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– Ya lo sé -asintió ella sin ofenderse-, pero recordárselo ahora me parece tan cruel… Quizás debería olvidarme de todo.

– Tienes que decírselo. Mi padre lo sabe y no guardará el secreto por mucho tiempo.

Verla tan desolada le rompió el corazón. Se inclinó sobre ella y la besó con ternura en los labios. Ella lo miró con gratitud y Matt pensó en ir un poco más lejos, pero Se contuvo. Annie pasaba por un momento de debilidad y no habría sido apropiado.

– Venga -le dijo-. Te llevaré hasta allí y entraré contigo.

– De acuerdo -contestó con un suspiro.

– ¿Qué quieres?

Josh se había alegrado de ver a Annie, pero al reconocer a Matt a su lado su expresión cambió por completo y se cuadró en la puerta sin dejarlos entrar.

– Necesito hablar contigo -dijo Annie con el corazón en un puño-. ¿Podemos pasar?

– Tú sí -repuso Josh-. Pero preferiría que él se quedase fuera.

Cathy apareció en la puerta tras él. Parecía horrorizada por la conducta de su marido.

– ¡Josh McLaughlin, no vas a dejar a nuestros invitados en la calle! -le dio un empujón para quitarlo de en medio y sonrió a los recién llegados-. Pasad, por favor.

Así lo hicieron. Emily salió corriendo y riendo hacia los brazos de Annie en cuanto la vio. Ésta la abrazó y la besó en la mejilla para después dejarla de nuevo en el suelo y mirar a Josh. Estaba muy serio.

– Por favor, sentaos -ofreció Cathy.

– Gracias, pero no nos quedaremos mucho tiempo. Sólo vengo a deciros algo importante. Me resulta muy difícil y me temo que os vais a enfadar conmigo. Y con todo el derecho del mundo.

Cathy la miró preocupada. Tomó a Emily en brazos y la llevó a su cuarto para que no estuviera presente.

– Josh y Cathy -comenzó ella con un gesto de súplica en sus manos-, he estado viniendo a vuestra casa con segundas intenciones.

– ¿Qué quieres decir? -exigió Josh.

– Yo…

No podía continuar. Tenía la boca seca. No sabía cómo hacer aquello. Miró a 'Matt. Parecía dispuesto a hablar por ella si Annie no lo hacía pronto. Así que se decidió a contarlo.

– Lo primero que quiero deciros es cuánto he disfrutado viniendo aquí y lo bien que me habéis acogido. Nunca soñé que fuerais a ser una pareja tan estupenda como sois. Os tengo en mucha estima. Y Emily… -las lágrimas le agarrotaron la garganta al nombrar a la niña.

– ¿Qué estás intentando contarnos, Annie?

– Nunca os dije que mi padre era de Chivaree y que pasé aquí parte de mi infancia. Nunca llegué a conocerlo de verdad, aunque lo vi algunas veces en el pueblo.

Tragó saliva y miró a Josh. Su expresión le decía que estaba empezando a alejarse de ella. Ya no veía cariño en sus ojos. Se preguntó si estaría imaginándose lo que iba a decirle.

– Mi madre trabajó en este rancho como interna. Y aquí… Aquí se enamoró de tu padre.

Josh refunfuñó y le volvió la espalda.

– Supongo que ya te imaginas el resto. Tu padre, Josh, era también el mío.

Josh miraba furioso a Matt.

– ¿Ha sido él quien te ha incitado a hacer esto?

– ¡No! Él no sabía nada de esto hasta hoy.

– Mira, esto no tiene nada que ver conmigo -explicó Matt-. Sólo he venido para apoyar a Annie y eso es lo único que me importa.

– Él me animó para que viniera a contártelo de una vez.

– Espera un segundo -dijo Josh incrédulo-. Todo esto es muy sospechoso. Llegas a la ciudad, empiezas a vivir con los Allman y ahora, de repente, vienes a reclamar el patrimonio de los McLaughlin.

– ¡No vengo a pedir nada! -exclamó horrorizada.

– ¿Cómo que no? ¡Claro que lo haces!

– ¡No!

– Entonces, ¿qué haces aquí?

Le faltaron las palabras para poder explicarle por qué estaba allí. No sabía cómo decirle lo sola que se sentía, lo necesitada de familia que estaba.

