusimos cabos de vela dentro: era muy bonito. Otro año tratamos de hacer Manos Divinas para que aguantaran las bolas del cosmos, pero los guantes de trabajo de plástico amarillo que encontramos tenían un aspecto muy extraño, como manos de zombis. Además, no te imaginas a Dios con guantes.

Estamos sentados en torno a una hoguera: Toby, Amanda y yo. Y Jimmy. Y los dos painballers del Equipo Dorado, tengo que incluirlos. La luz parpadea en todos nosotros y nos da un aspecto más suave y más hermoso del que en realidad tenemos. Pero en ocasiones nos hace más oscuros y damos más miedo, cuando las caras quedan en sombra y no ves los ojos, sino sólo las cuencas. Profundos pozos negros vaciándose de nuestras cabezas.