Выбрать главу

– Los Luminosos dirían otra cosa -le contesté.

– Ve, vuelve por donde viniste. Toma a tus guardias y tu magia, y déjame con la ruina de mi hijo.

Era lo mismo que admitir que si Cel luchaba contra mí esta noche, él moriría.

– Me iré sólo si puedo llevarme a todos los guardias que quieran venir conmigo -Lo dije con toda la firmeza y valentía de la que era capaz.

– No puedes tener a Mistral -me contestó ella.

Luché para no buscarlo a mi espalda, luché para no recordar cómo sus grandes manos habían acariciado antes a los enormes perros.

– Sí -dije. -Recuerdo lo que me dijiste en los jardines muertos: que yo no podía quedármelo.

– ¿No vas a discutir conmigo? -preguntó ella.

– ¿Serviría de algo?

Un pequeñísimo indicio de cólera se dejó oír en mi voz. Los perros se apretujaron más contra mis piernas, apoyándose contra mí con todo su peso, como intentándome recordar que no debía perder el control.

– La única cosa que apartará a Mistral de mi lado, para ir contigo a las Tierras Occidentales es que estés embarazada de él. Si llevas un niño, tendría que dejar marchar al que podría ser el padre.

– Si me quedo embarazada, te lo diré -le dije, y luché para mantener mi voz neutra. Mistral iba a sufrir por haber estado conmigo, podía verlo en su cara, sentirlo en su voz.

– No sé qué más puedes desear, Meredith. Tu magia invade mi sithen, transformándolo en un sitio brillante y alegre. Incluso hay un campo de flores en mi cámara de tortura.

– ¿Qué quieres decir, Tía Andais?

– Quise que la magia de las hadas renaciera, pero tú no eres lo bastante la hija de mi hermano. Nos convertirás en otra Corte de la Luz, para bailar y ser noticia de primera plana en la presa humana. Nos harás bellos, pero destruirás aquello que nos hace diferentes.

– Yo discreparía humildemente ante eso -dijo una voz de entre todos mis hombres.

Sholto avanzó. Su tatuaje se había convertido en unos tentáculos auténticos otra vez, resplandecientes y pálidos, y extrañamente hermosos, como los de alguna criatura submarina, alguna anémona o medusa. Era la primera vez que yo le veía mostrando sus órganos adicionales con orgullo. Él permanecía de pie, erguido, con la lanza y el cuchillo de hueso en sus manos; a su lado había un enorme perro blanco con manchas rojas en cada una de sus tres cabezas. Sholto usaba el dorso de la mano que portaba el cuchillo para acariciar una de las enormes cabezas.

Sholto habló otra vez.

– Merry nos hace hermosos, sí, mi reina. Pero de una belleza tan extraña que la Corte de la Luz no la permitiría dentro de sus puertas.

Andais miró fijamente a Sholto, y durante un momento me pareció ver pesar en sus ojos. La magia guiaba a Sholto, y el poder emanaba de él esta noche.

– Le tuviste -me dijo ella, simplemente.

– Sí -le contesté.

– ¿Cómo fue?

– Nuestra culminación levantó a la jauría salvaje.

Ella se estremeció y su rostro reflejó un hambre que me asustó.

– Asombroso. Quizás lo intentaré con él alguna noche.

Sholto habló de nuevo.

– Hubo un tiempo, mi reina, en que el pensar en la posibilidad de ir a tu cama me habría llenado de alegría. Pero ahora sé que soy Sholto, Rey de los Sluaghs, Señor de Aquello que Transita por en Medio, Señor de las Sombras. Y no tomaré las migajas de la mesa de cualquier sidhe.

Andais dejó escapar un sonido agudo, casi un siseo.

– Debes de ser asombrosa follando, Meredith. Te joden y al momento a mí me dan la espalda.

Ante esto, no tenía una respuesta lo suficiente segura, por lo que no dije nada. Estaba de pie en medio de mis hombres, sintiendo el fuerte roce de los perros que se arremolinaban a nuestro alrededor. ¿Habría sido Andais más agresiva si los perros, la mayoría de los cuales le habían dejado clara su aversión, no hubieran estado aquí? ¿Tendría miedo de la magia, o más bien, miedo de las formas sólidas en las que la magia se había convertido?

