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También recibí instrucciones acerca del Doble Conocimiento, es decir, me enteré qué sabían los hombres en general y qué llegaban a saber los intelectuales en particular. A veces existía una diferencia sorprendente entre ambos. Por ejemplo, se hacía creer a los hombres que se hallaban por debajo de las castas elevadas que el mundo es un disco ancho y plano. Quizá se pretendía de esta manera evitar todo intento de indagación. Por otra parte, las castas elevadas —Guerreros, Constructores, Escribas, Iniciados y Médicos— conocían la verdad acerca de estos temas. Sin embargo, comencé a interrogarme acerca de si el Segundo Conocimiento, el de los intelectuales, acaso no estaba tan limitado como la enseñanza en el nivel inferior, si no se proponía también frenar y poner trabas al ansia de saber humano. Tenía la impresión de que existía Tercer Conocimiento, que se hallaba limitado a los Reyes Sacerdotes.

—La ciudad estado —comentó mi padre una tarde— es la unidad política normal en Gor, ciudades rivales que controlan el territorio adyacente, rodeadas por una tierra de nadie, compuesta de territorios libres.

—¿Cómo se determina la conducción en estas ciudades? —pregunté.

—Los gobernantes son elegidos entre los miembros de cualquier casta elevada.

Fruncí el ceño.

—¿Sólo de las castas elevadas?

—El sistema de castas —respondió mi padre pacientemente— es relativamente rígido, pero no está congelado y no depende exclusivamente del nacimiento. Cuando, por ejemplo, un niño en la escuela demuestra que está en condiciones de pertenecer a una casta más elevada, esto le es concedido. Existe también el caso contrario; es decir, cuando un niño no logra el nivel que se espera de él como miembro de su casta.

—Comprendo —dije, sin sentirme realmente convencido.

—Las castas elevadas de cada ciudad —prosiguió mi padre— eligen por un tiempo determinado un administrador y un consejo. Si surge una crisis, se nombra un jefe militar, un Ubar, que ejerce la totalidad del poder, hasta que a su entender la crisis ha pasado.

—¿A su entender? —pregunté con escepticismo.

—Generalmente los Ubares renuncian a su cargo después de la crisis. Esto es parte del código de los guerreros.

—Pero ¿qué es lo que ocurre cuando no renuncian a su cargo? —Me había dado cuenta ya de que no siempre se podía confiar en el cumplimiento de las reglas de las castas.

—Si un Ubar no quiere dimitir, por lo general es abandonado por su gente. El líder militar se queda solo en su palacio, a merced de las furiosas masas populares.

Asentí con la cabeza e imaginé un palacio vacío, en el que un hombre solitario se encontrara sentado sobre un trono, envuelto en las vestimentas propias de su cargo, esperando el asedio de las masas.

—Sin embargo —continuó mí padre—, a veces un Ubar logra conquistar el corazón de sus hombres, quienes permanecen a su lado. Entonces se convierte en tirano y gobierna hasta que es derribado por la fuerza de una u otra manera.

Las facciones de mi padre se habían endurecido. Parecía conocer un hombre semejante.

—Hasta que es derribado por la fuerza —repitió lentamente.

A la mañana siguiente, me aguardaban junto a Torm nuevas e interminables lecciones.

Gor no era una esfera, sino un esferoide, algo más pesado en el hemisferio sur. La inclinación de su eje era algo mayor que la de la Tierra, pero no lo suficiente como para que el clima no presentara cambios de estación. Gor contaba con dos zonas polares y una ecuatorial, entre las cuales se extendían, al norte y al sur, zonas de clima moderado. Con sorpresa descubrí que una gran parte de los mapas estaba en blanco, pero aun así me costó bastante aprender de memoria todos los ríos, mares, llanuras y penínsulas conocidos.

Desde un punto de vista económico la vida goreana se basaba en el trabajo del campesino libre, quizá la casta más baja, pero también la más sólida. El alimento básico era un grano amarillo, llamado Sa-Tarna, hija de la vida. Resulta interesante señalar que a la carne se la llamaba Sa-Tassna, lo que significa madre de la vida. Además, en el lenguaje corriente, Sa-Tassna servía para designar el alimento en general. Esto parecía sugerir que los goreanos alguna vez, en épocas anteriores, se habían alimentado preferentemente de la caza.

