Yo no sabía dónde mirar. No sabía que a Sam le disgustara que mi primo y mi tío abuelo viviesen conmigo, y lo cierto era que no tenía por qué dar su opinión.
Y Claude y Dermot no se estaban aprovechando de mí; también hacían la compra y se limpiaban lo suyo, con sumo cuidado. A veces, era verdad que la factura de la luz daba un estirón (y ya había hablado de ello con Claude), pero ninguna otra cosa había supuesto un gasto extraordinario para mí.
– De hecho -continuó Sam mientras los otros lo miraban con extrema dureza desde el silencio -, vivís con ella para aseguraros de que sea cada vez más hada, ¿verdad? Estáis reforzando esa parte suya. No sé cómo lo estáis haciendo, pero sé que es así. Mi pregunta es: ¿lo estáis haciendo por la calidez, la camaradería, o acaso tenéis un plan para Sookie? ¿Es alguna conspiración feérica secreta?
La última frase surgió más como un ominoso gruñido que como la voz de Sam.
– Claude es mi primo y Dermot es mi tío abuelo -dije como un resorte-. Ellos no intentarían… -Pero la frase se fue apagando en mi boca. Si había aprendido una cosa a lo largo de los últimos cinco años, era que nunca debía albergar presuposiciones estúpidas. La idea de que la familia no quiere hacerte daño es una presuposición estúpida de primera magnitud.
– Venid a ver el resto de club -sugirió Claude de repente. Antes de poder siquiera pensarlo, nos sacó del despacho de nuevo al pasillo. Abrió la puerta que daba a la zona pública y Sam y yo entramos.
Supongo que todos los clubs y los bares tienen el mismo aspecto: mesas, sillas, un intento de tema decorativo, una barra, un escenario con barras para strippers y una especie de cabina de sonido. En ese aspecto, el Hooligans no difería mucho de otros.
Pero todas las criaturas que se volvieron hacia la puerta cuando entramos…, todas eran hadas. Me di cuenta lenta pero inexorablemente a medida que las miraba a la cara. Por muy humanas que pareciesen (y todos podrían pasar por una), cada una presentaba un rasgo de una u otra línea de sangre feérica. Una preciosa mujer de pelo rojo como el fuego tenía trazos de elfo. Se había afilado los dientes. Un hombre alto y delgado era algo que nunca había visto antes.
– Bienvenida, hermana -dijo una rubia bajita que era algo. Ni siquiera estaba segura de su género-. ¿Has venido a unirte a nosotros?
No sabía qué decir.
– No lo había planeado -respondí. Di un paso atrás, de vuelta al pasillo, y dejé que la puerta volviese a cerrarse. Aferré el brazo de Claude-. ¿Qué demonios está pasando aquí? -Como no respondía, me volví a mi tío abuelo-. ¿Dermot?
– Sookie, queridísima nuestra -empezó a decir Dermot al cabo de un instante de silencio-. Esta noche, cuando volvamos a casa, te contaremos todo lo que quieras saber.
– ¿Y qué hay de él? -inquirí, señalando a Bellenos con la cabeza.
– El no vendrá con nosotros -dijo Claude-. Bellenos duerme aquí, es nuestro vigilante nocturno.
Sólo se tiene un vigilante nocturno cuando se teme una intrusión.
Más problemas.
Apenas era capaz de soportar la mera expectativa.
CAPÍTULO 03
Vale. He cometido estupideces en el pasado. No estupideces consistentes, sino ocasionales. Y he cometido errores, podéis apostar por ello.
Pero durante el viaje de regreso a Bon Temps, con mi mejor amigo al volante, dándome el silencio que necesitaba, medité concienzudamente. Noté un cosquilleo en la parte posterior de los ojos. Aparté la mirada y me froté la cara con un pañuelo del bolso. No quería que Sam me ofreciera sus simpatías.
Tras recomponerme, dije:
– He sido estúpida.
Para mérito suyo, se sorprendió.
– ¿En qué estás pensando? -preguntó. Pudo haber dicho: «¿Cuál de todas las veces?».
– ¿Crees que las personas pueden cambiar de verdad, Sam?
Se tomó un momento para ordenar sus pensamientos.
– Es una pregunta muy amplia, Sookie. La gente puede cambiar hasta cierto punto, claro que sí. Los adictos pueden ser lo bastante fuertes para dejar de consumir droga. La gente puede ir a terapia y aprender a controlar un comportamiento extremo. Pero eso es un sistema externo. Una técnica de gestión del orden impuesta sobre el equilibrio natural de las cosas, sobre lo que realmente es la persona: un adicto. ¿Tiene sentido?
Asentí.
