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—¿Durante cuánto tiempo?

—Tanto como sea posible; durante todo el tiempo que permanezcan allí y mientras dure su provisión de cintas. Lo más importante es la profundidad, comandante. Una investigación en profundidad, para determinar la exactitud de las proyecciones de la Indic. Idealmente, podrán permanecer ustedes sobre el terreno durante varios días y exponer todos los rollos de película y grabar todas las cintas que lleven consigo; deberán registrar cualquier objeto de importancia que vean, y luego los que consideren de menor interés también si el tiempo se lo permite. Deberán poder penetrar en el terreno con seguridad, realizar todos sus objetivos, y regresar sin apresurarse en el momento en que lo deseen. —La sombra de una sonrisa cruzó su rostro—. Pero siendo realistas, el ideal es algo difícilmente alcanzable. De modo que van a ir allí, van a registrar todo lo que sean capaces, y regresarán cuando vean que es necesario. Esperamos el máximo, pero deberemos contentarnos con el mínimo.

Chaney se volvió en su silla.

—Hace usted que todo esto suene como peligroso.

—Puede ser peligroso, señor Chaney. Lo que van a hacer ustedes no ha sido hecho nunca antes. No podemos ofrecerles ninguna línea de conducta acerca de su proceder, ninguna técnica de campo, ninguna medida de seguridad. Los equiparemos tan bien como podamos, los instruiremos lo mejor que podamos según nuestros conocimientos actuales y los enviaremos por sus propios medios.

—¿Deberemos informar de todo lo que hallemos allí?

—Sí, señor.

—Lo único que espero es que Seabrooke haya anticipado la reacción del público. Veo que se dirige al abismo sin llevar consigo ninguna cuerda.

—¿Perdón?

—Sospecho que va a buscarse problemas. Una gran parte del público no se mostrará satisfecha precisamente cuando esa historia del VDT sea divulgada…, cuando sepan lo que les espera dentro de veinte años. Lo que hay en ese informe de la Indic es para asustar a todo el mundo.

Kathryn van Hise meneó la cabeza.

—El público no será informado, señor Chaney. Este proyecto y nuestros programas futuros son y seguirán siendo secretos; las cintas y películas tendrán una circulación restringida, y no se dará publicidad a las misiones. Por favor, recuerden que todos ustedes están bajo seguridad y en misión secreta, y las penalidades que puede comportar el no cumplimiento de la reserva. Guarden silencio. El presidente Meeks ha decidido que el conocimiento de esta operación no es de interés público.

—Secreto, encerrado en sí mismo y solitario como una ostra —dijo Chaney.

Saltus abrió la boca para echarse a reír cuando los ingenieros empujaron su equipo al vacío. Las luces se debilitaron.

La gruesa banda de caucho restalló dolorosamente contra sus tímpanos; o quizá fue un mazo, o un martillo, hundido por una presión implacable en un bloque de aire comprimido. Todo el conjunto emitió un ruido de impacto, luego suspiró como si rebotara al ralentí a través de un espeso líquido. El sonido dolía. Tres rostros se volvieron a la vez para observar el reloj.

Chaney se contentó con observar sus rostros antes que al reloj. Imaginó a otro mono tripulando el vehículo hacia algún lado, algún cuándo. Quizá el animal llevara una etiqueta: Restringido, y tuviera órdenes de no hablar. El Presidente había dictaminado que su viaje no era de interés público.

4

Brian Chaney despertó con el sentimiento culpable de que de nuevo era tarde. El mayor nunca se lo perdonaría.

Se sentó al borde de la cama y escuchó atentamente en busca de ruidos de voces en el edificio, pero no se oía nada. La estación parecía sorprendentemente tranquila. Su habitación era pequeña, un sencillo cubículo con escasos muebles, en una doble hilera de habitaciones idénticas habilitadas en un antiguo barracón del ejército. Los tabiques eran delgados, y al parecer habían sido construidos apresuradamente y a poco coste; el techo estaba a menos de noventa centímetros sobre su cabeza…, y era un hombre alto. A cada extremo del único corredor había grandes salas comunes que contenían las duchas y los lavabos. El lugar tenía un sello indiscutiblemente militar, como si las tropas se hubieran marchado el día antes de llegar él.

