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– Siempre he querido volver, en el momento adecuado. Padre Valetti, este es Luca Montese.

– El papa de la niñita -dijo el cura enseguida, dándole la mano-. ¿Ya la ha visto? -preguntó, a lo que Luca asintió-. Y no parece real. Piensa «¿Qué tiene que ver este pedazo de tierra con mi niña?» Sobre todo después de tanto tiempo.

– Sí -contestó Luca, que lo miraba con repentino interés-. Es exactamente lo que sentía. Ha pasado demasiado tiempo. Ni siquiera sabía que estaba aquí.

– Pero un día estaba destinado a venir. Y ella lo ha estado esperando.

– Le agradezco que haya cuidado de ella. ¿Puedo ver su iglesia?

– Claro, será un placer enseñársela.

Rebecca se fue para estar con su hija a solas, y al volver vio a los dos hombres charlando, y supo que Luca había descubierto lo mismo que ella, que era un hombre bueno y muy fácil hablar con él. Le entristeció que no pudiera hacerlo también con ella. Luca le sonrió al verla, aunque parecía abstraído en otro pensamiento.

– ¿A qué se refería con lo del banco? -le preguntó este al cura-. ¿La iglesia tiene problemas económicos?

– Los tendremos si no pagamos el crédito de dos millones que acabo de pedir.

– ¿Dos millones de euros? ¿Se está cayendo la iglesia?

– La iglesia no. El dinero es para la nueva unidad de pediatría que estamos construyendo en el hospital. Los costes se están desbordando y sin el crédito podríamos tener que abandonarlo. Yo decidí patrocinarlo, pero, como he dicho, no tengo dinero suficiente -explicó, e hizo una mueca-. El arzobispo no está muy contento conmigo.

– ¿Pero lo ha conseguido?

– Con condiciones. El banco quiere un avalista, así que ahora tengo que hablar con los empresarios de aquí para pedirles que me avalen parte del crédito. Y como todos ya saben lo que quiero saldrán corriendo en cuanto me acerque a ellos.

– No se acerque entonces -dijo Luca.

– No entiendo.

– Yo me haré cargo.

– ¿Quiere decir que avalará el crédito?

– No, quiero decir que no necesita el crédito. Yo le daré el dinero -aseguró Luca, y el padre Valetti lo miró dubitativo-. No se preocupe, tengo el dinero; no lo voy a dejar tirado. ¿Será suficiente o necesitará más la unidad?

– ¿Puede permitirse más? -preguntó el cura, y Luca sacó el móvil y llamó a Sonia.

– ¿Cuánto tardarías en transferir tres millones? -preguntó a su asistente-. ¿Puedes hacerlo en veinticuatro horas? Bien, Entonces envíalo a ese sitio -ordenó, y leyó un papel que le había escrito el cura a toda prisa. Luego colgó y habló con tono grave-. Quiero que la unidad lleve el nombre de mi hija.

– Claro.

– Rebecca Montese, no Solway.

– Así será. Es lo más generoso… -empezó a agradecer, pero Luca lo detuvo agitando la cabeza.

– Hágame saber si necesita más -dijo mientras le daba una tarjeta-. Esta es la sede en Roma. Este es el número de mi asistente, que me llamará a cualquier hora -le garantizó, y se dirigió a Rebecca-. ¿Lista para irnos?

Rebecca estuvo luchando contra sus pensamientos todo el camino a casa; quería darle las gracias pero sentía que no tenía derecho, pues de un modo extraño el gesto de Luca no había tenido nada que ver con ella. Había reclamado a su hija, pero lo había hecho solo, de una forma que la excluía. Entonces comprendió toda la esperanza que había depositado en aquel momento, sin entender por qué había ocurrido de aquella manera. Ella había creído que estaban recorriendo un camino que los uniría, pero se había estado engañando, pues Luca se había desviado bruscamente hacia otro camino en el que todo se podía hacer con dinero. Al fin y al cabo, era un hombre de negocios y ella había sido una tonta al olvidarlo. Le había puesto precio a su hija, tres millones de euros. Firmado, sellado y ordenado. Por otro lado, pensó que no se podía criticar a un hombre que acababa de dotar al hospital de una unidad de pediatría y había salvado muchas vidas, ni siquiera aunque en el proceso se hubiera cerrado con llave el corazón.

