Выбрать главу

– Esto es lo que tenías que habernos entregado desde el principio, viejo ladrón irresponsable. -Harkness dejó la linterna en el suelo por un instante, sin dejar de apuntar con la pistola que seguía en su otra mano. Apoyó el sobre en el abrigo, lo dobló a lo largo con una mano y se lo guardó en un ancho bolsillo-. Y bien, caballeros. Ha llegado el momento de trabajar de verdad. Pero, ve a buscar el camión.

Por increíble que pareciera, Matek hizo exactamente lo que se le mandaba, y desapareció durante varios minutos antes de que Vlado oyera el motor cuando el camión entraba por las puertas del cementerio y comenzaba a avanzar lentamente. Sólo su codicia podía mantener a Matek en marcha de ese modo, pensó Vlado. Cualquier otro hombre habría enfilado hacia la otra dirección con el vehículo y habría desaparecido. O bien creía de verdad que Harkness repartiría el botín, o seguía teniendo esperanzas de burlarlo, como si le quedara una estratagema en la reserva. O tal vez no fuera más que el fatal orgullo desmedido de un hombre al que nunca habían burlado.

Vlado, que había esperado en silencio hasta ese momento, decidió ir al grano.

– Dime, ¿vas a matarme cuando termines con esto?

– Tú limítate a echar una mano y estar callado, Vlado. Ya sabes que no soy nada sentimental. Pero ¿quieres saber cuál es la verdadera lástima en todo esto? Yo ni siquiera estaría aquí de no haber sido por ti. Era Popovic quien tenía que estar aquí, haciendo el trabajo sucio. Pero llegaste tú y lo echaste a perder, ¿no es así? Y después Matek se desmandó y todo se fue al infierno. Aunque es divertido ver cómo acaban funcionando las cosas. Aquí estás tú, a mano para levantar grandes pesos, mientras que Matek me había complacido al ocuparse de las tareas más desagradables.

– Como matar a Andric.

Harkness pareció desconcertado por un momento. Pero se recuperó y esbozó una sonrisa forzada.

– De modo que han encontrado el cadáver y ya lo han identificado. Impresionante. -Había desaparecido el tono de suficiencia de su voz; miró su reloj-. ¿Qué cuerpo de la policía?

Estaba bien enterarse de que había algunas cosas de las que no tenía noticia, como Torello, por ejemplo. No tenía sentido decírselo ahora.

Vlado se limitó a encogerse de hombros.

– Espero que no sean los carabinieri, porque en ese caso se presentarán aquí con unidades blindadas. Más motivo para darse prisa.

Matek había terminado de recorrer el camino de servicio cubierto de hierba y detuvo el vehículo al lado de la entrada de la cappella. La entrada del cementerio podía verse a través de la puerta abierta, pero la casucha del conserje seguía a oscuras y en silencio.

– Entra aquí, Pero. No tenemos mucho tiempo. -Harkness estaba centrado en su trabajo. Se acabaron las bromas-. Vosotros dos agarrad esa primera caja. Con las dos manos. Si la dejáis caer estáis muertos. Si soltáis una mano antes de que yo lo diga estáis muertos.

Se inclinaron sobre el sepulcro, agarraron las asas metálicas que había a ambos lados de la caja y tiraron hacia arriba. Matek en particular pugnaba con el peso, por un momento se miraron por encima de la caja, y algo pareció cruzarse entre ellos, aunque sólo fuera un reconocimiento compartido de su sufrimiento. El momento pasó. En cuanto la caja franqueó el borde superior del sepulcro comenzaron a avanzar con ella hacia la puerta arrastrando los pies. El asa se le clavaba dolorosamente a Vlado en las manos, pero no se atrevía a parar para descansar.

– Muy bien. Seguid avanzando. Con cuidado. Pasad despacio por la puerta y mirad dónde pisáis.

Salieron al aire nocturno, un alivio después de la claustrofobia de la cappella. Seguía sin haber más ruido que el zumbido y el rechinar de neumáticos del escaso tráfico. Vlado lanzó una mirada a ambos lados y estuvo a punto de dar un traspié.

– Piensa en lo que estás haciendo. No vas a ir a ninguna parte sin una bala en la espalda. Y no pienses en despertar al conserje. Se lo está pasando estupendamente en la ciudad, por cortesía del Tesoro de Estados Unidos.

Con otro empellón, cargaron la caja en un pequeño camión cuya parte trasera estaba cubierta con una lona. No llevaba placas de matrícula. Empujaron la caja para meterla unos palmos y se encaminaron de nuevo hacia la cappella. Si Vlado iba a hacer algo, ése era el momento.