Quizá eso era precisamente lo que había ocurrido; quizá las tropas estaban ocupando ahora esos trenes blindados que unían Chicago con Saint Louis. Sin blindaje y custodia armada, un tren de pasajeros difícilmente podía atravesar el barrio sur de Chicago sin ver todos los cristales de las ventanillas destrozados a pedradas y balazos.

Chaney abrió la puerta y miró al corredor. Estaba vacío, pero sonidos reconocibles surgiendo de las dos habitaciones opuestas a la suya lo aliviaron un tanto. En una de las habitaciones alguien estaba abriendo y cerrando los cajones de una cómoda en frustrada búsqueda de algo; en la otra habitación su ocupante estaba roncando. Chaney tomó una toalla y sus útiles de afeitar y se dirigió a las duchas. Los ronquidos eran audibles a todo lo largo del corredor.

El agua fría era fría, pero la caliente era tan sólo unos pocos grados más caliente…, apenas lo suficiente como para notar la diferencia. Chaney salió de la ducha, se ató una toalla a la cintura y empezó a aplicarse crema de afeitar.

—¡Alto! —Arthur Saltus estaba en la puerta, apuntándole con un dedo acusador—. Suelte esa navaja, civil.

Sorprendido, Chaney dejó caer la navaja en el lavabo lleno de agua apenas tibia.

—Buenos días, comandante. —Recuperándose, recogió la navaja para empezar a afeitarse—. ¿Por qué?

—Han llegado órdenes secretas en mitad de la noche —declaró Saltus—. Toda la gente del futuro lleva largas barbas, como el viejo Abraham Lincoln. Debemos estar en consonancia.

—Nudistas con pobladas barbas —comentó Chaney—. Debe de ser un buen espectáculo.

Siguió afeitándose.

—Bien, ayer estuvo usted un poco duro, civil. —Saltus metió una mano exploradora bajo la ducha y abrió el grifo del agua. Había anticipado el resultado—. Esto no ha cambiado desde mi primer campo de entrenamiento —le dijo a Chaney—. A cada barracón se le asignan cincuenta litros de agua caliente. El primero que llega la utiliza toda.

—Supuse que esto era un barracón militar.

—¿Este edificio? Sí, debió de serlo en un momento u otro, pero la estación no fue siempre un puesto militar. Me di cuenta de ello apenas entrar. Katrina dijo que había sido construida como fábrica de pertrechos militares en 1941…, ya sabe, durante esa guerra. —Se metió bajo la ducha—. Hace de eso… ¿cuánto? ¿Treinta y siete años? El tiempo vuela, y los ratones han hecho su trabajo.

—Ese otro edificio es nuevo.

—El edificio del laboratorio es completamente nuevo. Katrina dijo que fue edificado para albergar esa ruidosa máquina…, edificado para que durara siempre. Cemento reforzado hasta los cimientos; un subsuelo, y otro subsuelo, y otras cosas más. El vehículo está en algún lugar allí abajo, llevando monos arriba y abajo.

—Me gustaría ver ese maldito aparato.

—Usted y yo juntos, civil. Usted y yo y el mayor. —Su mano surgió de la ducha y su voz descendió hasta un susurro—. Pero tengo mis ideas al respecto.

—¿Sí? ¿Cuáles?

—¿Me promete que no se lo dirá a Katrina? ¿Que no le dirá al hombre de la Casa Blanca que he roto las consignas de seguridad?

—Cruzo los dedos sobre mi pecho, escupo a la luna y todo lo demás.

—De acuerdo: todo esto es un complot, un truco para ir por delante de todos los demás. Katrina nos está engañando. No vamos a ir hasta los albores del próximo siglo…, ¡vamos a ir hacia atrás, a retroceder en la historia!