– Josh, no he venido aquí para conseguir nada de ti. No tengo nada contra ti. En todo caso podría tener queja de tu padre, si aún viviera. Pero no es así. Ni tú tienes la culpa de lo que pasó ni yo tampoco.

– Mira, ella sólo ha venido a decírtelo, nada más. Si tienes dudas podemos hacer un análisis de ADN enseguida y en una semana sabrás los resultados.

– ¿Por qué iba a confiar en los resultados de un test que hagas tú? -le dijo Josh con desprecio.

– Perfecto. Llama a quien quieras. Además, espero que Annie esté equivocada y no sea una McLaughlin. Porque no necesita que cuidéis de ella, nosotros lo haremos.

– Si ella es de verdad una McLaughlin, seremos nosotros quienes cuidemos de ella.

Annie se colocó entre los dos, furiosa con ellos.

– No necesito que nadie cuide de mí. ¡Me basto yo sólita, gracias!

– ¡Annie! -dijeron ambos hombres a la vez.

– Matt, gracias por tu apoyo -explicó Annie mirándolo-. Pero creo que el hecho de que estés aquí está complicando el asunto. Espera fuera un minuto, por favor.

– Muy bien -dijo cuando se dio cuenta de que Annie tenía razón-. Estaré en el porche. Llámame si necesitas algo.

– Lo haré.

Matt salió al porche refunfuñando e intentando recobrar la calma. No sabía qué pasaba con los McLaughlin que siempre acababan sacándolo de quicio. Miró a su alrededor. Era la primera vez que estaba en su rancho. Había vivido en Chivaree casi toda su vida y nunca había visitado el mayor rancho de la ciudad.

Parecía que lo que decían en el pueblo era verdad. Josh estaba haciendo un buen trabajo intentando dar nueva vida al sitio. El viejo William McLaughlin no había sido muy bueno gestionándolo. Se le daba bien ir a Nueva York y salir con bailarinas, pero el rancho no era su fuerte.

Vio moverse algo en la ventana y se giró. Una carita rodeada de rizos rojizos lo miraba desde allí. Había visto a la niña al entrar, pero Cathy la había sacado de allí de inmediato: Ahora le sonreía desde la ventana.

Era un encanto de criatura. Le devolvió la sonrisa y ella le sacó la lengua. Matt hizo entonces una mueca monstruosa que provocó que la pequeña riera con ganas.

Era preciosa. Imposible no enamorarse de ella de inmediato. No pudo evitar pensar en su propio hijo y en dónde estaría.

Pero entonces salió Annie por la puerta y corrió hacia el coche.

– Vámonos -le dijo.

Matt fue tras ella y la ayudó a entrar en el coche. Luego se sentó frente al volante y en pocos segundos estaban de vuelta en la autopista.

– Has estado llorando -le dijo tras mirarla de reojo-. No te habrá hecho nada, ¿verdad?

– Claro que no. Son las hormonas de nuevo. Te juro que en cuanto nazca el bebé no volveré a llorar.

– Cariño -dijo riendo-, me temo que, por lo que he oído, criar a un hijo implica muchas lágrimas.

Annie decidió no recordarle que no iba a criar a ese hijo. Porque ya no estaba segura de ello.

– ¿Qué ha pasado? ¿Conseguiste que ese imbécil se calmara y te escuchara?

Ella lo miró con media sonrisa,

– Cuidado con lo que dices. Recuerda que estás hablando de mi hermanastro. Aunque no sé si llegará a admitirlo. Pero supongo que no importa. Le he dicho lo que tenía que decirle. Si quiere tener algún tipo de relación conmigo, eso es cosa suya. Yo ya he hecho mi parte y no me voy a preocupar más por ello.

Claro que era más fácil decirlo que hacerlo. No le apetecía ver a nadie más en aquel momento, así que se alegró de que Matt sugiriera llevarla a cenar a un asador que había lejos de allí, donde no se encontrarían a nadie conocido. Disfrutaron de una deliciosa cena y un exquisito postre. Matt se encargó de distraerla contándole travesuras e historias sobre su infancia. Annie se rió como hacía mucho tiempo que no lo hacía.

Era ya tarde cuando volvieron. Cuando llegaron a la casa de los Allman, Matt aparcó el coche en uno de los laterales, bajo los árboles. Apagó, el motor y se giró a mirar a Annie en vez de salir del coche.