La cabaña aún estaba caliente cuando llegaron. Luca no habló durante toda la cena, salvo para darle las gracias. Cuando ella lo miró vio un rostro de piedra.

Ya era de noche cuando Becky salió por más leña para la cocina, mientras hacía planes para el futuro, un futuro sin Luca. Este había manejado todo aquello a su manera, que no era la de ella, y pensó que no le podía haber dejado más claro que no la necesitaba y que a partir de aquel momento sus caminos se separaban.

De repente oyó un grito. No podía imaginarse qué era y se paró a escuchar. Entonces llegaron más gritos, provenientes de la cabaña. Tiró los leños y echó a correr. Luca seguía sentado donde lo había dejado, con los puños apretados con fuerza sobre la mesa y la cabeza sobre ellos, mientras profería los gritos de un animal atormentado. Parecía no poder parar, mientras ella lo observaba asustada.

– Luca.

Él se irguió y se llevó las manos a los ojos, mientras seguía lamentándose. Rebecca se dio cuenta de que se había equivocado al creer que era un insensible por no expresar sus sentimientos, pero que lo que sentía era demasiado profundo para expresarlo. Ahora le decía sin palabras que sufría hasta el borde de la locura.

– Cariño… -le susurró ella, cubriéndolo con los brazos.

Él le respondió abrazándola y apretando el rostro contra ella, aferrándose como si no hubiera un lugar en el mundo donde estuviera más a salvo.

– Todos estos años -balbuceó- ha estado sola. No lo sabíamos.

– No, no lo sabíamos, Luca. Pero no la volveremos a dejar sola. Luca, Luca.

Quería decirle un millón de cosas pero no encontraba palabras, tan solo su nombre una y otra vez, mientras él la abrazaba cada vez más fuerte.

– Ha sido de repente -dijo al fin Luca, calmándose poco a poco-. Lo estaba aguantando y de repente me he visto en el infierno.

– Sí, es lo que me pasó a mí. No hay defensa contra eso; tienes que sentirlo hasta que se pase.

– ¿Se pasa? -le preguntó, con un tono de desesperación que le partió el corazón.

– Al final. Pero antes tienes que sentirlo.

– No puedo hacerlo solo.

– No tienes por qué, estoy aquí. No estás solo -le dijo ella, y él la miró.

– Estaré solo cuando te vayas.

– Entonces no me iré -repuso ella, sujetándole el rostro entre las manos. Al principio él no reaccionó, como si hubiera dicho algo demasiado trascendental para ser cierto.

– No lo dices en serio -dijo al fin.

– No puedo dejarte, Luca; te quiero. Siempre te he querido y siempre lo haré. Estamos hechos el uno para el otro -confesó. Entonces él se apartó y le apoyó la cabeza en el abdomen, mirándola con una pregunta en sus ojos.

– Sí -dijo ella-. Es verdad.

Sin responder nada volvió a apoyar la cabeza, aquella vez sin temblar, al fin en paz. Cuando ella le agarró la mano él la siguió hasta la habitación sin protestar.

Capítulo Doce

– Creí que nunca me ibas a decir que esperabas un hijo nuestro -comentó Luca suavemente al primer rayo de luz.

– ¿Desde cuándo lo sabes?

– Casi desde el principio. Tenías algo… Como la última vez.

– ¿Te acuerdas de eso? -preguntó ella, sorprendida.

– Me acuerdo de casi todo respecto a ti, desde el momento en que nos conocimos.

Habían pasado toda la noche tumbados en brazos del otro, hablando a veces, pero sobre todo en silencio, encontrando consuelo en la presencia del otro. A medida que los minutos se transformaban en horas, Rebecca sintió cómo se partía la cascara que le había puesto a su corazón, y notó que a él le pasaba lo mismo.

– Sospeché lo del niño prácticamente en cuanto te vi, pero entonces no veía esperanzas para nosotros. Sabía que lo había liado todo. Recuerdo que decías que hacía las cosas como un elefante en una cacharrería y era verdad. He estado haciendo las cosas así todos estos años, porque me iba bien. Para cuando nos volvimos a ver se me había olvidado que existían otras formas.