– ¡An-dre-aaa, cierra la puerta! ¡Necesito tranquilidad! -dijo.
Supongo que encontrarse encima de la mesa una comida de gourmet que en aquel momento no le apetecía había sido un momento muy estresante para ella. Emily acababa de regresar con una Diet Coke y un paquete de pasas para mí. Se suponía que ese era mi almuerzo, que por supuesto no contenía ni una sola caloría, ni solo gramo de grasa, ni un solo grano de azúcar. Al oír a Miranda arrojó las cosas sobre su mesa y corrió a cerrar las puertas del despacho.
– ¿Qué ha ocurrido? -susurró al verme con la bandeja intacta en las manos.
– Oh, por lo visto nuestra encantadora jefa ya ha comido -dije entre dientes-. Y acaba de echarme la bronca por no haberlo previsto, por no haberlo adivinado, por no ser capaz de ver el interior de su estómago y comprender que no tenía más hambre.
– Me estás tomando el pelo -repuso Emily-. ¿Te ha gritado porque fuiste a buscarle el almuerzo, tal como había pedido, y luego no supiste que ya había comido? ¡Qué hija de puta!
Asentí con la cabeza. Era todo un fenómeno que Emily se pusiera, por una vez, de mi parte, que no me sermoneara sobre Lo Mal Que Lo Hacía Todo. ¡Un momento! Demasiado bueno para ser verdad. Como el sol que desaparece del cielo dejando vetas rosadas y azules donde minutos antes irradiaba su luz, su cara pasó de la rabia a la contrición. ¡El Giro Paranoico de Runway!
– Recuerda lo que hablamos, Andrea. -Ya viene, ya viene. GPR, doce en punto-. Miranda no pretende ofenderte, simplemente es demasiado importante para que la molesten con detalles. Así que no te hagas mala sangre. Tira la comida y sigamos con lo nuestro.
Me miró con determinación y se sentó delante de su ordenador. Entonces supe que Emily se estaba preguntando si Miranda tenía micrófonos ocultos en nuestra oficina y lo había oído todo. Estaba roja, nerviosa y visiblemente irritada consigo misma por su falta de autodominio. Yo ignoraba cómo había sobrevivido todo ese tiempo.
Llevé la bandeja a la cocina y la incliné sobre el cubo de la basura para que cada artículo, toda esa comida preparada y sazonada a la perfección, el plato de porcelana, la salsera, la sal, la servilleta, el tenedor, el cuchillo y el vaso Baccarat, cayeran directamente en él. A la basura. Todo a la basura. ¿Qué importaba? Ya conseguiría otro juego al día siguiente o cuando Miranda volviera a tener hambre y pidiera otro almuerzo.
Cuando llegué a Drinkland, Alex parecía molesto y Lily destrozada. Enseguida me pregunté si Alex sabía que ese día me había propuesto una cita un tipo no solo famoso y mayor que él, sino de lo más pedante. ¿Podía intuirlo? ¿Presentirlo? ¿Debía contárselo? No, no tenía sentido contarle algo tan insignificante. No podía decirse que estuviera interesada por otro tío ni que fuera a hacer algo con él. Así pues, de nada serviría mencionarle mi conversación con el escritor.
– Hola, chica moderna -me saludó Lily arrastrando las palabras y alzando su gin-tonic. La bebida le salpicó el jersey pero no pareció notarlo-. ¿O debería decir futura compañera de piso? Pide algo. ¡Tenemos que brindar! -En realidad dijo «ruindá».
Besé a Alex y me senté a su lado.
– ¡Estás impresionante! -exclamó admirando mi conjunto Prada-. ¿Desde cuándo vistes así?
– Oh, desde hoy. Alguien me explicó que si no mejoraba mi aspecto podía perder el empleo. Fue bastante humillante, pero he de reconocer que si tengo que vestirme cada día esta ropa no está tan mal. Por cierto, chicos, siento mucho llegar tarde. Esta noche el Libro se ha retrasado mucho, y cuando fui a dejarlo Miranda me envió a comprar albahaca.
– ¿No decías que tenía cocinero? -preguntó Alex-. ¿Por qué no fue él?