– Así que, en general -prosiguió -, debería decir que no, que la gente no cambia, sino que puede aprender a comportarse de otra manera. Me gustaría creer lo contrario. Si tienes un argumento que me desdiga, estaría encantado de escucharlo. – Giramos por el camino privado, adentrándonos en el bosque.
– Los niños cambian a medida que crecen y se adaptan a la sociedad y a sus propias circunstancias – expliqué-. A veces de forma positiva, a veces de forma negativa. Y creo que si amas a alguien, te esfuerzas por suprimir las costumbres que puedan molestarle, ¿no? Pero esas costumbres o inclinaciones siguen estando ahí. Sam, tienes razón. Son otros casos de personas que imponen una reacción aprendida sobre la original.
Me miró con preocupación mientras aparcaba detrás de la casa.
– ¿Qué te pasa, Sookie?
Meneé la cabeza.
– Soy idiota – le dije. Era incapaz de mirarlo fijamente a la cara. Me arrastré fuera de la ranchera-. ¿Te vas a tomar lo que queda de día libre o te veré en el bar más tarde?
– Me tomaré el día. Escucha, ¿necesitas que me quede por aquí? No sé exactamente qué es lo que te preocupa, pero sabes que podemos hablar de ello. No tengo ni idea de lo que está pasando en el Hooligans, pero hasta que las hadas tengan ganas de contárnoslo…, estaré por aquí si me necesitas.
Era una oferta sincera, pero también sabía que quería irse a casa, llamar a Jannalynn, hacer planes para esa noche y darle el regalo que tanto se había molestado en comprarle.
– No es necesario -le respondí para tranquilizarlo, sonrisa incluida-. Tengo un millón de cosas que hacer antes de ir a trabajar, y mucho en lo que pensar. -Por decirlo suavemente.
– Gracias por acompañarme hasta Shreveport, Sookie -expresó Sam-. Pero creo que me equivoqué al intentar que tu familia te contase las cosas. Llámame si no aparecen esta noche. -Lo despedí con la mano mientras se metía de nuevo en la ranchera para volver por Hummingbird Road a su casa, detrás del Merlotte’s. Sam nunca se ausentaba del todo del trabajo, pero, por otra parte, era un trayecto muy corto el que tenía que hacer.
Ya estaba haciendo planes mientras abría la puerta trasera.
Tenía ganas de darme una ducha…, no, un baño. Era realmente maravilloso estar sola, que Claude y Dermot no estuviesen en casa. Estaba repleta de nuevas sospechas, pero ésa era una sensación ya demasiado familiar. Pensé en llamar a Amelia, mi amiga bruja que había vuelto a Nueva Orleans, a su casa reconstruida y trabajo restablecido, para pedirle consejo acerca de varios asuntos. Al final, no descolgué el teléfono. Tendría demasiadas cosas que explicar. La perspectiva ya me cansaba, y ésa no era la mejor manera de iniciar una conversación. Quizá un correo electrónico sería lo mejor. Podría meditar mejor las cosas.
Llené la bañera con aceites de baño y me metí en el agua caliente con mucho cuidado, apretando los dientes a medida que me iba sumergiendo. Los muslos aún me escocían un poco. Me depilé las piernas y las axilas. Acicalarme siempre me ayuda a sentirme mejor. Una vez fuera, y después de que los aceites me dejaran noqueada como un luchador de lucha libre, me pinté las uñas de los pies y me cepillé el pelo, aún maravillada por lo corto que se me había quedado. Pero al menos aún me pasaba de los omóplatos, me tranquilicé a mí misma.
Lustrosa y limpia, me puse la ropa de trabajo del Merlotte’s, lamentando cubrir mis recién pintadas uñas con calcetines y zapatillas. Intentaba no pensar, y lo cierto es que estaba haciendo un buen trabajo.
Me quedaba media hora hasta tener que salir al trabajo, así que encendí el televisor y pulsé el botón de mi grabadora de vídeo para ver el número del día anterior de Jeopardy [3]! Habíamos empezado a ponerlo en el bar todos los días, ya que los clientes se entretenían bastante intentando averiguar las respuestas. Jane Bodehouse, nuestra alcohólica más veterana, resultó ser toda una experta en cine, y Terry Bellefleur demostró ser un gran conocedor del mundo de los deportes. Yo solía acertar la mayor parte de las preguntas sobre escritores, ya que leo mucho, y Sam tenía buen ojo para la Historia estadounidense posterior a 1900. Yo no siempre me encontraba en el bar cuando daban el concurso, así que decidí grabar los programas cada día. Me encantaba el mundo feliz de Jeopardy!, sobre todo cuando daban sesión doble, como tocaba hoy. Cuando terminó el concurso, ya era hora de marcharse.