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Él había sido piedra. Y le habían encontrado al fondo de un lago vaciado por un gran terremoto. Estaba unido a una silla de piedra y tenía los codos sobre un trozo de piedra. Estaba sentado en la silla de piedra e inclinado hacia adelante. Pesaba tanto que fue necesaria la ayuda de todos los varones de dos aldeas para levantarle del lodo y arrastrarle sobre rodillos hasta la mayor de las aldeas. Allí le habían asentado en el trono de granito preparado para él desde hacía varias generaciones.

Ulises preguntó a Awina sobre el trono. ¿Quién lo había preparado? No había visto nada que indicara que los wufeas tallasen piedra.

El trono lo habían encontrado entre las ruinas de una poderosa ciudad de los Ancianos, según Awina. Se mostró muy vaga respecto a la identidad de los ancianos o al emplazamiento de la ciudad. Quedaba situada hacia el sur. En aquellos tiempos, veinte generaciones atrás, los wufeas vivían varias jornadas más al sur. Había allí una llanura, y miles de piezas de caza vagando por ella. Luego se había alzado Wurutana en el mismo lugar de las villas y la ciudad de los Ancianos, y los wufeas se habían visto obligados a huir hacia el norte ante la amenaza de Wurutana. Y también habrían tenido que continuar huyendo si Wuwisono no hubiese sido alcanzado por el rayo y dejado de ser piedra para hacerse carne.

El rayo le había alcanzado al parecer durante la tormenta que se produjo cuando atacaron los Wuagarondites. Había incendiado también el templo. Los otros incendios habían sido obra de los atacantes.

Aquella noche Ulises salió de su nueva residencia del templo. Contempló el cielo y se preguntó si estaría en la Tierra. No podía ser otro sitio. Pero, si era la Tierra, ¿en qué año estaba?

Las estrellas formaban constelaciones extrañas y la luna parecía mayor, como si estuviese más cerca de la Tierra. No era además el cuerpo plateado y desnudo que conocía de 1985. Era azul y verde y la recorrían masas blancas. De hecho se parecía mucho a la Tierra vista desde un satélite. De ser la luna, había sido sin duda terriformada. Sus rocas habían sido tratadas de modo que proporcionasen aire, formasen tierra y produjesen agua. Se había especulado sobre la posibilidad de terrificar la luna, pero las posibilidades de iniciar siquiera el proceso no llegarían hasta varios siglos después.

Si había una cosa de la que estuviese seguro, aparte de la certeza de estar vivo, era de que habían pasado mucho más de unos cuantos siglos, o de unos cuantos milenios, desde 1985.

Por una parte, para que un ser humanoide evolucionase a partir de los felinos habrían de pasar millones de años. De hecho, teóricamente, tal evolución era imposible. Los felinos de su época estaban demasiado especializados para, poder convertirse en aquellas criaturas. Constituían un callejón sin salida.

Cabía, sin embargo, la posibilidad de que los wufeas no descendiesen de felinos. La apariencia de gatos siameses podía ser engañosa. Quizás descendiesen de algún otro género. Seres racionales bípedos podían evolucionar de mapaches. Ellos estaban lo bastante generalizados. Pero, ¿podían descender seres racionales bípedos de manos humanas de los gatos de su época?

Quizás los wufeas gatunos y los seres mapaches (pero también gatunos), los wuagarondites, descendiesen de un mapache o quizás un primate, un lémur por ejemplo. No parecía probable, considerando los ojos. De hecho, parecía imposible. ¿Y por qué habían conservado los rabos? Que él supiese no tenían ninguna función útil. La evolución había eliminado los rabos de los grandes monos en los homínidos. ¿Por qué no había hecho igual con aquellas criaturas?

Había, además,, otra vida animal a considerar. Había caballos, una versión más pequeña de los caballos de su época, que recorrían las llanuras hacia el sur. Otra especie, o variedad, vivía en el bosque. Proporcionaban alimento a los wufeas, que no habían pensado aún en cabalgarlos. Los caballos tenían las mismas características que los de su época. Pero había un animal de rostro delicado y cuello jirafesco que se alimentaba de las hojas de los árboles. Él habría jurado que aquel animal había evolucionado del caballo.

Había una ardilla voladora, aunque no existía la especie de su época; ésta tenía alas como un murciélago y volaba como los murciélagos. Pero era un roedor, y debía de haber evolucionado de la especie normal.

Había también un ave, de más de tres metros de altura y patas gruesas, que daba la sensación de descender del pequeño correcaminos.

Y había otros animales cuya existencia significaba varios millones de años de evolución a partir de la forma que él había conocido.

Awina había mostrado curiosidad por saber de su vida antes de convertirse en piedra. Él juzgó oportuno hablar muy poco al respecto hasta descubrir qué suponía ella que había sido su vida. Ella le explicó las escasas leyendas religiosas que había sobre Wuwiso. En esencia él era uno de los antiguos dioses, el único que había sobrevivido a una batalla aterradora entre ellos y Wurutana, El Gran Devorador. Wurutana había triunfado y los otros dioses habían sido destruidos. Todos salvo Wuwiso. Este había logrado escapar, pero para engañar a su enemigo, que le perseguía, se había convertido en piedra. Wurutana no había podido destruir al dios de piedra, pero le había enterrado bajo una montaña para que nadie pudiera encontrarle. Luego Wurutana había empezado a crecer para cubrir la Tierra.

Entre tanto, Wuwiso yacía en el corazón de la montaña, insensible, ignorante, tranquilo. Y Wurutana estaba muy contento de que así fuese. Pero ni siquiera Wurutana era superior al más grande de todos los dioses, Tiempo. Tiempo barrió la montaña y más tarde un río llevó al dios de piedra hasta el fondo de un cañón y le depositó allí en el lecho de un profundo lago, y los wufeas encontraron al dios de piedra, tal como estaba profetizado. Y los wufeas llevaban varias generaciones esperando, esperando el rayo profetizado que había de volverle a la vida. Y, por fin, en la hora de mayor peligro, tal como estaba previsto, la tormenta había cubierto la tierra y el rayo liberado a Wuwiso de las ataduras de la piedra.

Ulises no dudaba que había ciertos elementos de verdad en aquel mito.

En 1985 (¿cuántas eras atrás?) él trabajaba como biofísico en el Proyecto Niobe. Estaba a punto de conseguir su doctorado en la cercana Universidad de Syracusa. El objetivo del proyecto era el desarrollo de un «congelador de materia», como decían los que trabajaban en él. El instrumento podía paralizar todo el movimiento atómico de un fragmento de materia por tiempo indeterminado. Las moléculas, los átomos y las partes que formaban los átomos (protones, neutrones, etc.) dejaban de moverse. Una bacteria sometida al complejo energético que irradiaba el congelador se convertía en una estatua microscópica. Quedaba como si fuese de piedra, pero de una piedra indestructible. Nada, ni ácidos ni explosivos, ni radiaciones atómicas ni grandes temperaturas, podía destruirla.

El instrumento tenía grandes posibilidades como agente preservador y como «rayo de muerte», o como «rayo de vida», si se prefería tal término. Pero hasta el momento resultaba inviable por su corto alcance y porque exigía cantidades enormes de energía. Además, no existía siquiera idea de cómo podía «despetrificarse» la materia «petrificada»

Habían sido petrificados una bacteria, un huevo de erizo marino, una lombriz de tierra y una rata. La mañana que Ulises cayó en su largo sueño, trabajaba en un experimento en el que iba a ser petrificada una cobaya. Si el experimento tenía éxito el paso siguiente sería petrificar un poney.