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Katrina lo esperaba.

Chaney buscó algo que decir, algo que no sonara estúpido o melodramático o cargado de una falsa cordialidad. Ella lo hubiera despreciado por eso. Se debatía de nuevo del mismo modo que en la puerta exterior, y allí también tenía miedo de equivocarse. Había abandonado a aquella mujer en esa misma habitación hacía apenas unas horas, la había dejado con una sensación de seca aprensión mientras se preparaba para su tercer —y último, ahora lo sabía— sondeo al futuro. Había estado sentada en aquella misma silla, en aquella misma actitud de relajación.

Chaney dijo:

—Sigo enamorado de usted, Katrina.

La miró directamente a los ojos, y creyó verlos llenarse de humor y placentera risa.

—Gracias, Brian.

Su voz también había envejecido: sonaba más ronca de lo que recordaba, y reflejaba su cansancio.

—Descubrí fresas en los viejos barracones, Katrina. ¿Cuándo es la estación de las fresas en Illinois?

Había risa en sus ojos.

—En mayo o junio. Los veranos se han vuelto más bien fríos, pero en mayo o junio.

—¿Sabe el año? ¿La fecha?

Un imperceptible movimiento de su cabeza.

—La electricidad falló hace muchos años. Lo siento, Brian, pero he perdido la cuenta.

—Imagino que no importa realmente…, no ahora, no con lo que ya sabemos. Estoy de acuerdo con Píndaro.

Ella lo interrogó con la mirada.

Él dijo:

—Píndaro vivió hará unos dos mil quinientos años, pero era más sabio que la mayoría de los hombres que viven hoy en día. Previno a los hombres contra intentar mirar demasiado lejos en el futuro, les advirtió que no les gustaría lo que hallarían allí. —Un gesto de disculpa, una sonrisa—. Bartlett de nuevo: mi vicio. El comandante siempre me pinchaba sobre mi predilección por Bartlett.

—Arthur lo esperó durante mucho tiempo. Confiaba en que llegara más pronto, en poder verlo de nuevo.

—Me hubiera gustado… Pero ¿nadie lo supo?

—No.

—¿Por qué no? Ese giroscopio estaba marcando mi rastro.

—Nadie supo nunca su fecha de llegada; nadie pudo llegar siquiera a imaginarla. El giroscopio no podía medir su avance después de que la energía quedara interrumpida aquí. Supimos solamente la fecha en que se produjo esa interrupción, cuando el VDT dejó repentinamente de transmitir señales a la computadora de allí. Lo perdimos por completo, Brian.

Sheeg! ¡Esos malditos ingenieros infalibles y sus malditos inventos infalibles! —Se dominó, sintiéndose avergonzado por el estallido—. Discúlpeme, Katrina. —Chaney se inclinó sobre la mesa y cerró sus manos sobre las de ella—. Encontré la tumba del comandante ahí fuera… Me hubiera gustado llegar a tiempo. Y había decidido ya no decirle nada a usted sobre esa tumba cuando regresara, cuando hiciera mi informe. —La miró fijamente—. No dije nada a nadie, ¿verdad?

—No, no informó usted de nada.

Un satisfecho gesto de asentimiento.

—Un punto para mí…; sigo sabiendo mantener la boca cerrada. El comandante me hizo prometer que no le diría a usted nada acerca de su futuro matrimonio, hace de eso una o dos semanas, cuando regresamos de las pruebas en Joliet. Pero usted intentó arrancarme el secreto, ¿recuerda?

Ella sonrió ante sus palabras.

—Hace una o dos semanas.

Chaney se dio mentalmente una patada.

—Tengo la mala costumbre de meter siempre la pata.

Ella hizo un ligero movimiento con su cabeza para tranquilizarlo.

—Pero yo adiviné su secreto, Brian. Entre su comportamiento y la forma de actuar de Arthur, lo adiviné. Usted se alejó de mí.

—Pensé que usted había tomado ya su decisión. Los pequeños indicios empezaban a hacerse evidentes, Katrina.

