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— Konstantine Bothari, junior, hmm.

Miles miró la pantalla y reprimió un grito de frustración. Otra maldita cuña social artificial metida entre Elena y él. Un padre bastardo estaba tan lejos de ser lo «justo y apropiado» para una joven virgen barrayana como cualquier otra cosa que pudiera ocurrírsele.

Y, obviamente, no era un secreto, su padre debía de saberlo, y quién sabe cuántas personas más también. Era igualmente obvio que Elena no lo sabía. Estaba legítimamente orgullosa de su padre, de su servicio de elite, de su puesto de alta confianza. Miles sabía cuán dolorosamente se esforzaba a ella a veces para obtener una expresión aprobadora por parte de aquella vieja piedra labrada. Qué extraño darse cuenta de que ese dolor podía quizás unir sus caminos; ¿temía entonces Bothari la pérdida de esa admiración apenas confesada? Bien, pues, el secreto a medias del sargento estaba a salvo con él.

En rápido avance, pasó por la vida de Bothari.

— Aún no hay signos de tu madre — le dijo a Elena —. Debe de estar bajo ese sello. Maldita sea, y yo que pensé que iba a ser fácil. — Miró pensativamente al vacío —. Quizás en los registros de hospitales. Muertes, nacimientos; ¿estás segura de que naciste en Vorbarr Sultana?

— Hasta donde yo sé…

Varios minutos de tediosa búsqueda produjeron informes de un buen número de Botharis, ninguno relacionado en absoluto con el sargento o con Elena.

— ¡Ajá! — estalló de repente Miles —. Ya sé lo que no he intentado, ¡el Hospital Imperial!

— Ahí no tienen departamento de obstetricia — dijo Elena, poniendo en duda la idea.

— Pero si un accidente, la esposa de un soldado y todo eso, fue lo que pasó, tal vez fue llevada de urgencia adonde quedara más cerca, y puede que fuera el Hospita Militar Imperial… — Canturreó sobre la máquina —. Buscando, buscando… ¿Eh?

— ¿Me encontraste? — preguntó ella, emocionada.

— No, me encontré a mí. — Una tras otra, hizo pasar pantallas de documentación —. Qué ardua tarea debió de ser sanear la investigación militar después de lo que ellos mismos produjeron. Por suerte para mí, importaron esos reproductores uterinos…, sí, ahí están… Nunca podrían haber realizado algunos de aquellos tratamientos a lo vivo, hubieran matado a mi madre. Ahí está el buen doctor Vaagen… ¡Ajá!, así que antes estaba en investigación militar. Tiene sentido, supongo que era su experto en venenos. Me hubiera gustado saber más de esto cuando era niño, podría haber armado alboroto para festejar dos cumpleaños; uno, cuando mi madre tuvo la cesárea y otro, cuando por fin me sacaron del reproductor.

— ¿Cuál eligieron?

— El día de la cesárea. Me alegra. Me hace sólo seis meses más joven que tú. De otro modo, serías casi un año mayor, y me han advertido acerca de las mujeres mayores…

Esta broma provocó al fin una sonrisa y Miles se tranquilizó un poco. Hizo una pausa, mirando la pantalla con un ojo semicerrado, y, luego, introdujo otra pregunta.

— Es raro — murmuró.

— ¿Qué?

— Un proyecto médico militar secreto, con mi padre como director, nada menos.

— Nunca oí que él también anduviera en investigación — dijo Elena, enormemente impresionada —. Seguro que era un experto.

— Eso es lo curioso, él era estratega de Estado Mayor. Jamás tuvo nada que ver con investigación, que yo sepa. — Un código, ya para entonces familiar, apareció tras la siguiente pregunta —. ¡Maldita sea, otro sello! Haces una simple pregunta y obtienes una simple pared de ladrillos… Ahí está el doctor Vaagen con guantes de goma en las manos, junto a mi padre. Vaagen debió de hacer el trabajo verdadero, entonces. Eso explica lo otro. Quiero ver debajo de ese sello, maldición… — Miles silbó una melodía muda, mirando al vacío y haciendo tamborilear los dedos.

Elena empezaba a parecer desalentada.

— Estás adquiriendo ese aire de mula terca — observó con nerviosismo —. Quizá deberíamos dejar todo esto. Realmente, ahora ya no importa.

