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No tardó en hacerse otra pregunta: ¿podría Mao haber sabido algo sobre la escuadra especial de Pekín? Después de todo, Shang no era sólo una de las «artistas negras». Tal vez las cosas fueran más complicadas de lo que había afirmado el ministro Huang.

¿Qué podía hacer el inspector jefe Chen?

Le sería imposible negarse a participar en el caso. Aun así, podría intentar llevar a cabo la investigación con cierta rebeldía, de forma que tuviera sentido para él, aunque no lo tuviera para los demás.

Como casi todos los de su generación, Chen no se había tomado demasiado en serio las cuestiones relacionadas con Mao. De niño había idolatrado a Mao, pero la Revolución Cultural le hizo perder la fe en el presidente, particularmente después de la temprana muerte de su padre. A partir de entonces, su vida cambió de forma drástica. Ahora, como miembro de la «élite triunfadora» en la sociedad actual, Chen intentaba convencerse a sí mismo de que su fe en el Partido le proporcionaría seguridad. Por esa razón no estaba en condiciones de pensar demasiado en Mao, y su trabajo como inspector jefe era la excusa para no hacerlo. Mientras los periódicos del Partido seguían ensalzando a Mao, en la práctica muchas cosas estaban cambiando. Así que ¿para qué iba a molestarse?

Chen había oído diversos rumores sobre la vida privada de Mao. Después de la Revolución Cultural, guardaespaldas y enfermeras de Mao habían publicado sus memorias, que, en cierto modo, volvían a resaltar el lado más humano de Mao al referir, por ejemplo, su peculiar pasión por el tocino o su aversión malsana a lavarse los dientes. Estos libros se vendieron bien, debido posiblemente al interés de la gente en lo que se escondía detrás de esas anécdotas. Existían también otras historias que no se publicaron pero que fueron muy comentadas. Dado que el archivo de Mao continuaba cerrado y clasificado como confidencial, Chen ni creía ni dejaba de creer las «otras» historias.

Además, Chen pensaba que Mao era una figura histórica demasiado compleja para juzgarla. Al fin y al cabo, él no era historiador, sólo era un poli que tenía que investigar un caso tras otro. En años recientes, sin embargo, cada vez le parecía más difícil -incluso como policía- evitar la historia de la nación durante el régimen de Mao. En China, numerosos casos y situaciones tenían que verse desde una perspectiva histórica, y la sombra de Mao aún era alargada.

Había llegado el momento de investigar un caso relacionado con Mao: el caso Mao. Al menos tendría una perspectiva histórica más rigurosa gracias a la investigación.

Y el caso también lo mantendría ocupado; esperaba al menos que lo absorbiera lo bastante para no pensar en su crisis personal.

Tras volver a sentarse a la mesa, el inspector jefe cogió un folio en blanco, fue anotando las ideas que le venían a la cabeza y se esforzó en conectarlas de modo que constituyeran un plan viable. Finalmente, vio dos vías de investigación. Por una parte, Chen cooperaría con el Departamento de Seguridad Interna para investigar a Jiao. Por otra, actuaría por cuenta propia para investigar en torno a Mao.

En primer lugar, debía descubrir qué objetos o documentos eran aquéllos, tan comprometedores que podían usarse contra Mao, y lo haría investigando la raíz del asunto: la relación que mantuvieron Mao y Shang. Como la historia detrás de la historia en Nubes y lluvia en Shanghai, la suya sería una investigación detrás de la investigación.

Para empezar, necesitaba conocer a fondo aquel periodo de la historia. Lo más indicado sería contactar con la escuadra especial de Pekín, pero eso era prácticamente imposible: todo había sucedido mucho tiempo atrás, y las personas involucradas se pondrían en guardia cuando él empezara a hacer preguntas.

También tendría que ponerse en contacto con el autor de Nubes y lluvia en Shanghai, quien quizá no hubiera incluido en el libro toda la información de que disponía sobre la muerte de Shang. Entretanto, Chen tendría que hacerse con un ejemplar de las memorias del médico personal de Mao. Además, intentaría interrogar en secreto a quienes hubieran conocido bien a Qian y a Shang.

