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—¡Diablos! —exclamó Saltus.

Chaney sintió de nuevo la impresión inicial que había conocido en la playa; aquél no iba a ser un estudio académico.

—¿Vamos a ir hasta allí arriba? ¿Tan lejos?

—Creí haber dejado esto muy claro, señor Chaney.

—No tan claro —dijo él, con cierto embarazo y confusión—. En la playa soplaba viento…, mi mente estaba en otras cosas. —Unas rápidas miradas a Saltus y al mayor le ofrecieron poco consuelo: uno de ellos le estaba sonriendo y el otro se mostraba despectivo—. Supuse que mi papel iba a ser pasivo: trazar las líneas de actuación, preparar las investigaciones y cosas así. Había supuesto que estaban utilizando instrumentos para las pruebas reales…

Pero se dio cuenta de lo poco convincente que resultaba.

—No, señor. Cada uno de ustedes irá al futuro para llevar a cabo la investigación. Emplearán algunos instrumentos sobre la marcha, pero el elemento humano es necesario.

Moresby pareció creer necesario aguijonearlo.

—Después de todo, aplicaremos la antigüedad. Actuaremos según el orden correcto. Primero yo, luego Art, y luego usted.

—Esperamos iniciar la investigación dentro de tres semanas, una vez completadas todas las pruebas previstas. —La voz de la mujer pareció contener un rastro de burla a sus expensas—. Puede que sea antes si su programa de entrenamiento puede ser completado antes. Hay previsto un examen físico para última hora de esta tarde, señor Chaney; los otros ya han pasado el suyo. Los exámenes proseguirán a razón de dos por semana hasta que el vehículo sea lanzado realmente.

—¿Por qué?

—Para su protección y la nuestra, señor. Si existe algún defecto serio debemos conocerlo ahora.

—Tengo el valor de una gallina —dijo él débilmente.

—Pero tengo entendido que aguantó el fuego en Israel.

—Eso fue diferente. No podía detener el bombardeo, y el trabajo debía ser realizado.

—Podía haber abandonado usted el país.

—No, no podía hacerlo…, no hasta terminar el trabajo, no hasta que la traducción estuviera completa y el libro a punto.

Kathryn van Hise juntó tabaleando sus dedos y sólo lo miró a él. Pensó que aquélla era una respuesta suficiente.

Chaney recordó algo que ella había dicho en la playa, algo que había citado o deducido de su expediente. O quizá era aquel maldito perfil de la computadora, campanilleando sobre su supuesta resolución y estabilidad. Tuvo una brusca sospecha.

—¿Ha leído usted mi expediente? ¿Todo él?

—Sí, señor.

—Uf. ¿Contiene información…, esto, algún chisme sobre un incidente en el otro lado del Nuevo Puente Allenby?

—Creo que el gobierno jordano contribuyó con una cierta cantidad de información sobre el incidente, señor. Fue obtenida por mediación de la legación suiza en Ammán, por supuesto. Tengo entendido que lo apalearon a usted a conciencia.

Saltus, ansiosamente:

—Eh…, ¿de qué se trata?

—No crea todo lo que lee —dijo Chaney—. Estuve terriblemente cerca de ser fusilado por espía en Jordania, pero esa mujer musulmana no llevaba velo. Tenga en cuenta eso…, no llevaba velo. Se supone que eso lo cambia absolutamente todo.

Saltus:

—¿Pero qué tiene que ver la mujer con un espía?

—Creyeron que yo era un espía sionista —explicó Chaney—. La mujer sin velo era tan sólo un agradable interludio… Bueno, se suponía que era tan sólo un agradable interludio. Pero las cosas no resultaron así.

—¿Y lo atraparon? ¿Y estuvieron a punto de fusilarlo?

—Y me golpearon hasta dejarme molido. Los árabes no respetan las mismas reglas que nosotros. Utilizan garrotes y dagas.

Saltus:

—Pero ¿qué le ocurrió a la mujer?

