Выбрать главу

El mundo se hacía preguntas.

En una época en la que se necesitaban líderes mundiales más que nacionales, eran estos últimos los que tenían el mando, con la consecuencia de que los verdaderos problemas, los que pueden resolverse solamente con un acuerdo mundial, como siempre se iban relegando.

Así pues, no era sorprendente que la nocividad de los móviles no se hubiera convertido en un tema de relevancia internacional.

Las investigaciones efectuadas durante el tiempo que Andreas y Ulrike habían permanecido en Colombia habían sido fragmentarias y nada concluyentes.

Como siempre, no se podía descartar la nocividad de los móviles, pero no había suficientes elementos para asegurar la existencia de un peligro real.

Se habían hecho un par de campañas en favor de limitar su uso y, en todo caso, de utilizar auriculares para mantener el móvil alejado de la cabeza. Pero iban dirigidas a un público adolescente y no habían encontrado mucho seguimiento.

Mientras tanto, habían transcurrido otros tres años en los que centenares de millones de personas seguían pasando muchas horas al día al teléfono.

Si el problema era la superpoblación del mundo, ya se había encontrado un remedio.

Andreas le dio un beso en la nuca a Ulrike, cogió su bolsa y se despidió. Ella lo llamó, se levantó de la silla y se le echó encima abrazándolo con fuerza.

– Buena suerte, cariño.

La cita era en el bar del Sofitel.

Los dos representantes de la editorial ya estaban sentados a una mesa. Andreas se dirigió hacia ellos con una sonrisa y les tendió la mano. Hacía dos meses que mantenían contactos.

El libro les había gustado. Una novela.

Ése era su último encuentro. Andreas se había puesto en contacto con ellos desde la casa de un vecino, bajo un nombre falso.

Los servicios secretos no habían intervenido: o no lo sabían, o consideraban que una novela no podía suponer un peligro.

Seguramente tenían razón, el tiempo lo diría.

Leyó el contrato que uno de los dos empleados le había entregado.

Todo estaba en regla. El minúsculo anticipo se invertiría en LENA, una sociedad de responsabilidad limitada que Andreas había abierto con sede legal en Panamá y cuya cuenta bancaria estaba en la misma ciudad.

Sobre cada libro vendido recibiría un porcentaje. La editorial se haría cargo del lanzamiento, la comercialización y la traducción a varios idiomas, en el caso de que otros países estuvieran interesados en publicarlo.

Firmaron el contrato y pidieron una botella de vino blanco. Cuando acabaron de beber, los dos empleados y Andreas se levantaron y se estrecharon la mano augurando un gran éxito para el libro.

Andreas se quedó en el bar.

Pidió otra bebida.

Siguió pensando en el libro y en la probabilidad de que se convirtiera en un superventas.

Pero, además de eso, en las posibilidades que tenía de convencer a la gente para que cambiara su relación con el móvil.

El mundo debía cambiar, se oía decir a menudo. Una metáfora para decir que los hombres y las mujeres tienen que cambiar.

Era bastante utópico pensar que una novela, la suya, podía producir ese efecto.

Andreas lo sabía bien.

La sociedad LENA de Panamá tenía dos socios titulares de todo el capital. Como ambos eran menores, Andreas había nombrado un tutor externo para que los representara hasta que alcanzasen la mayoría de edad.

Ni siquiera Julia lo sabía, sólo lo sabría si el libro se convertía en un éxito.

Una esperanza a la que Andreas dedicó un brindis solitario, y luego se bebió de un trago el contenido de su copa.

Agradecimientos

A Simona, por su amor, su aliento y sus consejos.

A Anna, mi niña.

A Hedda y Alberto por sus comentarios y su constante entusiasmo.

A Filippo y a su madre por habernos creído.

A los amigos de Londres, Corrado, Alessandra, Marco F., Patty y Geoff por sus valiosas sugerencias.

A Rainer, porque siempre me llama.

A Andrea por todos los años juntos.

A Adriana, Carlo, Valentina, Giorgio, Ivo, Markus G., Norman, Erminia, Paolo, Carolina, Adriana R., Marco B., Angelo, Nanni, Alberto, Serena y Giovanni por las críticas constructivas y su afecto.

A los amigos Roberto Bepo y Sara, porque hacen que nos sintamos menos lejos de casa.

A Silvia Kikki por sus valiosas sugerencias médicas.

A Gian Luca por acabar donde había empezado Filippo.

Y, para terminar, a Valeria Raimondi.

Gracias de todo corazón.

Nino Treusch

Nino Treusch nació en 1966 en Colonia, Alemania, y pasó parte de su infancia y adolescencia en Italia. Tras licenciarse en marketing, estuvo varios años en China. En 2002 vuelve a Múnich para incorporarse a una importante multinacional de telefonía móvil y desde entonces trabaja en este sector.

El conejo blanco es su primera novela, que ha sido traducida a varios idiomas con un gran éxito de crítica. Para la próxima novela, ni denuncias ni experiencias personales, se marcha a la Rumanía de Ceaucescu en clave de misterio, pero sin truculencia, en un relato para el que se encomendará a Saramago y Agatha Christie, sus dos mitos

***