Pero ¿cómo lo conseguiría sin ayuda? Los minutos seguían pasando, de forma casi imperceptible. El inspector jefe Chen, a diferencia del personaje de un ridículo cuento de hadas que había leído, no tenía tres cabezas y seis brazos.

Tras echar un vistazo al reloj, vio que eran casi las dos de la mañana. Tardaría en dormirse, así que se tomó un par de somníferos con un sorbo de agua fría.

Tendido en la cama, volvió a abrir Nubes y lluvia en Shanghai y buscó el capítulo sobre el primer encuentro entre Mao y Shang en el Pabellón de la Amistad Sino-rusa, donde las melodías inundaban la magnífica sala de baile y los pasos de Shang eran suaves como una nube, ligeros como la lluvia…

Al cabo de unos quince minutos Chen notó que las pastillas empezaban a hacerle efecto. Entre oleadas de somnolencia, le vino a la cabeza un fragmento de un poema de Li Shangyin. Casualmente, Li también era el poeta de la dinastía Tang preferido por Mao.

Oh, la estrella de anoche, el viento de anoche,

al oeste de la cámara pintada, al este del salón de las casias.

Desprovistos de las alas poderosas de un vistoso fénix,

nuestros corazones hablan a través del cuerno del rinoceronte mágico…

4

Chen se despertó en mitad de un sueño que iba desvaneciéndose rápidamente: una joven, ataviada con un vestido mandarín rojo, surgía de la nada con pasos tan ligeros como una lluvia veraniega de lágrimas de agradecimiento; una hoja caída le acariciaba los pies descalzos, adornados con pulseras; se oía una canción que llegaba como una nube blanca, como la lluvia ligera. Entonces la mujer se introducía en uno de los murales de la estación del metro y desaparecía…

Desorientado, Chen fue volviendo gradualmente a la primera mañana del caso Mao, nombre que se le había ocurrido la noche anterior.

Sin embargo, no podía dejar de pensar en la imagen del sueño.

Tal vez guardara relación con Ling, quien había llevado un vestido semejante de otro color, recordó Chen mientras se frotaba las sienes; o con Shang, a la que también había visto con un vestido mandarín en una fotografía en blanco y negro del libro; o quizá con un caso de asesinatos en serie que había investigado no hacía mucho… [1]

«Pero las imágenes de los sueños son irracionales», pensó. Entonces, inesperadamente, le vino a la mente otra idea, como la dama ataviada con el vestido mandarín rojo de su sueño.

Tras bajar de la cama de un salto, como un sonámbulo, Chen marcó un número de su agenda de direcciones.

– Siento llamarle tan temprano, señor Shen.

– Ah, inspector jefe Chen. Los viejos siempre nos levantamos temprano. Llevo dos horas en pie. ¿En qué puedo ayudarlo?

– Por casualidad, ¿no conocerá al señor Xie, el propietario de la Mansión Xie en la calle Shaoxing? Recuerdo que usted vivía bastante cerca de ese barrio.

– Sí, lo conozco. Hoy en día es una autoridad en todo lo relacionado con los años treinta y en la moda de esa época. Estuvimos hablando del tema hará dos o tres semanas.

– ¿Ha ido a alguna de sus fiestas?

– No, soy demasiado viejo para esas fiestas tan modernas que da, aunque fui a las de su padre, así que me llama tío. Eso fue antes de 1949, por supuesto. ¿Por qué quiere conocerlo, inspector jefe Chen?

– Entonces, ¡es usted como un tío para él! ¡Magnífico! Estoy pensando en escribir un libro sobre la antigua Shanghai. Sería estupendo si pudiera presentarme a Xie.

– Bueno, puede que los nuevos ricos actuales vean la década dorada de los treinta como otro mito sobre la ciudad. Tienen que inventarse una tradición para justificar sus derroches. Pero se lo presentaré, no se preocupe.

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[1] Véase el anterior volumen de la serie Seda roja, Tusquets Editores, col. Andanzas 727, Barcelona, 2010. (N. del E.)