Entonces, una enorme luna blanca iluminó la negrura del cielo y Robert se volvió hacia ella.
– Te quiero. Siempre te querré.
– Te quiero. Siempre te he querido.
Robert rozó el exquisito anillo de oro y diamantes antes de llevarse la mano de Daisy a los labios.
– La espera, mi amor, ha terminado -murmuró, tomándola en sus brazos.
Liz Fielding
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