– Es cierto, tiene cocinero. Y criada y niñera y dos hijas, de modo que ignoro por qué me envió a mí. Pero lo que más me molestó fue que la Quinta Avenida no tiene tiendas de ultramarinos, y tampoco Madison y Park, así que tuve que ir hasta Lex. Como era de esperar, no tenían albahaca, por lo que tuve que caminar nueve manzanas hasta dar con un D'Agostino's abierto. Tardé cuarenta y cinco minutos. Debería comprarme un especiero y viajar con él a todas partes, aunque debo deciros que fueron cuarenta y cinco minutos muy valiosos. Pensad en lo mucho que he aprendido buscando esa albahaca, en lo mucho mejor preparada que estoy ahora para mi futuro en el mundo editorial. ¡Voy camino de convertirme en una gran redactora! -Esbocé una sonrisa triunfal.
– ¡Por tu futuro! -exclamó Lily sin detectar el más mínimo sarcasmo en mi diatriba.
– Está muy pasada -me susurró Alex mientras miraba a Lily como quien mira a un pariente enfermo en una cama de hospital-. Llegué a la hora convenida con Max, que ya se ha ido, pero creo que ella llevaba aquí un buen rato. Eso o bebe a una velocidad de vértigo.
Lily siempre había sido una bebedora destacada, lo cual no era de extrañar porque destacaba en todo. Fue la primera que fumó hierba en el bachillerato, la primera que perdió la virginidad en el instituto y la primera que se tiró de un paracaídas en el college. Amaba a todo aquel y todo aquello que no le hacía el menor bien, siempre y cuando la hiciera sentirse viva. «No entiendo cómo puedes acostarte con él si sabes que no va a romper con su novia», le había dicho un día acerca de un tipo con el que se veía a escondidas en nuestro último año de bachiller. «No entiendo cómo puedes portarte siempre bien -me replicó-. ¿Qué tiene de divertido tu vida perfectamente planificada y reglamentada? ¡Vive un poco, Andy! ¡Siente! ¡Es bueno estar viva!»
Tal vez últimamente bebiera un poco más de la cuenta, pero yo sabía lo estresante que estaba siendo para ella su primer año de universidad y sabía que sus profesores de Columbia eran más exigentes y menos comprensivos que los de Brown. Quizá no fuera una mala idea, pensé mientras hacía señas a la camarera. Quizá beber fuera la mejor forma de afrontar las dificultades. Pedí un Sprite con Stolichnaya, le di un largo trago y sentí náuseas, pues aún no había comido nada salvo las pasas y la Diet Coke.
– Estoy segura de que las dos últimas semanas en la universidad han sido muy duras para ella -comenté a Alex como si Lily no estuviera presente.
Lily no se había percatado de que estábamos hablando de ella porque estaba lanzando miradas seductoras a un ejecutivo sentado en la barra. Alex me rodeó con un brazo y me acurruqué con él en el sofá. Me producía un gran placer sentirlo de nuevo cerca. Tenía la impresión de que habían pasado semanas desde la última vez.
– Detesto ser un aguafiestas, pero tengo que irme a casa -anunció mientras me ponía un mechón detrás de la oreja-. ¿Podrás con ella?
– ¿Tienes que irte? ¿Tan pronto?
– ¿Tan pronto? Andy, llevo aquí dos horas viendo beber a tu mejor amiga. Había venido para verte a ti, pero no estabas. Ahora son casi las doce y tengo que corregir unas redacciones.
Lo dijo con calma, pero noté que estaba enfadado.
– Lo sé y lo siento, de veras que lo siento. Sabes que habría venido antes si hubiese dependido de mí. Sabes que…
– Lo sé. No estoy diciendo que hayas hecho algo malo o que podrías haber obrado de otra forma. Te comprendo, pero trata de comprenderme tú a mí, ¿de acuerdo?
Asentí con la cabeza y le di un beso, pero me sentía fatal. Me juré que le compensaría, que elegiría una noche y planearía algo especial para los dos. Lo cierto era que Alex me aguantaba muchas cosas.
– Entonces ¿no vienes a dormir conmigo? -pregunté esperanzada.
– No, a menos que necesites ayuda con Lily. Tengo que irme a casa para corregir esas redacciones. -Me abrazó, besó a Lily en la mejilla y caminó hasta la puerta-. Llámame si me necesitas -añadió antes de salir.