Выбрать главу

Saltus:

—Traducción: debemos hacer que los fondos sigan llegando.

Moresby:

—¡Maldita sea! ¿También aquí está metida la política?

—Sí, señor, me temo que sí. El subcomité del Senado que supervisa nuestro proyecto ha apostado a un agente aquí para mantener el contacto. Es lamentable, señor, pero algunos de sus miembros pretenden ver un paralelismo con el viejo proyecto Manhattan, de modo que insisten en mantener una relación constante.

—Quiere decir vigilancia —gruñó Moresby.

—Oh, consuélese, William. —Arthur Saltus había tomado las cartas esparcidas sobre la mesa y las estaba barajando ruidosamente—. Ese civil no va a molestarnos; lo superamos dos a uno, y mire el grado que no tiene. Es la cola del equipo, el último hombre en el escalafón, y lo pondremos a redactar los informes. —Se volvió hacia el civil—. ¿Qué es usted, Chaney? ¿Astrónomo? ¿Cartógrafo? ¿Algo?

—Algo —respondió Chaney tranquilamente—. Investigador, traductor, estadístico, un poco de eso y de aquello.

Kathryn van Hise dijo:

—El señor Chaney es el autor del informe de la Indic.

—Ah —asintió Saltus—. Ese Chaney.

—El señor Chaney es el autor de un libro sobre los papiros de Qumran.

¿Ese Chaney? —reaccionó el mayor Moresby.

—El señor Chaney va a salir de aquí tremendamente ofendido y hará volar el edificio —dijo Brian Chaney—. Se niega a ser un bicho en la platina de un microscopio.

Arthur Saltus lo miró con ojos muy abiertos.

—¡He oído hablar de usted, amigo! William tiene su libro. Desean colgarlo a usted de los pulgares.

—Es algo que ocurre de tanto en tanto —dijo Chaney amablemente—. San Jerónimo trastornó a toda la Iglesia con su radical traducción en el siglo quinto, e intentaron tirar de algo más que de sus pulgares antes de que alguien interviniera para apaciguar los ánimos. Efectuó una nueva traducción latina del Antiguo Testamento, pero sus críticos no la celebraron precisamente. No importa…, su obra les sobrevivió. Los nombres de sus críticos han sido olvidados.

—Mejor para él. ¿Fue un éxito?

—Lo fue. Es probable que haya oído hablar usted alguna vez de la Vulgata.

Saltus pareció reconocer vagamente el nombre, pero el mayor "estaba enrojecido y furioso.

—¡Chaney! ¿No estará comparando esa sarta de estupideces suya con la Vulgata?

—No, señor —dijo suavemente Chaney, para aplacar al hombre. Ahora sabía cuál era la religión del mayor, y sabía que el hombre había leído su libro superficialmente—. Estoy indicando que tras quince siglos lo radical es aceptado como norma. Mi traducción del Apocalipsis sólo parece radical ahora. Puede que a la larga tenga la misma suerte que san Jerónimo, pero no espero ser canonizado.

Kathryn van Hise dijo insistentemente:

—Caballeros.

Tres cabezas se volvieron para mirarla.

—Por favor, caballeros, siéntense. Deberíamos empezar a ponernos a trabajar.

—¿Ahora? —preguntó Saltus—. ¿Hoy?

—Hemos perdido ya demasiado tiempo. Siéntense.

Cuando se hubieron sentado, el incorregible Arthur Saltus se volvió en su asiento:

—Es una auténtica tirana, amigo. Una ordenancista, una déspota…, pero perfecta para su labor. Una civil realmente adecuada, no una chica del gobierno vulgar. La llamamos Katrina… Es holandesa, ya sabe.

—Completamente de acuerdo —dijo Chaney. Recordó la blusa transparente y los pantalones cortos en delta, e hizo un gesto hacia ella que podía ser tomado por el inicio de una inclinación de cabeza—. Atesoro en mi vida una belleza al día.

La joven enrojeció.

—¡Vayamos al asunto! —declaró Saltus—. Estoy empezando a hacerme una idea respecto a usted, investigador civil. Creo haber reconocido la primera que nos lanzó, eso de la vela.

—Es bueno conocer a Bartlett.

—Mire: acerca de su libro, acerca de esos papiros que tradujo usted…, ¿cómo consiguió que dejaran de ser secretos?

