– ¡No puedo hacerlo! -Lavalle meneaba enérgico la cabeza una y otra vez-. ¡No!
– Piense en los misioneros de la Santa Madre Iglesia durante la Edad Media.
– ¡No puedo hacerlo! -Lavalle vibraba.
– ¡Tiene que hacerlo! -Marvin gritaba a Lavalle. Sus dos caras estaban solo a unos pocos centímetros de distancia-. Lavalle, tiene que cargar con esta prueba para demostrar su devoción ante Dios.
– ¡No puedo matar a una persona! -Lavalle cayó sobre las rodillas, colocó las manos delante de la cara y comenzó a llorar-. ¿Usted sería capaz de hacerlo? -preguntó aterrado mirando hacia arriba.
– ¿Yo? -Marvin se reía-. Lavalle, usted todavía me conoce demasiado poco. ¿Sabe cómo encontré el camino a Dios? Participé en la guerra del Vietnam como una rata de las trincheras. Tuve que arrastrarme por estrechos pasadizos en los que se ocultaba el Vietcong [57]… y maté. Era yo o el otro. Y en aquellos tiempos, sí, Lavalle, encontré el camino hacia Dios. Cada vez que me arrastraba por uno de aquellos túneles le prometí al Señor que le veneraría, que lucharía por él si volvía a ver la luz del día. ¡Y Dios me escuchó! ¡Y yo cumpliré mi promesa!
Marvin agarró al sollozante francés por debajo de las axilas, tiró de él hacia arriba y le colocó el arma en la mano.
– Demuéstreme lo que le importan los ideales de los Pretorianos. ¡Mátelos a los dos!
– ¡No puedo!
Marvin arrancó el arma de la mano abierta de Lavalle y se colocó detrás de Chris y Ponti.
– ¡Decídalo usted! ¿A quién de los dos he de enviar primero al amparo del Señor? ¿A este que nos ha causado tantos problemas? ¿Que ha matado a los nuestros, a soldados de Dios? -Marvin presionó el cañón del Korth en la nuca de Chris.
Chris sintió el frío metal y se estremeció. La boca del cañón le pinzaba, justo debajo del borde del hueso del cráneo, sus tensos músculos de la nuca. De pronto, su cabeza parecía estar totalmente ausente de sangre y delante de sus ojos comenzaron a bailar pequeños puntos negros.
De repente desapareció la presión.
Marvin se puso detrás de Ponti y le colocó el arma en la nuca.
– ¿O a este? ¿El traidor que conspiró contra quien se había comprometido a proteger? También él ha matado. A uno de sus empleados, para enriquecerse, para robar.
»El mismo lo confesó. Ambos merecen la muerte. ¿Qué hay escrito en el Génesis, capítulo 9, versículo 6? ¿Lavalle, qué hay escrito?
Lavalle jadeaba, vacilaba.
– ¿Qué hay escrito? -gritó Marvin.
– «Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo Él al hombre».
Marvin giró hacia Lavalle.
– Es la palabra del Señor. Observe.
Lavalle sollozaba mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
Capítulo 31
Sofía Antípolis, cerca de Cannes,
noche del domingo
Jasmin no se engañaba a sí misma. Era una prisionera. Su cárcel se situaba en la segunda planta de la clínica y era una habitación de hospital que le habían prohibido abandonar.
Delante de su puerta permanecía sentado un guardia refunfuñón, quien le gruñía con desconfianza tan pronto se le ocurría abrir la puerta, aunque solamente fuera por una pequeña rendija. El móvil se lo había quitado Sullivan y, para mayor colmo de males, le desconectó incluso el teléfono fijo de la habitación.
Todo el séquito voló la noche del sábado con el jet de la empresa desde Dresde a Niza. Allí les había recibido el nervioso jefe de seguridad del centro de investigación de Tysabi ubicado en Sofía Antípolis. Tuvieron que viajar algunos kilómetros en coche por la autovía A8 en dirección oeste para llegar pocos minutos más tarde a la sede científica internacional cerca de Cannes, que se situaba entre el paisaje montañoso en las cercanías de Valbonne.
