– ¿Quién es? -le preguntó siseando Jasmin a Wayne.
– El tiburón máximo de las finanzas de Tysabi. ¿Sabías que era una mujer la que nos ingresaba nuestro sueldo todos los meses?
– ¿Qué has hecho, Wayne?
– Ahora mismo… -murmuró Snider-. Se trata de la prueba ósea de Chris, su prueba de ADN.
– ¡Venga, vamos! -Zoe Purcell escudriñó a Jasmin con una fría mirada-. ¿Esta es la asistenta?
– Sí -dijo Sullivan-. Me gustaría interrogarla ahora mismo.
– Ahora no. Que le ayude al cerdo. Así que vamos.
– ¡Te necesito ahora! -le siseó Snider a Jasmin.
– ¿Para qué?
– Nada malo. Analizar pruebas.
Nadie pensó en dar respuesta a una sola pegunta de entre el montón que le invadía ahora mismo a Jasmin. Ella ingresó con los demás en el laboratorio mientras escuchaba delante de ella exclamaciones de sorpresa. Wayne la llamó por su nombre y ella se abrió camino.
Cuando vio la prueba se quedó de pie, prácticamente paralizada. Nunca había visto cosa igual.
– ¡Increíble! -se le escapó.
Snider temblaba de la excitación. La explosión del cultivo de células era ahora aún más fantástica que la del pasado jueves por la noche.
De entre las cápsulas de Petri emanaban algunos cultivos celulares hasta tocar el suelo de la incubadora y, en dos lugares diferentes por la ventanilla de esta, las células se arrastraban hacia arriba como un hilillo de baba. Parecía como si los cultivos continuaran dividiéndose también fuera de las cápsulas sin estar en contacto con la solución nutricional.
– Eso es prácticamente imposible -murmuró Ned Baker-. ¿Cuántos pasos de división calcula?
– ¡Cientos! ¡Miles! -murmuró Snider, quien observaba asimismo fascinado las cápsulas de Petri.
– ¿Puede alguien explicármelo? -exigió Zoe Purcell.
– Las posibilidades de división de las células son limitadas -Snider se reía sobresaltado-. En todos los seres vivos. Esta regla es universal, incluso bajo condiciones ideales. La cantidad viene predeterminada. Cada célula posee un reloj para su división celular que limita el número de sus divisiones. Y este no se deja engañar. Tomemos como ejemplo los fibroblastos [44] embrionarios del ser humano, es decir, las células del tejido conectivo cuyos cultivos se dividen entre cuarenta y sesenta veces. Y entonces se acabó. Inevitablemente. El índice de división celular en los ratones se sitúa en un máximo de veintiocho divisiones.
– ¿Esta es su primicia? -preguntó Zoe Purcell impaciente.
– Esto es una primicia… -dijo Snider en voz baja.
– … Pero no la que quería enseñarnos, ¿verdad? -añadió Ned Baker.
Jasmin continuaba mirando desconcertada hacia los cultivos. La fuerza de división disminuía con la edad de las células. Cuanto mayor fuera el donante, menor era el número de posibles divisiones. Las células de donantes humanos muy mayores solían conseguir en los cultivos como máximo veinticinco divisiones.
Estas células procedían de un hueso que, según afirmaba Chris, tenía miles de años. «Cuánta fuerza vital», pensó Jasmin.
– Bien. Una línea celular que se divide ilimitadamente. Una primicia. ¿De verdad se trata de una primicia? -Zoe Purcell miró provocativa en la ronda-. Si no recuerdo mal… Ned, usted siempre dijo que sí existen células que se dividen de forma ilimitada.
– Las células cancerígenas -respondió Ned Baker-. Las células cancerígenas no disponen de ningún límite en sus divisiones. Suelen dividirse en los cultivos ilimitadamente…
– Pues eso.
– En el cuerpo humano suelen perdurar el tiempo que viva el organismo. Cuando muere la persona, mueren con ella las células cancerígenas, deteniendo su división de forma definitiva.
