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La economía estaba por los suelos.

La política era un desastre que no alcanzaba a comprender: ponía claramente en duda la utilidad de los méritos en los que Jan había basado, al menos en parte, su carrera. La televisión y la prensa no servían de ninguna ayuda.

El innato optimismo del que pensaba que estaba dotado se veía sometido continuamente a duras pruebas.

Había alcanzado la edad en que la mayoría de la gente ha tenido que enfrentarse a la muerte de al menos una persona querida, a amistades que han acabado mal -algunas, incluso peor-, a enfermedades serias o menos serias, y a varias historias de sexo y sentimientos.

Los años universitarios quedaban lejos, la jubilación no pertenecía a su generación, y el número de cigarrillos que fumaba aumentaba en vez de disminuir.

Jan pasó los tres primeros meses analizando las vías de escape más clásicas del mundo del asalariado: escribir un libro o convertirse en un empresario de éxito.

En cuanto al primer sueño, tuvo que responder desde el principio preguntas como por qué quería escribir y cuál era el resultado que esperaba obtener, alejándose de ese modo de los elegidos, de los que poseían un talento natural.

¿Deseo de inmortalidad, fama, gloria y dinero pueden ser los motivos que empujan a alguien a escribir? ¿Y pueden desembocar en un buen libro?

¿O el talento y la vocación son elementos indispensables? Después de beberse varias botellas de su whisky favorito, Jan sencillamente había apartado el deseo de inmortalidad de sus motivaciones personales.

A pesar de que, por motivos profesionales, leía muchos textos técnicos y relativamente pocas novelas, sabía reconocer la diferencia entre un autor moderno al que se premiaba con fama y dinero, aunque difícilmente alcanzara la inmortalidad, y los que, en cambio, podían aspirar a un lugar en el olimpo de los grandes escritores. En el primer caso incluía Harry Potter o El código Da Vinci, en el segundo, El Evangelio según Jesucristo de José Saramago.

Así pues, al ver que tenía que concentrarse en la posibilidad de escribir para obtener fama y dinero se dio cuenta de que, incluso esta hipótesis, menos noble, no era sencilla de realizar y requería, además, algún tipo de talento literario. Cuando llevaba sesenta y cinco borradores de la primera página dio un puñetazo al teclado, dejándolo inservible. Decidió no seguir adelante y perseguir el segundo sueño, convertirse en un empresario de éxito.

Como había recorrido medio mundo y le apasionaba la cocina, Jan concluyó que la mejor opción era abrir una cadena de comida rápida india.

Descartó en seguida la idea de abrir un único restaurante: con un local se podía ganar la vida una persona, como mucho dos. Salía ganando el cocinero y el propietario, y a menudo los dos papeles los desempeñaba la misma persona. Jan sabía que no pertenecía al olimpo Walhalla de los escritores, y tampoco al de los cocineros, ni al de los propietarios de locales que se mostraban afables y carismáticos, si es que existía.

La comida rápida se adecuaba más a las posibilidades profesionales de Jan. Procesos y marketing, ubicación y cadena de suministros, financiación y formación. La idea era suya, el dinero, de los demás.

Ése era su idioma, ése era su proyecto.

Una cadena de comida rápida india.

La cocina india es sana, generalmente vegetariana, y con una gran variedad de platos. En ese momento no existía ningún competidor con ese tipo de estructura.

La mano de obra india se podía encontrar en cualquier parte, los indios son amables y ambiciosos. Además, también son ricos y podrían invertir en un proyecto que situara a su país en una posición de relevancia.

Al mismo tiempo que escribía el borrador del bestseller y creaba el McDonald’s de Bombay, envió varios currículums, aunque sólo fuera para garantizar una alternativa a sus sueños.

Porque ya se sabe: de sueños únicamente pueden vivir los poetas, los niños y los locos, y sólo estos últimos por un tiempo ilimitado.

Para aquellos que no quieren molestar a familia, amigos o conocidos, encontrar trabajo en Italia puede convertirse en una aventura realmente complicada.

A pesar de anunciar a bombo y platillo fantásticas ofertas de trabajo, los principales periódicos alternan en sus páginas anuncios para un puesto de mozo en una carnicería con empleos de vendedor de cualquier bien de consumo o servicio para la zona A del distrito B y con vehículo propio. De este modo encuentran la manera de vender algunos ejemplares más a los pobres desgraciados que se lo creen.

Por esa razón, Jan encontró natural que las cuatro entrevistas que consiguió concertar durante los tres primeros meses en el paro fueran en el extranjero: dos en Suiza, una en Inglaterra y otra en Alemania.

Esta última era la que ofrecía mayores posibilidades de concretarse. Por un lado estaba el hecho de que quien iba a ser su jefe -el director financiero de una multinacional de telefonía móvil- le había caído bien, y le pareció que el sentimiento era mutuo, y por el otro, que Múnich era una ciudad preciosa.

Era mucho más adecuada para los niños que cualquier metrópoli italiana. Ahora les agradecía a sus padres, especialmente a Terry, su madre, que de pequeño lo hubiera llevado a la escuela alemana, o «germánica», como prefiere llamarse, de Milán. Aunque su madre era de San Francisco, se había criado cerca de una base militar norteamericana en Alemania, y le gustaba el alemán.

Ella ya se encargaría de enseñarle inglés, pero donde tenía que aprender alemán era en la escuela. Cuando era niño estaba de moda enviar a los hijos a la escuela de via Legnano. Aparentemente estaba más organizada y estructurada que las escuelas italianas y, obviamente, era mucho más internacional.

Allí, Jan pudo aprender un alemán perfecto, además de conocer los usos y costumbres de ese país. Había hecho amistad con alemanes «de verdad», con quienes había mantenido el contacto en los años siguientes. Uno de ellos, Andreas, era desde siempre su mejor amigo, y se daba la feliz circunstancia de que vivía precisamente en Múnich. Por este motivo, la idea de trasladarse a esa ciudad tenía para él un atractivo que iba más allá del trabajo.

A Julia le gustaba la idea de ir al extranjero. Le fascinaba la posibilidad de aprender un idioma nuevo y conocer una cultura distinta de la suya.

Durante los tres meses siguientes fueron necesarias otras cuatro entrevistas para que le hicieran una oferta concreta, y Jan decidió que, durante algunos años, trabajar como ejecutivo todavía podía ofrecerle ventajas respecto a la profesión del escritor que oye cómo su madre le dice: «Sí, el libro es bonito, pero ¿por qué dejaste tu empleo en el banco?»

Además ofrecía algunas ventajas respecto al papel de propietario de una cadena de comida rápida india que sólo cuenta con un punto de venta, situado al lado de un Burger King siempre lleno, y con un franquiciado que te maldice por haberle arruinado la vida.

En resumen, resulta realmente difícil abandonar el camino conocido.

Si hubiera sabido lo que le esperaba habría aceptado el puesto de representante de productos de belleza que se anunciaba a media página en la edición del jueves del Corriere, anuncio que probablemente le había costado al ofertante el equivalente al salario anual del candidato.

Un problema

Uwe se había sentado y esperaba a que su jefe iniciara la conversación. No era habitual que lo llamara a su despacho, lo que no le disgustaba en absoluto: cada vez que el jefe lo convocaba allí era porque en el horizonte se vislumbraban serios problemas, y él sería el encargado de resolverlos.

– ¿Tú qué opinas?

– ¿De qué?

– ¿De qué? Del recién llegado, el ayudante de Kluge.