Desde su llegada no había vuelto a ver a Wayne Snider. Sin embargo, en dos ocasiones fueron a verla Sullivan con el doctor Dufour y Ned Baker. Ellos querían saberlo todo sobre la visita de Chris y los huesos.
Dufour, el médico que atendía también a Mattias, se encargaba de realizar las preguntas técnicas. Su comportamiento la exasperaba. No mencionó ni en una sola sílaba que se conocían y que ella había estado aquí hacía solo unos pocos días antes. Ella no era capaz de imaginarse ninguna razón para este comportamiento, y cuanto más pensaba en ello, más nerviosa se ponía.
Jasmin abrió la ventana y se adentró en el pequeño balcón. Los edificios de la clínica limitaban con los jardines, los cuales se agrupaban en forma de media luna junto con sus caminos de cantos rodados, árboles y bancales de flores en torno a las zonas de césped, y desembocaban en la parte frontal del edificio principal al finalizar como eje transversal la curvatura del parque.
La iluminación de las aceras esparcía un débil resplandor irremediablemente a merced de la noche que se acercaba a pasos furtivos. No se veía ni un alma por ninguna parte. Entre tanto, ella se asomó sobre los barrotes del balcón.
Fue como en su juventud, cuando se encontró de pie por primera vez en la piscina sobre el trampolín de cinco metros. Desde arriba, la diferencia en altura parecía como mínimo el doble de grande de lo que realmente era.
El pánico hizo presa de Jasmin. Quedaba descartado saltar. ¡Sin embargo, no podía fracasar ya a la primera de cambio!
Ella volvió a la habitación, anudó la funda de la colcha con la sábana de la cama y rodeó el extremo final de su cuerda provisional en la parte frontal izquierda del balcón alrededor del pasamano de la barandilla.
Jasmin escaló con cuidado sobre la barandilla, e instantes más tarde se balanceaba con la punta de sus pies sobre el canto exterior que formaba el zócalo del balcón. Con ambas manos se agarró a la ropa de cama estirada, aferrándose a ella incluso con las piernas cruzadas, y se dejó caer.
Jasmin se deslizó con mayor velocidad de lo que había imaginado en un principio. En algún lugar se estaba rompiendo la tela; el seco matraqueo provocó que Jasmin mirara presurosa para abajo. Milésimas de segundo más tarde, sus pies se posaban en la barandilla del balcón situado debajo de ella. Pero ella se separó de un golpe con los pies y continuó deslizándose. Debido a que su cuerda provisional no era lo suficientemente larga, se vio obligada a dejarse caer los últimos dos metros.
Ella aterrizó sobre un bancal de flores de verano blancas y amarillas, se incorporó con esfuerzo y se arrimó rápidamente a la pared. Su plan consistía en entrar a hurtadillas en el edificio principal por la parte anterior para llegar hasta el ala donde se encontraba Anna.
Ella corrió con presteza por el muro en dirección al edificio principal. Precisamente durante los últimos metros de carrera delante de la entrada del edificio principal, comenzó a resplandecer una luz de una de las ventanas.
Los barrotes de la ventana se encontraban a más de dos metros de altura. La ventana, que estaba abierta, permitió que el murmullo de varias voces retumbara hacia el exterior. Ella se pegó a la pared del edificio y continuó impulsándose hacia adelante mientras posaba con cuidado un pie detrás de otro y se fijaba en cada momento donde pisaba.
Jasmin permaneció petrificada justo en medio, debajo de la ventana, al reconocer las voces; al menos una con total seguridad.
De repente una sombra oscureció el resplandor de la luz.
A Zoe Purcell le dolía la espalda. La jefa de finanzas había permanecido sentada durante todo el tiempo en la dura e incómoda silla de madera de Dufour, y se apoyó después en el alféizar de la ventana con la mirada orientada a la habitación. Malhumorada miró hacia Dufour.cuyo traje parecía quedarle una talla demasiado grande. Este se encontraba sentado delante del escritorio al lado de Ned Baker mientras amasaba las manos con vehemencia.