— La marca de Illyan no está en ésta. Podría ser suficiente…

Elena se mordió el labio.

— Mira, Miles, realmente no es… — Pero Miles ya estaba lanzado —. ¿Qué estás haciendo?

— Probando uno de los viejos códigos de acceso de mi padre. Estoy bastante seguro de él, excepto por unos pocos dígitos.

Elena tragó saliva.

— ¡Bingo! — gritó Miles bajando la voz, al ver la pantalla que comenzaba a vomitar datos. Leyó ávidamente —. ¡Así que de ahí es de donde provenían esos reproductores uterinos! Los trajeron al volver de Escobar, después de que fracasara la invasión. Por Dios, los despojos de guerra. Diecisiete de ellos, cargados y funcionando. Debieron de parecer realmente alta tecnología en su momento. Me pregunto si los habremos saqueado.

Elena empalideció.

— Miles, ¿no estarían haciendo experimentos humanos o… algo como eso, no? Seguramente tu padre no lo hubiera aprobado, ¿no?

— No lo sé. El doctor Vaagen puede ser muy, hmm, obsesivo con su investigación… — El alivio aflojó su voz —. Oh, estoy viendo lo que pasó. Mira aquí… — La pantalla holográfica comenzó a desplegar otra lista en el aire —. Todos fueron enviados al Orfanato del Servicio Imperial. Deben de haber sido niños de nuestros hombres muertos en Escobar.

La voz de Elena se puso tensa.

— ¿Niños de hombres muertos en Escobar? Pero ¿dónde están sus madres?

Se miraron el uno al otro.

Pero, si nunca hubo mujeres en el Servicio, salvo unas pocas médicas y técnicas civiles — dijo Miles.

Los largos dedos de Elena se cerraron fuertemente sobre el hombro de Miles.

— Mira los datos.

Volvió a proyectar la lista.

— ¡Miles!

— Sí, lo veo. — Detuvo la pantalla —. Criatura femenina entregada a la custodia del almirante Aral Vorkosigan. No enviada al orfanato con el resto.

— ¡La fecha, Miles, es mi cumpleaños!

Miles se libró de los dedos de Elena.

— Sí, lo sé. Por favor, no me rompas el cuello.

— ¿Podría ser yo? ¿Soy yo? — Su rostro se puso tenso de esperanza y de temor.

— Yo… Son todo números, ¿ves? — dijo prudentemente Miles —. Pero hay mucha identificación médica: huellas de los pies, retina, grupo sanguíneo… Pon tu pie aquí encima.

Elena saltó a la pata coja, quitándose los zapatos y las medias. Miles la ayudó a colocar el pie derecho sobre la placa holográfica. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para reprimirse y no dejar correr una mano por ese increíble muslo sedoso que asomaba por la falda arremangada. Piel como un pétalo de orquídea. Se mordió el labio; dolor, el dolor le ayudaría a concentrarse en el pie. De todas maneras, malditos pantalones ajustados. Esperaba que ella no lo hubiera notado…

Fijó la óptica láser. Una titilante luz roja apareció unos segundos bajo el pie de Elena. Miles indicó a la máquina que comparase contornos y huellas.

— Teniendo en cuenta los cambios desde la infancia hasta la edad adulta… ¡Dios mío, Elena, eres tú! — Se felicitó a sí mismo. Si no podía ser soldado, tal vez tuviera futuro como detective…

La sombría mirada de Elena le atravesó.

— Pero ¿qué significa? — Su cara se congeló de repente —. ¿No tengo… era… soy algún tipo de clon o de invento? — Se puso a llorar entonces y su voz temblaba —. ¿No tengo una madre? No tengo madre, y eso era todo…

El éxito de su identificación positiva se le escurrió al ver la angustia de Elena. ¡Idiota! Ahora, él convertiría a la madre soñada de Elena en una pesadilla… No, era la propia imaginación de Elena la que estaba haciendo esto.

— ¡Eh, no, por cierto que no! ¡Tengo otra idea! Obviamente, eres la hija de tu padre, y no te estoy insultando; todo esto sólo significa que a tu madre la mataron en Escobar, no aquí. Y, más aún — se incorporó para expresarlo dramáticamente —, ¡esto te convierte en la hermana que perdí hace mucho!