—Nada. No hubo tiempo. Desapareció.

—Demasiado malo—exclamó Saltus.

—¿Puedo continuar, por favor? —pidió Kathryn van Hise.

Chaney creyó ver un ligero asomo de color en las mejillas de la mujer.

—Vamos a ir de todos modos… —dijo en un tono definitivo.

—Sí, señor.

Deseó estar de vuelta en la playa.

—¿Es seguro?

Arthur Saltus interrumpió de nuevo antes de que la mujer pudiera responder.

—Los monos no se han quejado… No veo por qué debería hacerlo usted.

—¿Monos?

—Los que utilizamos para las pruebas, civil. Los pobres bichos han estado yendo en esa maldita máquina durante semanas, cabeza arriba, cabeza abajo, de lado, de espaldas. Pero no han presentado ninguna queja…, al menos por escrito.

—Pero, ¿y suponiendo que lo hagan?

—Oh, en ese caso —dijo Saltus con frivolidad— le cederíamos nuestros derechos de prioridad. Usted podría ir a donde fuera a investigar sus quejas y descubrir cuál es el problema. Los contribuyentes también se merecen algunos privilegios.

—Por favor —atajó con impaciencia Kathryn van Hise.

—De acuerdo, Katrina —dijo Saltus alegremente—. Pero creo que debería decirle a este civil lo que le espera.

Moresby captó el significado de aquellas palabras y se echó a reír.

—¿Qué me espera? —preguntó Chaney, desconfiado.

—Va a ir usted desnudo. —Saltus se alzó la camisa para palmear su pecho—. Todos nosotros vamos a ir desnudos.

Chaney se lo quedó mirando, buscando dónde estaba el chiste, y demasiado tarde comprendió que no era ningún chiste. Se volvió hacia la mujer y observó que su rostro volvía a estar enrojecido.

—Es un asunto de peso, señor Chaney —dijo ella—. La máquina debe propulsarse a sí misma y a usted hacia el futuro, lo cual es una operación que requiere una tremenda cantidad de energía eléctrica. Los ingenieros nos han advertido que el peso total es un asunto crítico, que nada excepto el pasajero debe ser enviado o devuelto. Insisten en un peso mínimo.

—¿Desnudo? ¿Todo el viaje desnudo?

Saltus:

—Desnudo como un gusano, civil. Así ahorramos cuatro, seis, ocho kilos de exceso de peso. Ellos lo exigen. No querrá contrariar a esos ingenieros, ¿verdad? No cuando tiene que poner su vida en sus manos. Son tipos muy sensibles, ya sabe…, tenemos que mantenerlos contentos.

Chaney luchó por conservar su sentido del humor.

—¿Qué ocurrirá cuando lleguemos al futuro, cuando alcancemos el año dos mil?

De nuevo la mujer intentó replicar, pero de nuevo Saltus la interrumpió:

—Oh, Katrina ha pensado en todo. Su viejo informe de la Indic decía que la gente del futuro llevará menos ropas que nosotros, así que Katrina nos proporcionará los papeles adecuados. Iremos allí como nudistas federados.

3

—Desearía saber qué está ocurriendo aquí —dijo Brian Chaney.

Su voz tenía un tono de queja.

—Llevo una hora intentando decírselo, señor Chaney.

—Inténtelo otra vez —suplicó él.

Kathryn van Hise lo estudió.

—Le dije en la playa que los ingenieros de la Westinghouse habían construido un VDT. El vehículo fue construido aquí, en este edificio, bajo un contrato de investigación con la Oficina de Pesos y Medidas. El trabajo fue realizado en el más absoluto secreto, por supuesto, con un grupo del Congreso, un subcomité, proveyendo directamente los fondos necesarios y manteniendo una estricta supervisión del proyecto. Operamos con el conocimiento absoluto de, y la responsabilidad de, la Casa Blanca. El Presidente efectuará la elección final de los objetivos.