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Maggie le miró fijamente con ojos amplios y sobresaltados; trató de soltar su mano. Él simplemente la tiró más cerca.

– No tengas miedo de quien eres. Yo no lo tengo. Desde luego que investigué, no podía permitirme equivocarme. Sé que siempre te ha gustado la selva y los animales que viven en ella. Ves, realmente te conozco. Sé que clase de mujer eres.

Brandt se volvió, caminó una vez más, tomándola de la mano e incapaz de mirar sus ojos asustados. Mantuvo su mano firmemente en la suya. Se había enamorado de esta joven de corazón tierno sobre la que había leído tanto. Como un hombre que se ahogaba se había adherido a cada trozo de información que pudo descubrir sobre ella. Sus emociones ya estaban implicadas, y cada momento pasado en su compañía o simplemente observándola hacía que la red estuviera mas apretada alrededor de su corazón. Ella no le conocía, no era más que otro hombre que la había engañado, que la había traído a suelo extranjero y que intentaba seducirla para que lo aceptara. Él detestaba el miedo y la incertidumbre en sus ojos.

Maggie se mordió el labio inferior, una mordedura aguda para darse coraje y poder enfrentarse a él.

– ¿Por qué haces esto, Brandt? ¿Deliberadamente me mantienes en vilo?, Sé que me trajiste aquí, solo que no he entendido tu verdadero motivo. No tengo bastante dinero como para merecer la pena. No soy hermosa o famosa. ¿Por qué no me dices llanamente la verdad?

– He estado contándote la verdad, ya me has escuchado, -no había ninguna impaciencia en su voz. Él siguió andando, virando ligeramente a lo largo de un débil camino.

Maggie podía oír el rugido continuo de una gran masa de agua. Echó un vistazo atrás en la dirección por donde habían venido y sólo vio la selva, ningún camino o casa. Estaba bien pero perdida, dependiendo de Brandt para volver a su casa. Sus dedos estaban enredados con los suyos. Se dijo que no quería molestarse en luchar por el calor y la humedad, pero la verdad era que le gustaba el sentirle fuerte y protector a su lado.

– Te escucho -dijo ella, porque podía sentir la ola de calor que comenzaba en el fondo de su estómago, extendiéndose como un reguero de pólvora por su sangre-. Cuéntame algo sobre el cambio.

Algo pasaba dentro de ella. Algo que no entendía o no quería entender. Apretó los dedos alrededor de los suyos, conservando la única seguridad que tenía mientras su cuerpo explotaba en llamas. No lo miró, sino que miraba fijamente a los árboles delante de ellos, tratando de ignorar las sensaciones que la asaltaban.

– Déjame terminar la historia, Maggie. El ritual de promesa es una boda de clases. Dos corazones perdidos atados juntos como uno solo. La historia va que los felinos tienen nueve vidas. El macho renace recordando que vino antes. Y debe encontrar a su compañera. Ningún otro lo hará. Debe reconocerla y reclamarla antes del inicio del Han Vol Dan. Antes de que el cambio la alcance. El ritual de promesa ocurre cuando los dos viven en cercana proximidad y el macho reconoce a la hembra nacida de nuevo. O, si el alma es nueva, cuando el macho reconoce a su compañera en una temprana edad.

– ¿Cómo puede él hacer esto?

Sus ojos se movieron sobre ella otra vez. Malhumorado. Amenazador. Oscuro con algún misterio oculto.

– El aura de la mujer o el niño le llama, se fusiona con él. Los mayores pueden ver los dos colores combinarse. La niña fue reconocida y prometida en el ritual. Pero los cazadores furtivos querían su venganza. Habían estado rastreando a la pareja, tratando de encontrar su casa, queriendo librarse de ellos. Y pusieron una trampa muy inteligente.

Maggie podía sentir la aceleración de su corazón, del de él. Podía oír a ambos palpitando, recordando, reviviendo el terror. Su boca se secó y sacudió su cabeza.

– No me cuentes más. No quiero oírlo.