—Nunca fueron secretos.

Saltus evidenció su incredulidad.

—¡Oh, tienen que haberlo sido! El gobierno de allá no podía desear que fueran divulgados.

—En absoluto. No había ningún secreto en ellos; los documentos estaban ahí para quien quisiera leerlos. El gobierno israelí mantiene un derecho de propiedad sobre ellos, por supuesto, y en la actualidad los papiros han sido trasladados a otro lugar más seguro mientras dure la guerra, pero eso es todo. —Miró abiertamente al mayor. El hombre estaba escuchando en un hosco silencio—. Sería una tragedia si fueran destruidos por los bombardeos.

—Apostaría a que usted sabe dónde están.

—Sí, pero ése es el único secreto relativo a ellos. Cuando la guerra haya terminado serán exhibidos de nuevo y puestos a disposición de quien los solicite.

—Bueno…, ¿cree que los árabes van a ganarle a Israel?

—No, no ahora. Hace unos veinte años quizá hubieran podido, pero no ahora. He visto sus fábricas de municiones.

Saltus se inclinó hacia delante.

—¿Tienen la bomba H?

—Sí.

Saltus silbó. Moresby murmuró:

—Apocalipsis.

—¡Caballeros! ¿Puedo conseguir que me presten su atención ahora?

Kathryn van Hise estaba sentada envaradamente en su silla, las manos apoyadas sobre los sobres marrones. Sus dedos estaban entrelazados y sus pulgares alzados hacia el cielo como un capitel.

Saltus se echó a reír.

—Siempre la ha tenido, Katrina.

Su fruncimiento de ceño en respuesta fue algo rápido y fugaz.

—Soy su oficial de coordinación. Mi tarea es prepararlos para una misión que no tiene precedentes en la historia, pero que está muy cerca de su culminación. Sería deseable que a partir de ahora el proyecto se desarrollara a un ritmo razonable. Debo insistir en que empecemos inmediatamente los preparativos.

—¿Estamos trabajando para la NASA? —preguntó Chaney.

—No, señor. Han sido ustedes empleados directamente por la Oficina de Pesos y Medidas, y no serán identificados por ninguna otra agencia o departamento. La naturaleza del trabajo no va a ser hecha pública, por supuesto. La Casa Blanca insiste en ello.

Chaney sintió un cierto alivio cuando la mujer respondió a su siguiente pregunta, pero fue de corta duración.

—Supongo que no van a ponernos en órbita. Que no tendremos que efectuar nuestro trabajo en la Luna o en algún otro lugar así.

—No, señor.

—Es un alivio. ¿No voy a tener que volar?

La mujer dijo cautelosamente:

—No puedo garantizarle nada sobre este punto, señor. Si fracasamos en alcanzar nuestro objetivo primario, puede que los objetivos secundarios impliquen algún vuelo.

—Eso es malo. ¿Hay alternativas?

—Sí, señor. Se han planeado dos alternativas, si por cualquier razón no podemos conseguir el primer objetivo.

El mayor Moresby dejó escapar una risita ante la frustración de Chaney.

—¿Deberemos simplemente sentarnos aquí y aguardar a que ocurra algo…, aguardar a que ese vehículo funcione? —preguntó Chaney.

—No, señor. Lo ayudaré a que se prepare, en la seguridad de que algo ocurrirá. Las pruebas han sido ya casi completadas, y esperamos las conclusiones en cualquier momento. Cuando estén completadas, todos ustedes deberán familiarizarse con la operativa del vehículo; y cuando eso esté realizado, entonces se efectuará un ensayo sobre el terreno. Si este ensayo tiene éxito, seguiremos inmediatamente con la investigación en sí. Nos sentimos muy optimistas respecto a que cada fase de la operación quedará concluida en buen orden y en el menor tiempo posible. —Hizo una pausa para dar mayor énfasis a su siguiente afirmación—. El primer objetivo será una amplia investigación política y demográfica del próximo futuro; deseamos conocer la estabilidad política de ese futuro y el bienestar de la población en general. Puede que seamos capaces de contribuir a ambas cosas si poseemos un conocimiento anticipado de sus problemas. Con esa finalidad, estudiarán y cartografiarán la zona central de los Estados Unidos a finales de siglo, es decir en las proximidades del año dos mil.