– Para comprender la historia -dijo Chacko-, debemos entrar y escuchar lo que dicen. Y mirar los libros y los cuadros que hay en las paredes. Y oler los olores.
A Estha y Rahel no les cupo la menor duda de que la casa a la que se refería Chacko era la del otro lado del río, en medio de la plantación de caucho abandonada, donde nunca habían estado. La casa de Kari Saipu. El sahib negro. El inglés que «vivía como los nativos». Que hablaba malayalam y usaba mundus. El Kurtz [6] de Ayemenem. Para quien Ayemenem era su «corazón de las tinieblas» particular. Diez años atrás se había suicidado de un tiro en la cabeza cuando los padres de su joven amante le quitaron al muchacho y lo mandaron a la escuela. Después del suicidio la propiedad se convirtió en motivo de un prolongado litigio entre el cocinero y el secretario de Kari Saipu. La casa llevaba muchos años vacía. Muy poca gente la había visto por dentro. Pero los gemelos se imaginaban cómo era.
La Casa de la Historia.
Con frescos suelos de piedra, paredes oscuras y sombras en forma de barco con las velas hinchadas. Detrás de los viejos cuadros vivían lagartijas regordetas y translúcidas, y unos antepasados cerúleos y quebradizos, con las uñas de los pies duras y un aliento que olía a mapas amarillentos, hablaban de cosas entrañables con voces bajas y sibilantes que recordaban el crujido del papel.
– Pero no podemos entrar -les explicó Chacko-, porque han cerrado con llave y nos han dejado fuera. Y cuando miramos por las ventanas, no vemos más que sombras. Y cuando intentamos escuchar, no oímos más que susurros. Y no podemos entender los susurros porque nuestras cabezas han sido invadidas por una guerra. Una guerra que hemos ganado y hemos perdido a la vez. La peor clase de guerra. Una guerra que captura los sueños y los vuelve a soñar. Una guerra que nos ha hecho adorar a nuestros conquistadores y despreciarnos.
– Casarnos con nuestros conquistadores sería más exacto -dijo Ammu con sequedad, refiriéndose a Margaret Kochamma. Chacko no le hizo caso. Hizo que los gemelos buscaran despreciar en el diccionario. Decía: Desestimar y tener en poco; desairar o desdeñar.
Chacko dijo que en el contexto de la guerra de la que hablaba -la Guerra de los Sueños- despreciar quería decir todas esas cosas.
– Somos Prisioneros de Guerra -dijo Chacko-. Nuestros sueños han sido adulterados. No pertenecemos a ningún sitio. Navegamos a la deriva por mares agitados. Puede que no nos dejen desembarcar nunca. Nuestras penas no serán nunca lo bastante tristes. Nuestras alegrías, nunca lo bastante alegres. Nuestros sueños, nunca lo bastante grandes. Nuestras vidas, nunca lo bastante relevantes. Para ser importantes.
Entonces, para que Estha y Rahel tuvieran un sentido de la perspectiva histórica (aunque perspectiva fue justamente lo que le faltaría, y mucho, a Chacko, durante las semanas siguientes), les habló de la Señora Tierra. Les dijo que imaginaran que la Tierra -que tenía cuatro mil seiscientos millones de años- era una mujer de cuarenta y seis años, tan mayor, dijo, como la señorita Aleyamma, que les daba clases de malayalam. A la Señora Tierra le había llevado toda su vida convertirse en lo que era. Separar los océanos. Levantar las montañas. La Señora Tierra tenía once años, dijo Chacko, cuando aparecieron los primeros organismos unicelulares. Los primeros animales, criaturas como los gusanos y las medusas, no aparecieron hasta que tenía cuarenta años. Ya tenía más de cuarenta y cinco (de eso hacía apenas ocho meses) cuando los dinosaurios empezaron a deambular por su superficie.
– Toda la civilización humana, tal y como la conocemos -les dijo Chacko a los gemelos-, comenzó hace apenas dos horas en la vida de la Señora Tierra. El mismo tiempo que nos lleva ir en coche de Ayemenem a Cochín.
Chacko dijo que era algo sobrecogedor y una lección de humildad (humildad era una palabra preciosa, pensó Raheclass="underline" Ir con humildad por el mundo sin ninguna preocupación) pensar que toda la historia contemporánea, las Guerras Mundiales, la Guerra de los Sueños, el hombre en la Luna, la ciencia, la literatura, la filosofía, la búsqueda de conocimientos, no fueran más que un leve pestañeo de los ojos de la Señora Tierra.
– Y, por lo que respecta a nosotros, queridos míos, todo lo que somos o lo que podamos llegar a ser no será nunca más que un destello en los ojos de la Señora Tierra dijo Chacko en tono grandilocuente, tumbado en la cama y con la mirada clavada en el techo.
Cuando Chacko estaba en aquella especie de trance, utilizaba el tono de Leer en Voz Alta. En su habitación se hacía un ambiente como de iglesia. No le importaba que le escucharan o no. Y, si alguien le escuchaba, no le importaba que comprendiera lo que decía o no. Ammu denominaba aquellos trances sus «Estados de Ánimo Oxonienses».
Más adelante, a la luz de lo que sucedió, destello resultó ser una palabra totalmente inapropiada para describir la expresión de los ojos de la Señora Tierra. Porque destello es una palabra con bordes ondulados y alegres.
Aunque la Señora Tierra impresionó durante mucho tiempo a los gemelos, lo que realmente los fascinó fue la Casa de la Historia, que era algo que estaba mucho más a mano. Pensaban a menudo en ella. La casa al otro lado del río.
Que se levantaba vaga y levemente ominosa en el Corazón de las Tinieblas.
Una casa en la que no podían entrar, llena de susurros que no podían comprender.
Lo que entonces no sabían era que pronto entrarían en ella. Que cruzarían el río y estarían donde se suponía que no debían estar, con un hombre al que se suponía que no debían querer. Que observarían todo con unos ojos como platos mientras la historia se iba desvelando ante ellos en la galería trasera.
Mientras otros chicos de su edad aprendían otras cosas, Estha y Rahel aprendieron cómo la historia negocia sus condiciones y ajusta las cuentas a aquellos que violan sus leyes. Oyeron su ruido sordo y nauseabundo. Olieron su olor y nunca lo olvidaron.
El olor de la historia.
Como el de las rosas marchitas traído por la brisa.
Un olor que desde entonces acecharía para siempre en las cosas comunes. En los percheros. En los tomates. En el alquitrán de las carreteras. En ciertos colores. En los platos de un restaurante. En la ausencia de palabras. Y en los ojos de mirada vacía.
Crecerían tratando de encontrar maneras de convivir con lo que había sucedido. Intentarían convencerse de que, considerado en términos del tiempo geológico, no había sido más que un hecho insignificante. Apenas un pestañeo de los ojos de la Señora Tierra. Que habían sucedido Cosas Peores. Que seguían sucediendo Cosas Peores. Pero no encontrarían ningún consuelo al pensarlo.
Chacko dijo que ir a ver Sonrisas y lágrimas era una manifestación de anglofilia muy intensa.
Ammu dijo:
– ¡Por favor! Todo el mundo va a ver Sonrisas y lágrimas. Es un Éxito Cinematográfico Mundial.
– A pesar de todo, querida mía -dijo Chacko en el tono de Leer en Voz Alta-. A pesar de todo.