– Porque lo sabes. Estabas allí cuando ellos vinieron con sus armas y sus antorchas. Cuando tu padre despertó a tu madre, te envolvió en un fardo y te puso en sus brazos. Cuando él te besó por última vez y se dio la vuelta para luchar contra la muchedumbre, para contenerlos y dar a tu madre una posibilidad para salvarte. Recuerdas su cambio, el modo en que su piel se sentía contra tu piel. Y recuerdas los sollozos de tu madre mientras ella lloraba y corría contigo por el bosque lejos del pueblo que ya estaba siendo quemado.

Él levantó su mano, trayendo sus nudillos al calor de su boca.

– Lo recuerdo vividamente, cada detalle, Maggie, porque mi madre murió esa noche, también… oh, no enseguida, ella tardó meses antes de que su cuerpo físico se rindiera. -Él no podía fingir su tristeza. Era tan verdadera como la suya propia. Lo vio en sus ojos, y su corazón de poeta lloraba.

Recordó el espanto, la imágenes de pesadilla…, el leopardo saltando, gruñendo, una masa de dientes y garras cortando un camino mientras ellas corrían a una velocidad vertiginosa. Recordó a su madre estremecerse mientras un disparo reverberaba. Su madre corrió varias yardas, tambaleándose, recuperándose valientemente, y siguiendo. Maggie presionó una mano contra su boca. ¿Recuerdos? ¿Eran verdaderos? ¿Podría su madre haber traspasado la selva en plena noche, lejos de todo lo que ella conocía? ¿Lejos de su marido y de su gente? ¿Corriendo con una herida terrible que agotaba su vida?

Ella tragó con fuerza.

– Y ella me llevó a Jayne. Jayne Odesa.

– Una mujer muy rica que nunca había tenido niños y que siempre los había querido. Quien era amiga de tu madre y compartía sus preocupaciones por la selva tropical y las especies en vías de extinción. Quien no sabía nada sobre lo que tu madre era, sólo que ella la quería y haría todo lo que pudiera para mantenerte a salvo. Fue testigo de la muerte de tu madre y te llevó de vuelta a los Estados Unidos donde legalmente te adoptó.

CAPÍTULO 5

Maggie estaba de pie absolutamente inmóvil. Era una locura creer lo que Brandt Talbot decía, aún cuando sabía que era verdad. En realidad tenía recuerdos de aquella noche. Y Jayne Odesa hablaba a menudo de una amiga a quien había querido muchísimo y que había muerto violentamente, trágicamente. Una mujer llamada Lily Hanover. Las dos mujeres habían trabajado incansablemente para conservar la selva tropical y las especies en vías de extinción que vivían en ella. Salvar el medio ambiente había sido la causa que había unido a Jayne y a Lily. Pero Jayne nunca le había dicho que Lily era su madre.

Brandt cogió su barbilla.

– No te sientas triste, Maggie. Tus padres te amaron muchísimo y se quisieron el uno al otro. Pocas personas consiguen eso alguna vez en su vida.

– ¿Les conociste? -Su verde mirada se mantuvo fija, retándole a mentirle.

– Yo era un muchacho, pero les recuerdo, el modo en que siempre se tocaban y se sonreían el uno al otro. Eran realmente gente maravillosa que siempre pusieron en práctica lo que creían sin importar el peligro.

Maggie echó un vistazo hacia arriba, a los árboles, la vista clavada en varias ranas que se sentaban abiertamente sobre las hojas. Sus ojos eran enormes, permitiendo a los anfibios cazar de noche. Más arriba, adhiriéndose a las ramas de un árbol, estaba un pequeño tarsero [2] con sus redondos ojos brillantes fijos en ella. Parecía una peluda y abrazable criatura alienígena. Su madre y su padre habían visto a estas pequeñas criaturas tal como ella los veía, quizás incluso, habían estado de pie bajo este mismo árbol.

– Gracias por contarme sobre mis padres, Brandt. Entiendo mejor por qué Jayne tuvo miedo por mí de que viniera aquí al bosque. Solía hablar de ello todo el tiempo, se ofendía y hasta gritaba. Tenía muchas ganas de venir aquí, a la selva tropical, también a Sudamérica y a África. Me hice veterinaria, con la idea de que trabajaría en el hábitat natural de los animales para preservar a las especies raras.

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[2] Primate con grandes ojos, pies alargados y cuerpo pequeño. No es mas grande que la palma de la mano.