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Don Juan me estudió con una mezcla de regocijo y tristeza. Yo hacía todo lo posible por mantener bajo control la extraña agitación que sentía. Sentía que algo de terrible importancia para mí estaba perdido en mi memoria o como hubiera dicho don Juan, en algunas emanaciones sin usar que alguna vez fueron alineadas.

Mi lucha por mantener la calma resultó ser el acto equivocado. Las rodillas se me aflojaron y sentí espasmos nerviosos a lo largo de mi sección media. Murmuré, incapaz de formular mi pregunta. Tuve que tragar con fuerza y respirar profundamente antes de recuperar la calma.

– Cuando llegamos a sentarnos aquí para platicar, dije que ninguna suposición racional debe interferir con las acciones de un vidente -prosiguió con un tono duro-. Sabía que para recordar lo que has hecho, tendrías que arreglártelas sin la racionalidad, pero tendrías que hacerlo en el nivel de conocimiento en el que estás ahorita.

Explicó que yo tenía que comprender que la racionalidad es una condición del alineamiento, el resultado de la posición del punto de encaje. Recalcó que tenía que entender ésto estando en un estado de gran vulnerabilidad, como ocurría en aquel momento. Era inútil entenderlo cuando mi punto de encaje hubiera alcanzado la posición en la que no hay dudas, porque comprensiones de esa naturaleza son trivialidades en esa posición. Resultaba igualmente inútil entenderlo en un estado de conciencia normal; en un estado así, ese tipo de comprensiones eran explosiones emocionales que tienen validez sólo mientras dura la emoción.

– He dicho que ese día recorriste una gran distancia -agregó con calma-. Y lo dije porque lo sé. Yo estaba ahí, ¿recuerdas?

El nerviosismo y la ansiedad me hacían sudar profusamente.

– Viajaste porque despertaste en una posición de ensueño lejana -prosiguió-. Cuando Genaro te jaló ese día, desde esta misma banca y te hizo cruzar la plaza, arregló todo para que tu punto de encaje se moviera del sitio de la conciencia normal hasta la posición en la que aparece el cuerpo de ensueño. En un abrir y cerrar de ojos, tu cuerpo de ensueño voló una increíble distancia. Y sin embargo la gran distancia no es lo importante; la posición de ensueño lo es. Si tiene la suficiente fuerza para atraerte, puedes ir hasta los confines de este mundo o más allá, al igual que los antiguos videntes. Muchos de ellos desaparecieron de este mundo porque despertaron en una posición de ensueño más allá de los límites de lo conocido. Aquel día tu posición de ensueño estaba en este mundo, pero a bastante distancia de la ciudad de Oaxaca.

– ¿Cómo se lleva a cabo un viaje así? -pregunté.

– No hay manera de saber cómo ocurre -dijo-. Una fuerte emoción, o un intento inflexible, o un gran interés sirven como guía; después el punto de encaje queda poderosamente fijo en la posición de ensueño, durante suficiente tiempo para arrastrar hasta allí a todas las emanaciones interiores del capullo.

Don Juan dijo que, a lo largo de nuestros años de asociación me hizo ver incontables veces, ya fuera en estados de conciencia normal o en estados de conciencia acrecentada; y las incontables cosas que yo vi comenzaban ahora a cobrar más coherencia. Esta coherencia no era ni lógica ni racional pero sin embargo, de alguna manera extraña, aclaraba todo lo que yo había hecho, todo lo que me habían hecho, y todo lo que había visto en esos años a su lado. Dijo que ahora necesitaba una última clarificación: la coherente pero irracional realización de que todo lo que hemos aprendido a percibir en el mundo está inextricablemente ligado a la posición en que se localiza el punto de encaje. Si el punto de encaje se mueve de esa posición, el mundo deja de ser lo que es para nosotros.

Don Juan declaró que un desplazamiento del punto de encaje más allá de la línea media del capullo del hombre hace que el mundo que percibimos y conocemos desaparezca. de vista en un instante, como si lo hubieran borrado, porque la estabilidad, la sustancialidad que parece pertenecer a nuestro mundo perceptible es simplemente la fuerza del alineamiento. Ciertas emanaciones se alinean rutinariamente debido a la fijeza del punto de encaje en un sitio específico; eso es todo lo que es nuestro mundo.

