– Te refieres a ese antiguo policía que iba de camino para ver a ese marchante de arte -Anja sabía perfectamente a quién se refería Philipp.
– Sí, a ese me refiero. -Philipp miró hacia las escalinatas situadas delante de la catedral de San Pedro. El gigantesco baldaquín le ofrecía una agradable sombra a los dignatarios de la Iglesia, quienes poco a poco tomaban su asiento detrás del sillón vacío del papa-. ¿Habrá realizado su transporte con éxito?
Observaba con detenimiento las filas de asientos que se alargaban a izquierda y derecha del baldaquín, donde a una distancia respetuosa detrás de las barreras, semana tras semana, se sentaban los privilegiados, los elegidos, los invitados.
Una voz procedente de los altavoces comenzó a retumbar de pronto.
– ¿Qué dice? -preguntó Philipp.
– El papa viene de camino desde Castelgandolfo, su residencia de verano. Su helicóptero sufrió un problema en el motor. Por eso se retrasa, pero dentro de poco estará aquí.
Entre la maraña de voces procedentes de todas las partes del mundo, que parecía resurgir de nuevo, se entremezclaba el canto de diferentes grupos juveniles y parroquias, que realizaban una vez más una de sus pruebas, antes de que se les permitiera entonar sus canciones en honor a Dios, el papa y la fe cristiana.
Poco después, dos helicópteros sobrevolaron el Vaticano. Philipp pulsó repetidas veces el disparador de su cámara fotográfica. Pocos momentos más tarde, el obispo de Roma avanzaba, colocado de pie en la parte trasera y abierta de un pequeño coche blanco, a través de las vocingleras y jubilosas masas. El papa mantenía la mano izquierda aferrada en una barra lateral al mismo tiempo que saludaba sonriente con la mano derecha.
El vehículo se deslizaba por las calles que se mantenían libres por toda la plaza. A continuación, el vehículo ascendía botando ligeramente por la rampa. El Vicario de Cristo se apeó y se sentó en su silla debajo del baldaquín.
Antes de que el papa diera comienzo a su audiencia, Philipp echó un apresurado vistazo a la toma de las últimas fotos.
Si hubiera observado con mayor detenimiento las imágenes con los dos helicópteros en vuelo, quizás se hubiera dado cuenta de que los helicópteros portaban emblemas nacionales franceses.
EPÍLOGO
Suecia, a mediados de agosto de 2005
Jasmin se acercó con pasos silenciosos junto a Chris. Él no la escuchó llegar. Se encontraban de pie al lado de un estanque en mitad de los profundos bosques suecos, cerca de la frontera con Noruega. El caluroso sol de la tarde transformó la superficie del agua en un infinito mar de centelleantes diamantes.
Habían transcurrido tres días desde su llegada, y para él fueron los mejores momentos desde hacía mucho tiempo. Si no hubiera sido…
Él la miró.
Tras su regreso de Francia, recurrieron a todos los medios a su alcance para ayudar a Mattias. Chris había hecho referencia, gracias al consejo de Dufour, a la pequeña empresa ubicada en el sur de Alemania, donde salvaron a Mattias con éxito, implantándole en su hígado enfermo por vía de un catéter células de un hígado sano, las cuales se multiplicaron y curaron al paciente. Ina se había encargado en investigar y localizar a la empresa.
– Efectivamente, era Anna -la expresión de una sonrisa se paseó por su cara. Jasmin no lo podía creer todavía.
– ¿Funciona, verdad? ¡Lo veo en tu cara! -Desde que estaban allí, habían aguardado la llamada. Mattias llevaba casi dos semanas en la clínica.
– Sí -Jasmin asintió con la cabeza y sus ojos se le llenaron de pronto de lágrimas. Ella le tomó del brazo-. Anna dice que se encuentra mejor desde hace dos días. Ella al principio no lo creía y por eso no llamó. Sin embargo, todos están muy satisfechos.
Ellos se fundieron en un abrazo. Él pudo sentir su cálido cuerpo, y a continuación su propia excitación espontánea.