Por cierto que me quedaba poco tiempo libre para especulaciones, ya que debía cumplir con las exigencias de mi plan de estudios. Parecía que existía el propósito de convertirme, en unas pocas semanas, en un auténtico goreano. Pero esas semanas también me aportaron satisfacciones, como siempre cuando estudiaba y sentía que me desarrollaba, aun sin conocer todavía la meta final. En esas semanas entré en contacto con muchos goreanos, por lo general miembros de la Casta de los Escribas y de los Guerreros.

Hasta ahora había visto pocas mujeres, pero sabía que en el caso de que fueran libres, ascendían o descendían dentro del sistema de castas según las mismas reglas que los hombres si bien esto parecía diferir de una ciudad a otra. Tomada en conjunto, la gente me gustaba y estaba seguro de que básicamente procedía de la Tierra. Sus antepasados debían de haber llegado a Gor a través de los así llamados viajes de adquisición y luego, simplemente, se los había dejado vivir en libertad, como a animales en una reserva natural.

En lo que respecta a estos antepasados puede haberse tratado de caldeos o celtas, sirios o ingleses, que en el transcurso de muchos siglos habían llegado aquí procedentes de las más diversas civilizaciones. Los hijos y nietos naturalmente se habrían convertido en goreanos, por lo cual desaparecía casi toda huella de su origen terrestre. Sin embargo, de tiempo en tiempo me entusiasmaba el encontrar una palabra inglesa en el idioma goreano, como por ejemplo «hacha» o «barco».

—Torm —pregunté en cierta ocasión—, ¿por qué el origen terrestre no es parte del Primer Conocimiento?

—¿Acaso eso no resulta evidente?

—No —dije.

—¡Ah! —respondió. Cerró lentamente los ojos y permaneció un rato callado—. Tienes razón. No es evidente.

—¿Y qué hacemos entonces? —pregunté.

—Continuemos con nuestros estudios.

El sistema de las castas, si bien socialmente eficaz, despertaba en mí ciertos reparos personales. En mi opinión era demasiado rígido, particularmente con respecto a la elección de los gobernantes entre los miembros de las castas elevadas y al Doble Conocimiento. Pero todavía mucho peor era la institución de la esclavitud. Para el goreano, fuera del sistema de las castas, existían sólo tres formas de vida: esclavo, proscrito y rey sacerdote. Un hombre que no quisiera ejercer su oficio o pretendiera cambiar de status sin el consentimiento del Consejo de las Castas Elevadas, se convertía automáticamente en un proscrito y era empalado.

La muchacha que había visto el primer día en mi habitación había sido esclava, y el collar que rodeaba su cuello, que yo tomé por un adorno, era su marca de esclavitud. Una segunda marca, ésta con hierro candente, se hallaba oculta debajo de la ropa. Esta última la señalaba como esclava, mientras que el collar identificaba a su dueño. No había vuelto a ver a la joven y reflexionaba acerca de qué habría sido de ella. Pero no pregunté nada al respecto. Fue parte de las primeras enseñanzas que me impartieron en Gor: la preocupación por una esclava estaba fuera de lugar. Por lo tanto me contuve. Aprendí incidentalmente de un Escriba que los esclavos no pueden enseñar a los hombres libres, ya que esto podría originar una deuda, y nadie podía deberle nada a un esclavo. Decidí defenderme con todas mis fuerzas contra este sistema humillante. Hablé una vez con mi padre sobre el tema, y me dijo que en Gor existían cosas aún mucho peores que la esclavitud.

Sin ninguna advertencia previa, la lanza de bronce surcó los aires, dirigida hacia mi pecho. Salté hacia un lado y la punta cortó mi túnica y me produjo una marca sangrienta en la piel. El metal se clavó unos veinte centímetros en un pilar de madera que se hallaba detrás de mí. Si no hubiera saltado, la lanza me habría atravesado.