– ¿Puede que se trate quizás de células cancerígenas? -Zoe Purcell permaneció mirando fijamente a Snider-. ¿Pretendía torearnos? ¿De verdad cree que no nos daríamos cuenta?
– Estas no son células cancerígenas -Snider meneaba enérgico la cabeza. Su voz sonaba ronca y denotaba un tonillo de desaire.
– ¿De dónde proceden?
– Proceden de un antiguo hueso.
– ¡Si no me da pronto más respuestas, no nos andaremos con chiquitas! -la jefa de finanzas juraba-. ¡Sullivan, ordene traer las empulgueras!
– Jasmin, me vas a ayudar -Snider aunaba fuerzas.
– ¿Qué vamos a hacer?
– Realizar un análisis. Os quiero enseñar algo. Primero necesitamos interrumpir la división celular.
Snider eligió un cultivo celular mientras Jasmin se colocaba la bata y los guantes. Ella le añadió colchicina, el veneno de los cólquicos [45]. Con ella se detuvo la división celular entre dos y tres horas para que pudieran analizar los cromosomas, y desde allí descender paulatinamente de un nivel a otro.
– ¿Llevará mucho tiempo? -Zoe Purcell llevaba la impaciencia escrita en el rostro.
– Se trata de un procedimiento complejo -dijo Snider esforzándose en utilizar un tono neutro, mientras Jasmin centrifugaba el cultivo.
– Explíquemelo. De todos modos no tenemos nada mejor que hacer.
– La complejidad comienza con el tipo de célula y ADN respectivamente. En el mundo de la investigación se prefiere trabajar con células bacterianas, pues son más manejables debido a su pequeño tamaño, multiplicación y poco tiempo de generación, pero también por su sencilla organización celular. Los eucariontes, es decir, las células del ser humano, los animales y las plantas ofrecen a través de su núcleo, las mitocondrias, el plasma celular y los ribosomas [46] una estructura mucho más compleja.
Zoe Purcell miró a Blake, quien asentía con la cabeza en señal de aprobación.
– Hay que imaginarse el ADN del núcleo celular de un ser humano como un hilo de aproximadamente dos metros de longitud, el cual contiene todas las informaciones relevantes sobre la composición de la persona. El hilo de ADN y las informaciones están a su vez repartidos en un número diferente de cromosomas. Todo ser viviente se identifica por la cantidad de sus cromosomas.
Ned Baker miró hacia su jefa. Hasta entonces ella había rechazado siempre tratar con estos detalles científicos. Baker colocó la mano en el antebrazo de Snider, y él mismo prosiguió con la exposición.
– Los cromosomas se componen de una gran cantidad de filamentos fibrosos, que a su vez contienen proteínas: los denominados histones. El cordón de ADN rodea estos histones exactamente dos veces y media. Debajo del microscopio, los histones se reconocen como perlas sobre un hilo. Los histones y el hilo de ADN forman a su vez el nucleosoma: la unidad básica del cromosoma.
– Esta estructura sofisticadamente organizada hace posible alojar el tan largo cordón de ADN en un núcleo celular tan pequeño -Snider arrancó fascinado una carcajada-. Los genes no son otra cosa que unidades de información procedentes del cordón de ADN, como lo pueden ser las palabras en una frase. Estas informaciones aparecen en forma de parejas de bases. Cada gen ocupa una posición concreta en el cordón de ADN, una estructura individual con su función. Es como un código.
– Lo he entendido; continúe -Zoe Purcell escudriñaba a los dos hombres con desdén.
– Un gen se compone asimismo de fragmentos codificados, los denominados exones. Aquellos fragmentos que no contienen ninguna información se llaman intrones. Lo interesante aquí radica en que la mayoría de las parejas de bases del ser humano recae en fragmentos no codificados -Ned Baker miró dubitativo hacia Zoe Purcell. ¿Realmente lo estaba entendiendo?
– Los genes situados en los diferentes fragmentos del cordón se separan entre sí a través de franjas vacías y programadas secuencias de ADN reguladoras, las cuales indican a los genes sus tareas. Esto en cuanto al tema de las estructuras complejas -apostilló Snider hosco.