Tuvo un vivido recuerdo de la fiesta de la victoria, la noche de su regreso.

—Casi me había decidido por aquel entonces —dijo ella—, y me decidí poco después; me decidí cuando él regresó herido de su exploración. Estaba tan indefenso, tan cerca de la muerte cuando usted y el doctor lo sacaron del vehículo, que decidí en aquel mismo momento. —Miró sus manos cruzadas, y luego alzó los ojos—. Pero yo era consciente de sus sentimientos. Sabía que a usted iba a dolerle.

Él apretó los dedos de ella en un gesto de ánimo.

—Hace tanto tiempo de eso, Katrina… Ya lo estoy superando.

Ella no respondió, sabiendo que era una verdad a medias.

—Encontré a los niños… —Se interrumpió, sabiendo que acababa de decir una tontería—. Bueno, ya no son niños… ¡Son mayores que yo! Encontré a Arthur y Kathryn ahí fuera, pero tuvieron miedo de mí.

Katrina asintió, y de nuevo su mirada se apartó de él para clavarse en las manos que rodeaban las suyas.

—Arthur es diez años mayor que usted, creo, pero Kathryn debe de tener aproximadamente su misma edad. Lamento no poder ser más precisa que eso; lamento no poder decirle cuánto tiempo hace que murió mi marido. Ya no contamos el tiempo aquí, Brian; simplemente vivimos de un verano a otro. No es la más feliz de las existencias. —Tras un instante sus manos se movieron dentro de las de él, y lo miró de nuevo—. Tuvieron miedo de usted porque no han conocido a otro hombre desde que la estación fue invadida, desde que el personal militar abandonó el recinto y nosotros nos quedamos dentro por razones de seguridad. Durante un año o dos ni siquiera nos atrevimos a abandonar este edificio.

Amargamente:

—La gente de ahí fuera tuvo miedo de mí también. Huyeron al verme.

Ella mostró una rápida sorpresa, y traicionó su alarma.

—¿Qué gente? ¿Dónde?

—La familia que descubrí fuera de la verja…, allá en la vía férrea.

—No hay nadie con vida ahí fuera.

—Katrina, sí lo hay… Yo los vi, los llamé, les supliqué que volvieran, pero huyeron corriendo, asustados.

—¿Cuántos? ¿Cuántos eran?

—Tres. Una familia de tres: el padre, la madre y un niño pequeño. Los descubrí caminando a lo largo de la vía férrea, allá en la esquina norte. El niño estaba recogiendo algo, trozos de carbón quizá, y los metía en el cesto que llevaba su madre; parecían estar haciendo de ello un juego. Estaban andando tranquilamente, contentos, hasta que los llamé.

Secamente:

—¿Por qué lo hizo? ¿Por qué atrajo su atención hacia usted?

—¡Porque me sentía solo! ¡Porque la visión de este mundo vacío me dolía y me ponía enfermo! Los llamé porque esa gente eran las únicas cosas vivas que descubrí aquí, aparte un conejo asustado. Deseaba su compañía, ¿deseaba sus noticias? Les hubiera dado todo lo que tengo por sólo una hora de su tiempo. Katrina, deseaba saber si todavía había gente viviendo en este mundo. —Se detuvo e intentó dominar sus emociones. Más calmadamente—: Deseaba hablar con ellos, hacerles preguntas, pero ellos tuvieron miedo de mí… Huyeron asustados, horrorizados al verme. Corrieron como ese conejo, y ya no he vuelto a verlos. No puedo expresarle lo mucho que me dolió eso.

Ella extrajo sus manos de entre las de él y las dejó caer en su regazo.

—Katrina…

La mujer se negó a alzar de nuevo la mirada, manteniéndola obstinadamente fija en la superficie de la mesa. El movimiento de sus manos había dejado pequeños surcos en el polvo. Chaney pensó que parecía más pequeña y arrugada que antes: la tensa piel de su rostro parecía haber envejecido en los últimos minutos…, o quizá esa edad había estado reclamando sus derechos durante todo el tiempo que habían estado hablando.