Uno de los pequeños terriers gruñó, y eso pareció una señal para los demás. La noche de repente se llenó de gruñidos, de un tono bajo que vibró a lo largo de mi columna haciéndome estremecer. Acaricie las cabezas de aquellos que estaban a mi alcance, silenciándolos. La Diosa me los había enviado como guardianes, ahora lo entendía. Y se lo agradecí.

– Las guardias de Cel que no le prestaron juramento, me prometiste que podrían venir conmigo -le dije.

– No le despojaré de todo mi favor -contestó ella, y su cólera pareció chisporrotear en el frío aire.

– Diste tu palabra -insistí.

Los perros emitieron otro coro de graves gruñidos. Los terriers comenzaron a ladrar, como sólo los terriers pueden hacerlo. Comprendí en aquel momento que la jauría salvaje no se había ido, sólo había cambiado de forma. Estos eran los perros de la jauría salvaje. Estos eran los perros de la leyenda que daban caza a los traidores hasta los bosques de invierno.

– ¡No te atrevas a amenazarme! -dijo Andais.

Eamon tocó su brazo. Pero ella se lo sacudió, apartándolo, aunque luego pareció arrepentirse. La jauría salvaje había sido un buen nivelador de poder. Una vez que te convertías en su presa, la caza no terminaba hasta que la presa estuviera muerta.

– No creo ser el cazador que les guía -dije.

– Sería una noche terrible, Reina Andais, para convertirse en perjuro.

La profunda y sedosa voz de Doyle pareció pender en la noche, como si sus palabras tuvieran más peso en el calmo aire invernal del que debían de tener.

– ¿Eres tú el cazador, Oscuridad? ¿Me castigarías por quebrantar la palabra dada?

– Es la magia salvaje, Su Majestad; a veces te deja pocas opciones cuando te domina. Te convierte en un instrumento de la magia y te usa para sus propios fines.

– La magia es un instrumento para ser esgrimido, no un poder al que puedas permitir vencerte.

– Como quieras, Reina Andais, pero yo te rogaría que no intentaras desafiar a los perros esta noche.

De alguna manera pareció que Doyle no hablaba sólo de los perros.

– Honraré mi palabra -dijo ella con una voz que dejó bien claro que lo hacía sólo porque no tenía otra opción. Nunca había sido una buena perdedora, por nada, ni grande ni pequeño. -Pero debes marcharte ahora, Meredith, ahora mismo.

– Necesitamos tiempo para llamar a los otros guardias -dije.

– Traeré a todos aquellos que deseen venir, Meredith -dijo Sholto.

Me di la vuelta, y había tanta seguridad en él, una fuerza que no había estado allí antes. Él estaba de pie allí, mostrando sus “deformidades”. Pero ahora parecían ser solamente otra parte de él; una parte, sin embargo, que hubiera echado a faltar como una pierna o un brazo, si la hubiera perdido. ¿Haberle despojado de sus órganos adicionales hizo que él comprendiera cuánto los valoraba? Tal vez. Fue su revelación, no la mía.

– Te pones de su lado -dijo Andais.

– Soy el Rey de los Sluagh; me cercioraré de que un juramento dado y aceptado sea honrado. Recuerda, Reina Andais, que los sluagh eran la única jauría salvaje que subsistía en el mundo de las hadas hasta esta noche. Y yo soy el cazador que guía a los sluagh.

Andais dio un paso hacia él, amenazante, pero Eamon la hizo retroceder. Él susurró urgentemente algo contra su mejilla. No pude oír lo que le decía, pero la tensión de su cuerpo pareció abandonarla, incluso permitiéndose a sí misma apoyarse contra él. Dejó que la sostuviera; ante aquellos que ya no eran sus amigos, Andais permitió que los brazos de Eamon la rodearan.

– Vete, Meredith, toma todo lo que es tuyo, y vete.

Su voz fue casi neutra, casi libre de esa rabia que siempre parecía burbujear bajo su piel.

– Su Majestad -dijo Rhys-, no podemos ir al aeropuerto como estamos ahora.

Su gesto hizo notar a los guardias que estaban desnudos y ensangrentados. Los terriers a sus pies ladraron alegremente como si eso les pareciera bien.