– La solidez del mundo no es el espejismo -prosiguió-, el espejismo es la fijeza del punto de encaje en cualquier sitio. Cuando los videntes mueven sus puntos de encaje no confrontan una ilusión, enfrontan otro mundo; ese mundo nuevo es tan real como el que ahora contemplamos, pero la nueva fijeza de sus puntos de encaje en el nuevo sitio, que produce ese nuevo mundo, es un espejismo en igual medida en que lo es la fijeza en el sitio cotidiano.

"Considérate a ti mismo, por ejemplo; ahora estás en un estado de conciencia acrecentada. Todo lo que haces y ves en un estado así no es una ilusión; es tan real como el mundo que enfrentarás mañana en tu vida diaria, y sin embargo, mañana, no existirá el mundo del que ahora eres testigo. Sólo existe cuando tu punto de encaje se mueve al sitio específico en el que estás ahora.

Agregó que, una vez terminado su entrenamiento, la tarea que enfrentan los guerreros es una tarea de integración. En el curso de su entrenamiento, los guerreros, y especialmente los hombres naguales se ven instados a mover sus puntos de encaje a tantos sitios como sea posible. A medida que los recuerdan los integran en un todo coherente.

– Por ejemplo, si movieras tu punto de encaje a una posición específica, recordarías quién es esa joven -prosiguió con una extraña sonrisa-. Tu punto de encaje ha estado en ese sitio cientos de veces. Integrarlo debería ser la cosa más fácil para ti.

Como si mis recuerdos dependieran de su sugerencia, comencé a tener vagas memorias, sentimientos inacabados. Parecía atraerme una sensación de afecto ilimitado; una fragancia extremadamente agradable permeó el aire, justo como si alguien se hubiera acercado a mí por detrás y me hubiera vertido encima ese perfume. Incluso volví la cabeza para ver si alguien estaba allí. Y entonces recordé. ¡Era Carol, la mujer nagual! Acababa de estar con ella el día anterior. ¿Cómo era posible haberla olvidado?

Viví un momento indescriptible en el que corrieron por mi mente todos los sentimientos de mi repertorio sicológico. Me preguntaba a mí mismo si era posible que hubiera despertado en su casa en Tucson, en los Estados Unidos, a tres mil doscientos kilómetros de distancia. Y me azoraba la certeza de que cada una de las instancias de la conciencia acrecentada son tan aisladas que quizá jamás podría recordarlas.

Don Juan se acercó a mi y me puso el brazo sobre el hombro. Dijo que sabía exactamente lo que yo sentía. Su benefactor lo había hecho vivir una experiencia parecida. Y su benefactor trató de hacer con él exactamente lo que él ahora hacía conmigo: tranquilizar con palabras. Había apreciado el esfuerzo y el buen deseo de su benefactor, pero, como ahora, había dudado entonces que hubiera alguna manera de tranquilizar a quienquiera que ha efectuado el viaje del cuerpo de ensueño.

No existía más duda en mi mente. Algo en mí recorrió la distancia entre las ciudades de Oaxaca en México y Tucson en los Estados Unidos. Sentí un extraño alivio, como si finalmente hubiera expiado mi culpabilidad.

Durante los años que pasé con don Juan, tuve lapsos de continuidad en la memoria. Que aquel día estuviera en Tucson, con él, era uno de esos vacíos. Recordaba no poder evocar como había llegado a Tucson. Pensé que el vacío era resultado de mis actividades con don Juan. Siempre se cuidaba mucho de no despertar mis sospechas racionales en estados de conciencia normal, pero si las sospechas resultaban inevitables, siempre las despachaba secamente sugiriendo que la naturaleza de nuestras actividades fomentaba serias disparidades de la memoria.

Le dije a don Juan que como los dos habíamos acabado en el mismo lugar aquel día, me preguntaba si era posible que dos o más personas despertaran en la misma posición de ensueño.