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«Y Thorne es uno de ellos», pensó Nicole.

– ¿Qué hay del novio o del marido? El bebé tiene que tener un padre por alguna parte -insistió la doctora Oliverio.

– No lo sé.

– Bueno, ya lo averiguaremos luego -dijo Nicole, tomando las riendas una vez más-. Ahora mismo vamos a concentrarnos únicamente en estabilizarlos a ella y al bebé.

La doctora Oliverio asintió.

– ¡Vamos! ¡Hay que monitorizar al bebé!

– Enseguida -respondió una enfermera.

– La presión sanguínea está cayendo, doctora -dijo otra enfermera.

– Maldita sea -el corazón de Nicole comenzó a latir con fuerza. No iba a perder a su paciente. «Vamos, Randi», dijo animándola en silencio. «¿Dónde está esa fuerza de los McCafferty? ¡Vamos, vamos!»-. ¿Dónde está el anestesista?

– Viene de camino.

– ¿Quién es?

– Brummel -la doctora Oliverio miró a Nicole-. Es un buen hombre. Vendrá.

– El monitor está preparado -dijo una enfermera justo cuando el doctor Brummel, un hombre delgado con gafas, empujó las puertas.

– ¿Qué tenemos? -preguntó al mirar a la paciente.

– Mujer. Inconsciente. A punto de dar a luz. Accidente de un único coche. No se conocen alergias, no tenemos historial médico, pero estamos comprobándolo -dijo Nicole-. Tiene fractura de cráneo y otras muchas, neumotorax, así que ya está entubada. Ha roto las membranas, el bebé está en camino y puede que tenga más daños abdominales.

– La presión sanguínea de la madre se está estabilizando -gritó una enfermera, pero Nicole no se relajó. No podía. La vida de Randi McCafferty aún no era algo seguro.

– No dejes de vigilarla. ¿Cómo está el bebé? -preguntó Nicole.

– Tenemos problemas. Hay sufrimiento fetal -dijo la doctora Oliverio al leer el resultado del monitor.

– Entonces hay que sacarlo.

– Estaré listo en un minuto -dijo el doctor Brummel desde detrás de su mascarilla mientras ajustaba el tubo respiratorio. Satisfecho, alzó la vista hacia Nicole-. Vamos.

– Tenemos un neonatólogo de guardia.

– Bien -Nicole comprobó las constantes de Randi una última vez-. La paciente se encuentra estable -miró al equipo y después a la doctora Oliverio. Ahora Randi McCafferty tendría que luchar una batalla por su vida. Al igual que el bebé-. Muy bien, doctores, los pacientes son todos suyos.

Thorne conducía como un loco. Slade lo había llamado unas tres horas antes para comunicarle que Randi había tenido un accidente de coche en Glacier Park, allí en Montana.

Cuando recibió la llamada, se encontraba en Denver, en una reunión de negocios en las oficinas de McCafferty Internacional y se había marchado repentinamente. Le dijo a su secretaria que se ocupara de todo y que reorganizara su agenda, después había agarrado una bolsa con ropa que siempre tenía guardada en un armario y había conducido hasta el aeródromo. En una hora ya estaba en el aire, volando en el jet de la compañía directamente hasta una pista de aterrizaje privada que tenían en el rancho. No se había molestado en ir a ver si estaban sus hermanos, sino que directamente había tomado las llaves de una camioneta que tenía preparada, había metido dentro la bolsa y se había puesto en marcha hacia el hospital St. James, donde Randi estaba luchando por su vida.

Pisó el acelerador, dobló una esquina demasiado deprisa y oyó los neumáticos chirriar a modo de protesta. No sabía lo que estaba pasando; la llamada de su hermano Slade se había cortado y más tarde el teléfono había aparecido como desconectado, ya que allí la cobertura no era de las mejores. Pero sí que entendió que la vida de Randi corría peligro y que el nombre de la doctora que la había atendido era Stevenson. Aparte de eso, no sabía nada más.