– Muy bien, volvamos adentro. Y respondiendo a la pregunta que has hecho antes, Vlado, no, no te voy a matar. Así que respira tranquilo.

¿Una artimaña? Era probable, pero surtió el efecto deseado al dar a Vlado la esperanza suficiente para no intentar ninguna tontería, como correr o abalanzarse sobre Harkness. Era posible que entre él y Matek fueran capaces de desembarazarse de aquel hombre, pero el que hiciera el primer movimiento lo pagaría, y ninguno de los dos quería dar su vida por el otro.

Cargaron la segunda caja y Matek cerró la trampilla del camión.

– Volvamos adentro otra vez -dijo Harkness, que los siguió hasta el interior de la cappella-. Vlado, date la vuelta y mira hacia el muro que tienes detrás, luego pon despacio las manos a la espalda. Muy bien. Pero, coge esto. -Vlado oyó que Harkness sacaba algo del abrigo, sin dejar de pensar que tenía que haber aprovechado la ocasión mientras estaban fuera. Había pagado su momento de duda-. Átale las manos con este alambre.

Matek trabajó despacio, el alambre cortaba las muñecas de Vlado. Se estaba asegurando de apretar bien. Se acabó la esperanza de recibir ayuda del viejo y de cualquier clase de trabajo en equipo. Era demasiado tarde para intentar nada. El estómago le dio un vuelco y se le vino a la mente la imagen de Sonja y Jasmina, su silueta en la puerta vivamente iluminada, mientras movía lentamente sus manos para decirle adiós.

– Ahora vuélvete despacio y entra en el sepulcro.

No era fácil hacerlo con las manos a la espalda, pero lo consiguió.

– Retírate, Pero, y no te muevas. Vlado, ponte de rodillas.

– Dijiste que no me ibas a matar -le temblaba la voz.

Se odió por ello, por hacer lo que se le decía, por hacer aquellos estúpidos comentarios. Toda aquella gente entrando en tropel como corderos en los campos de la muerte. Había hecho exactamente lo mismo, engañado al final, pensando que ayudaba a su familia.

– Digo muchas cosas que no son verdad, Vlado. Forma parte de la diplomacia.

Allí estaba, pensó, con el alambre cortándole las muñecas y el frío del suelo de piedra del sepulcro perforándole las rodillas. Había ayudado a Harkness a dejar todo en orden, rebajándose a meterse en un lugar donde su sangre se vertería en la oscuridad y donde quedaría encerrado para la eternidad, un enterramiento hermético con la colaboración expresa de la víctima. Cuando Harkness adelantó la pistola, Vlado decidió hacer una última jugada, sin importar lo inútil que pudiera ser.

– Échate hacia atrás, Pero, por favor -ordenó Harkness.

Sus palabras quedaron casi ahogadas por el estruendo de un motor. Un parpadeo de linternas se metió por la abertura de la puerta.

– Pero, ve a ver qué demonios es eso -dijo lacónicamente-. Si es el condenado conserje, se va a meter ahí dentro con Vlado.

Matek abrió la puerta de par en par mientras Harkness miraba por encima del hombro. Vlado avanzó lentamente sobre sus rodillas, pero Harkness le puso el cañón en la cara, a menos de un palmo.

– ¡No te muevas! -dijo entre dientes-. ¿Quién es, Pero?

– Dos coches. Vienen hacia aquí.

– ¡Joder!

Harkness dejó de mirarlo otra vez, pero entonces Vlado estaba lo bastante cerca para arremeter contra él; intentó atacar como una serpiente torpe, incorporándose y doblándose por la cintura al tiempo que empujaba con los pies en la parte posterior del sepulcro para tomar impulso. Golpeó con la cabeza los muslos de Harkness, sus dientes chocaron con la lana de su abrigo, pero el impacto no fue suficiente para derribarlo. Harkness dio un traspié y se volvió, con el rostro furioso y el negro cañón listo de nuevo mientras inclinaba ligeramente la cabeza para apuntar. Apretó el gatillo y se vio un resplandor cegador en el mismo instante en que un brazo caía sobre el arma desde un costado: Matek, aprovechando su momento. Una llamarada rozó la mejilla izquierda de Vlado, que sintió el escozor de las esquirlas de mármol al golpear en su frente mientras la bala crepitaba y rebotaba entre el eco del estruendo, como si alguien hubiera lanzado un rayo dentro de la cappella. Harkness recuperó la pistola de las garras de Matek y salió corriendo hacia la puerta, irrumpiendo en el cementerio como un caballo que escapa de su establo, con los faldones del abrigo flotando en el aire.