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—Supongo que algún genio loco debe de haber inventado realmente en algún lugar un generador de taquiones, ¿eh? —dijo—. Un generador y un deflector y un dispositivo óptico que funcione. ¿El genio puede ver a través de un pequeño telescopio y observar el futuro?

—Los ingenieros de la Westinghouse han construido un VDT, señor. —La mujer habló suavemente—. Actualmente se halla en período de pruebas.

—Nunca he oído hablar de ello. —Chaney protegió sus ojos del sol para ver mejor la brillante vela—. V será por vehículo, supongo. Bien…, es mejor que un pequeño telescopio. ¿Qué significa DT?

—Desplazamiento Temporal. Un término técnico.

Había una peculiar nota de satisfacción en su voz.

Brian Chaney dejó caer su mano y se volvió en redondo en el agua para mirar a la mujer. Parecía como si le hubieran dado un puñetazo.

—¿Vehículo de Desplazamiento Temporal?

—Sí, señor.

La satisfacción se convirtió en triunfo.

—¡No puede funcionar!

—El vehículo se halla en período de pruebas.

—No lo creo.

—Puede verlo por sí mismo, señor.

__¿Está allí? ¿Lo tienen instalado en su laboratorio?

—Sí, señor.

—¿Funcionando?

—Sí, señor.

—Que me condene. ¿Qué piensan hacer con él?

—Poner en práctica nuestro nuevo programa, señor Chaney. El informe de la Indic se ha convertido en una parte integrante del programa en el sentido de que ofrece algunas líneas maestras de actuación para trazar un perfil del futuro. Actualmente estamos preparados para iniciar la segunda fase, las exploraciones sobre el terreno. ¿Ve usted las posibilidades, señor?

—¿Pretenden meterse en esa cosa, ese vehículo, e ir a algún sitio? ¿Ir al futuro?

—No, señor. Usted lo hará; el equipo lo hará.

Chaney se estremeció.

—¡No sea idiota! El equipo hará lo que quiera, pero yo no voy a ir a ningún lado. No me he presentado voluntario para su programa; nunca he sido un candidato por iniciativa propia; me opongo al peonaje por razones humanitarias.

Abandonó las olas y caminó de regreso a la tumbona de la playa, sin preocuparse de si la mujer lo seguía. Las gaviotas chillaron su irritación ante su paso. Chaney se dejó caer en la tumbona murmurando otra imprecación acerca de los burócratas cabezotas, una grosera declaración expresada en términos hebraicos que la mujer no llegó a comprender. Se refería a las relaciones de los jefes de ella con los asnos y los filisteos.

VDT. Un furioso estimulante para la imaginación.

Las gaviotas, la marea, la espuma salada, el sol en su ocaso fueron todos ignorados mientras su desbordada imaginación jugueteaba con la información que acababa de darle la mujer. Vio las posibilidades —algunas de ellas— y empezó a apreciar el interés que su informe de la Indic debía de haber despertado entre aquella gente poseedora del vehículo. Un hombre podía mirar hacia el futuro…, no, saltar al futuro y comprobar sus teorías, sus proyecciones de los acontecimientos por venir. Un hombre podía ver por sí mismo la validez de una advertencia, el resultado final de una prefiguración, el resultado a largo plazo de una tendencia. ¿La gente se casaría y votaría a los dieciséis años? ¿Serían abolidos los gobiernos de las ciudades y los condados, traspasándose su autoridad a distritos locales estatales? ¿Se desmoronaría el complejo del litoral oriental y fracasaría en su misión de alimentar la vida?

VDT. Un vehículo para determinar respuestas.

Chaney dijo en voz alta:

—No estoy interesado. Busque a otro demógrafo, señorita Van Hise. Me niego a ser atrapado en una emboscada y ser vendido al otro lado del río.