A ambos lados del coche iba dejando campos oscurecidos por la noche. Los limpiaparabrisas apartaban el aguanieve a medida que la mandíbula de Thorne se iba tensando más y más. ¿Qué demonios había sucedido? ¿Por qué estaba Randi en Montana si trabajaba en Seattle? ¿Qué había estado haciendo en Glacier Park? ¿Cómo de grave era su estado? ¿De verdad su vida corría peligro? Algo de lo que le había dicho Slade se le clavó en el cerebro. ¿No le había dicho su hermano algo sobre que Randi estaba embarazada? Imposible. No hacía ni seis meses que la había visto. Estaba soltera, ni siquiera tenía novio formal. ¿O sí? ¿Qué sabía en realidad sobre su hermanastra?

No mucho.

La culpabilidad lo invadió. «Deberías haber mantenido el contacto. Eres el mayor. Era tu responsabilidad. No fue culpa suya que su madre sedujera a tu padre hace veinticinco años y que rompiera el primer matrimonio de Randall. No fue culpa suya que tú estuvieras demasiado ocupado con tu propia vida».

Decenas de preguntas le ardían en la conciencia mientras veía las luces de la ciudad brillando en la distancia.

Muy pronto tendría las respuestas.

Si es que Randi sobrevivía.

Apretó con fuerza el volante y de pronto se vio rezando a un Dios del que, desde hacía mucho tiempo, pensaba que lo había ignorado.

Thorne McCafferty.

La última persona en la tierra con la que Nicole quería tratar. Pero, sin duda estaría allí. Mientras se quitaba los guantes, se obligó a animarse. Él no era más que otro familiar preocupado de una paciente. Nada más.

Sin embargo, a Nicole no le gustaba la idea de verlo otra vez. Había demasiadas heridas abiertas, demasiado dolor del que nunca había llegado a recuperarse, demasiadas emociones que había encerrado años atrás. Cuando se había mudado allí tras su divorcio, se había dado cuenta de que no podría evitar a Thorne para siempre. Grand Hope, a pesar de su reciente crecimiento, seguía siendo una ciudad pequeña y John Randall McCafferty había sido uno de sus ciudadanos más destacados. Sus hijos habían crecido allí.

Así que tendría que volver a ver a Thorne. Era cuestión de tiempo. Por desgracia, la situación, con su hermana debatiéndose entre la vida y la muerte, no era la mejor de las circunstancias.

Nicole se metió el estetoscopio en el bolsillo y se rodeó con los brazos. No sólo tendría que volver a ver a Thorne, sino también a los otros hermanos afligidos de Randi McCafferty, que había conocido mucho tiempo atrás, cuando había salido con su hermano mayor. Sin embargo, el tiempo que había pasado con Thorne había sido corto. Intenso e inolvidable, pero por fortuna, breve. Sus hermanos pequeños, que en aquel momento habían estado ensimismados en sus propias vidas, no se acordarían de ella.

«No te creas. Al tratarse de mujeres, los hombres McCafferty eran casi legendarios en sus conquistas. Conocían a todas las chicas de la ciudad».

Otra dolorosa herida abierta porque Nicole había tenido que enfrentarse al hecho de no haber sido más que otra de las conquistas de Thorne McCafferty, sólo otro agujero más en su cinturón. Una pobre chica tímida y estudiosa que, durante un breve tiempo en un verano, le había llamado la atención.

Una forma de pensar muy antigua, pero terriblemente cierta.

Por una ventana alta vio el movimiento de las grises nubes de tormenta que reflejaban sus propios pensamientos sombríos. Aunque sólo era octubre, la predicción del tiempo había estado anunciando nieve.

Llevaba todo el día en urgencias y casi había terminado su guardia cuando habían trasladado hasta allí a Randi McCafferty.

Le dolían los pies, sentía que la cabeza iba a estallarle y pensar en una ducha le parecía el paraíso: una ducha, una copa de Chardonnay frío, el crepitar del fuego en la chimenea y las gemelas acurrucadas con ella bajo el edredón en su mecedora favorita mientras les leía un cuento. No pudo evitar sonreír. «Luego», se recordó. Primero tenía un asunto importante que atender.

Randi, aún en recuperación, no estaba todavía fuera de peligro, y pasaría un tiempo hasta que lo estuviera. En estado comatoso y luchando por su vida, pasaría gran parte de la siguiente semana monitorizada en la UCI, donde vigilarían sus constantes vitales las veinticuatro horas del día.