– ¡Te quiero! -soltó ella bajo un murmullo antes de darle un breve beso en la boca.
– Y yo a ti.
– ¿Me querrás para siempre?
Él la agarró con la mano debajo de la barbilla, sujetando su cabeza, y volvió a besarla. Él abrió los labios y empleó mayor arrojo, pero ella retiró la cabeza hacia atrás entre risas.
– Quiero una respuesta.
– Ya estamos de nuevo con la eternidad. Tú ya sabes lo peligroso que puede llegar a ser eso.
– Conozco ahí un buen claro… -ella reía mientras corría por la orilla del estanque.
Colonia, a mediados de agosto de 2005
Al mismo tiempo festejaban los cristianos católicos en Colonia el Día Mundial de la Juventud. El papa constituía entre júbilos el protagonista del evento.
Al margen de las numerosas misas, los múltiples rezos y las demás fatigosas intervenciones, el papa tuvo un encuentro en la catedral de Colonia, del que apenas un puñado de dignatarios iba a saber jamás.
Tan solo un anónimo y corpulento monje, quien había viajado desde Francia varios días antes, acompañó al papa a la catedral durante aquella hora tan temprana.
El desconocido monje fue recibido por un hermano a quien le habían llamado la atención las ásperas manos del monje francés.
– Hace dos días estaba trabajando todavía en la restauración de una pequeña capilla de la isla de Saint Honorat -respondió el monje a la pregunta de su hermano alemán.
Sin embargo, el desconocido monje procedente de Francia no relató que había emparedado trece tablillas de arcilla sumerias debajo del altar de la pequeña capilla.
El monje abrió la puerta y ambos entraron en la parte interior de la nave de la catedral, donde desde una mayor altura reinaba el relicario de oro.
El monje aguardó el gesto con la cabeza del papa, y a continuación abrió el relicario. El papa rescató de un cofrecillo los tres huesos del pastor Etana y los colocó junto a los restos mortales de los Tres Reyes Magos.
Finalmente, el papa tomó un último y pequeño trozo de hueso que descansaba en el cofrecillo. El desconocido monje lo empujó lateralmente hacia un rincón del relicario, donde resultaba imposible verlo. El fragmento era liso, casi negro, y en uno de sus extremos se tornaba blanco.
«Cuerno de carnero», pensó Jerónimo.
El signo de la reconciliación.
OBRA Y AGRADECIMIENTO
La idea y las primeras piedras angulares de la presente historia sobre la lucha entre la fe y la ciencia se forjaron en invierno del año 2004/2005, antes incluso de que hubiera un papa Benedicto. El detonante fueron las noticias procedentes de los Estados Unidos relacionadas con el debate cada vez más enérgico entre los creacionistas protestantes y los científicos sobre el hecho de que en las escuelas de ese país se enseñaba la Teoría de la Evolución en detrimento de la historia de la Creación. Al mismo tiempo me hallaba ocupado con la genética del envejecimiento y me topé con la noticia de que científicos trabajaban en sus laboratorios con un cromosoma 47 artificial.
A principios de otoño de 2006 me topé en un periódico alemán con la noticia que precede a esta historia. Esta confirmaba -la primera versión del manuscrito estaba escrita en dos terceras partes- las controversias que había provocado en el seno de la Iglesia católica el reconocimiento de la Teoría de la Evolución por parte del papa Juan Pablo II.
Al igual que en mi primer libro -Die Sirius Verschwörung- [69]me he esforzado por relatar una historia entretenida y de suspenso, que incorporara hechos actuales e históricos.
En este sentido, quiero destacar la fascinante historia sobre la excavación de Babilonia misma, a la que el arqueólogo alemán Robert Koldewey consagró más de veinte años de su vida. Que en 2005 hubiera una pequeña exposición especial en el Museo de Oriente Próximo de Berlín con motivo de su 150 cumpleaños, fue una agradable coincidencia de la vida; y su visita, un momento culminante muy personal. A todo aquel que desee explorar la dimensión que ocupó Babilonia durante la Antigüedad, se le recomienda una visita al Museo de Oriente Próximo de Berlín.