Un hombre podría inspeccionar —inspeccionar personalmente— los Grandes Lagos para determinar si habían sido salvados, o si el programa de Reconstrucción de los Lagos había llegado demasiado tarde. Podría estudiar las cifras de los censos de un centenar de años en el futuro y luego compararlas con las actuales tablas y proyecciones para descubrir la exactitud de tales proyecciones. Podría descubrir si el recientemente inaugurado programa de matrimonio a prueba sería un éxito o un fracaso… y aprender de primera mano qué efectos tendría sobre el índice de natalidad, si tenía alguno. Podría ser interesante conocer la validez de anteriores predicciones relativas a los desplazamientos de la población y la esperada concentración de masas humanas a lo largo de las grandes vías de agua centrales. Un hombre podría…

Chaney dijo en voz alta:

—Transmita mis saludos al equipo, señorita Van Hise. Y dígales que vigilen a la policía de tráfico. Leeré sus aventuras en los periódicos.

Kathryn Van Hise se había ido.

Vio sus huellas en la arena; alzó la vista y la vio poniéndose sus zapatos cerca de los matorrales que bordeaban la playa. Sus pantalones cortos en delta se tensaron cuando se inclinó. El jeep de correos era de nuevo visible en la distancia, avanzando ahora hacia él, repartiendo las cartas al otro lado de la carretera de la playa. La entrevista había quedado completada en menos de una hora.

Chaney sintió el peso del libro en sus rodillas. No se había dado cuenta de que la mujer lo había dejado allí.

El título de la roja sobrecubierta le resultaba tan familiar como el dorso de su mano. Desde las cuevas de Qumran: pasado, presente y futuro. La línea de más abajo omitía la palabra por y decía simplemente: Dr. Brian Chaney. La llamativa cubierta era una abominación creada por el departamento de ventas sobre el inerte cuerpo de un director de colección conservador; había sido diseñada para llamar la atención de los marginales lunáticos. La detestaba. Pese a sus cuidadosas explicaciones, pese a su erudita traducción de un papiro sospechoso, el libro había alzado una tormenta dos veces mayor de lo que esperaba y despertado las iras de los ciudadanos bienpensantes de todo el mundo. ¡Que cuelguen al blasfemo!

Una pequeña tarjeta asomaba por entre las páginas centrales.

Chaney abrió el volumen con curiosidad y descubrió una tarjeta de visita con el nombre de la mujer impreso en una cara y la dirección de un laboratorio del gobierno en Illinois escrita en la otra. Supuso que los diez billetes de cincuenta dólares doblados entre las páginas representaban los gastos del viaje. O un desvergonzado soborno añadido a la blusa, los pantalones cortos y el perfume que emanaba de su pecho.

—¡No pienso ir! —gritó hacia la mujer—. La computadora mintió…, soy un charlatán. ¡La Oficina puede irse a los mismísimos infiernos!

Ella no se volvió, ni siquiera giró la cabeza.

—Esa mujer está demasiado segura de sí misma, maldita sea.

Estación Investigadora Nacional de Elwood

Joliet, Illinois

12 de junio de 1978

Quizá sólo el grosor de un cabello separe lo falso de lo cieno; sí, y un simple Alif sea la clave que lleve (si sabes descubrirla) a la casa del tesoro, y acaso también al propio Maestro.
Omar Khayyam

2

Dos pasos por delante de él, el policía militar que lo había escoltado desde la verja de entrada abrió la puerta y dijo:

—En esta sala recibirá sus instrucciones, señor.

Brian Chaney le dio las gracias y cruzó la puerta.

Descubrió a la joven observándolo críticamente, evaluándolo, esperándolo. Dos hombres estaban jugando a las cartas en un lado. Una enorme mesa de acero —modelo gubernamental— estaba situada en el centro de la habitación, bajo brillantes luces. Tres abultados sobres de papel marrón se hallaban apilados sobre la mesa cerca de la mujer, mientras que los hombres y su juego para matar el tiempo ocupaban el extremo más alejado de ella. Kathryn van Hise había estado mirando hacia la puerta cuando ésta se abrió, anticipando su llegada, pero hasta ahora ninguno de los jugadores alzó los ojos de su juego para observar al recién llegado.